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Rusia, de la guerra relámpago al fiasco militar en Ucrania

El gran logro de la ayuda occidental ha sido la incapacidad de la aviación rusa de imponer su superioridad aérea en Ucrania

Hace ya un largo año que Ucrania fue invadida por el Ejército de Putin. Parece evidente que con su intento de conquista de Kyiv y sustitución violenta del Gobierno de Zelenski pretendía el dominio «a bajo coste» de toda Ucrania. Al dividir sus fuerzas, atacando simultáneamente por tres frentes, tambien demostró el sátrapa de Moscú un menosprecio por el espíritu de lucha ucraniano. A todos nos sorprendió que existiera un sentimiento tan fuerte en la joven nación ucraniana que empujara a su ejército a combatir tan heroicamente y a su población a sufrir con estoicismo las penurias de una despiadada guerra.

La Administración Biden vio claro desde el principio que lo que pretendía Putin iba mucho más allá de la nación mártir y que en su mesiánica visión por reconstruir el imperio zarista/soviético no iba a parar con Ucrania. Que amenazaba todo el orden establecido en Europa a partir de la caída del Muro de Berlín. Y Biden logro restaurar en tiempo record el espíritu de resistencia de la OTAN que había sido gravemente deteriorado por el caótico y peligroso Trump. Y esta nueva OTAN, despabilada bruscamente, acordó las líneas básicas para resistir este intento de subvertir las fronteras europeas por el uso descarnado de la fuerza militar: no íbamos a combatir con tropas propias en suelo ucraniana, pero les íbamos a ayudar abiertamente suministrándoles armamento e inteligencia, a la vez que se iban a imponer unas sanciones económicas –sin precedentes– contra Rusia tratando de desangrar la maquina militar invasora. Esta controlada respuesta deriva del hecho de que Putin tiene a su disposición armamento nuclear capaz de alterar la vida en nuestro planeta; adicionalmente, nadie se siente con fuerzas para administrar la inmensa Rusia si llegara a suceder que Putin cayera por nuestras acciones y fuese sustituido por un caos general. Podrá no satisfacer a todos los occidentales esta controlada respuesta, pero alrededor de ella se logró constituir el consenso de ayuda a Ucrania y freno de una previsible futura expansión de la Rusia de Putin.

Ucrania, no deberíamos olvidarlo nunca, tiene dos grandes herencias culturales y emocionales: la eslava y la centroeuropea consecuencia de su pasada pertenencia a los imperios ruso y austro húngaro. Tambien arrastra una corrupción endémica, triste herencia de los tiempos soviéticos, que, no obstante, no ha hecho flaquear la conmovedora decisión de una mayoría de ucranianos por avanzar en el intento de formar parte de lo mejor de Europa, que defiende la OTAN, prospera económicamente y es libre con la UE.

La actual guerra de Putin se ha estabilizado en los dos frentes previsibles desde el momento en que se apoderó arteramente de Crimea y promovió un alzamiento armado en Donbás en 2014. Crimea fue utilizada ahora como cabeza de playa para la ofensiva rusa que consiguió conquistar un amplio pasillo de conexión terrestre con Rusia que complementa el limitado logísticamente puente sobre el estrecho de Kerch. Sin embargo, la ofensiva para atravesar el caudaloso rio Dniéper, apoderarse de Jersón y muy probablemente tratar de conquistar Odesa fracasó estrepitosamente.

La invasión rusa de Donbás, aun ganando de momento algún terreno, no ha llegado a dominar completamente sus dos provincias. Putin ha promovido que las provincias semi conquistadas hayan sido declaradas parte de Rusia, lo que nos ha servido de paso para comprobar qué vacías de realidad estaban sus amenazas de emplear armamento nuclear si alguna parte de la «sagrada» Patria era invadida. Gran parte de este territorio ha sido recuperado por los ucranianos y ninguna guerra nuclear ha comenzado.

El armamento occidental cedido a Ucrania ha ido aumentando en cantidad y calidad en el transcurso de este año conforme se iba constatando la destreza de los ucranianos en manejarlo y su moral de combate. El gran logro de esta ayuda ha sido la incapacidad de la aviación rusa de imponer su superioridad aérea en el teatro. Por eso las unidades ucranianas disfrutan de la protección que supone que la aviación rusa no pueda operar a baja cota sobre ellos; y esto lo han conseguido los misiles antiaéreos de la ayuda occidental. En sentido opuesto, las fuerzas blindadas rusas han sufrido enormes pérdidas –especialmente en la primera parte de la guerra- al no conseguir ellos semejante protección frente a drones y misiles anticarro de nuestra ayuda. Ucrania está ante un dilema sobre el empleo de los medios de defensa aérea que va recibiendo paulatinamente: o bien defiende las ciudades principales o los dedica a proteger a las tropas que combaten en los lejanos frentes.

Conforme la ayuda occidental de este tipo de armas va siendo significativa, el dilema es menor y ambas tareas podrán ser acometidas simultáneamente con resultados aceptables en un futuro cercano. Tambien muy importante es la ayuda en artillería de largo alcance –piezas y munición– pues en alguno de los frentes abiertos se hace un uso masivo de ella; esta es claramente la segunda prioridad de nuestro apoyo. Los carros de combate cedidos y sobre todo la aviación de ataque solicitada, presenta una problemática diferente. Estos medios pudieran ser empleados para fines que potencialmente estén más allá de los intereses aliados. Tendríamos antes que concederlos, que fijar cuál es nuestro objetivo final en el teatro ucraniano y especialmente en qué grado la recuperación total de Crimea dificulta un acuerdo duradero con Rusia.

Entramos pues en un segundo año de guerra contra Putin. Habrá que ver como las sanciones económicas actúan sobre la opinión pública rusa y logran frenar su maquinaria bélica. Pero en este próximo año tendremos que definir cuál es el objetivo occidental específico –más allá de las vagas promesas de apoyo– que satisfaga los requerimientos de seguridad europeos a largo plazo.

Ángel Tafalla es Académico correspondiente de la Real de Ciencias Morales y Políticas y Almirante ( r )