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Guantánamo: la mancha de Obama

Los reclusos de origen islamista, en unas imágenes de 2009 larazon

El mantenimiento del centro de detención en la base militar de Cuba es la gran promesa incumplida del presidente de EEUU.

Justo después de que el entonces recién inaugurado presidente Barack Obama hubiese firmado el mismo decreto a principios de 2009 se colocó la orden ejecutiva en un tablón del Campo 4, uno de los seis centros oficiales de detención de la base naval de Guantánamo en Cuba. Parecía entonces que atrás quedaban las torturas y el confinamiento que habían tenido lugar en la prisión. Había hecho campaña con el cierre de Guantánamo, era su promesa estrella y una clara ruptura con la línea marcada por su antecesor, George Bush, en la lucha contra el terrorismo islámico. Obama describió en numerosas ocasiones este recinto como la cárcel de la vergüenza. En cambio, su clausura nunca llegó.

¿Qué hacer con los conspiradores del 11S?

Además, el Congreso se negó a facilitar los fondos necesarios para proceder al cierre. Incluso, una representante demócrata de California propuso reabrir la cárcel de Alcatraz en San Francisco para albergar a los presos de Guantánamo. Pero, ¿qué hacer con los cinco conspiradores del 11 de septiembre que están en Campo 7? Entre ellos, destaca el ideólogo Khalid Sheik Mohamed, al que se le ha reconocido ser víctima hasta en 183 ocasiones del «waterboarding», técnica que consiste en colocar una toalla en la cara y después echar agua para provocar la sensación de asfixia.

Brandon Neely, de 35 años, uno de los soldados que estuvo destinado en Guantánamo, reconoció que nunca presenció los interrogatorios con técnicas mejoradas, entre las que además del citado «waterboarding», se usaban otros aberrantes métodos como la alimentación rectal, la privación del sueño o la exposición a la luz después de un largo periodo a oscuras. Sin embargo, este militar sí admitió que él y sus compañeros hicieron cosas que «estuvieron mal». Neely, varios años después de su despliegue en la base naval de Estados Unidos en Cuba, entre enero y junio de 2002, explica a LA RAZÓN cómo recibieron a los primeros presos, qué les dijeron sus superiores y qué ocurrió durante los primeros meses. «Llegué a Guantánamo el 7 de enero de 2002. No sabía muy bien dónde iba. Me avisaron de mi marcha y del lugar al que acudía un día antes de mi despliegue. Estuve allí seis meses. Hasta el 14 de junio. Me asignaron al centro de detención, pero no había ningún tipo de protocolo. Nos dijeron que venían unos terroristas que habían capturado en Afganistán y que habían ayudado en los ataques del 11 de septiembre sólo unos meses antes. Nos contaron que tenían relación con Al Qaeda y Bin Laden», recordó de los inicios de su estancia en Guantánamo, una base que se ajusta a las primeras recomendaciones recogidas en el informe del Comité del Senado que preside Diane Feinstein sobre los excesos de la CIA.

«No eran celdas, parecían jaulas»

«Vinieron en dos autobuses. Todo el mundo estaba nervioso. Y cuando les vimos, los soldados empezaron a gritar a los detenidos. Un perro les ladraba. Recuerdo que a uno le faltaba una pierna. Tardamos en alojarlos en Campo Rayos X unas cuatro horas. Nos dijeron que no les explicásemos donde se encontraban. No sé quién decidió meterlos ahí. No eran celdas. Parecían jaulas. Nunca presencié ningún tipo de tortura durante los interrogatorios. Pero, sí puedo decir que se les sometía a posturas extenuantes durante horas, se les despertaba constantemente, se ponía música muy alta por la noche y se les gritaba», recuerda a este diario este militar estadounidense. Entonces, la Administración Bush acababa de decidir la utilización de la base para estos detenidos. Los superiores no decían nada. Pero, todos sabían lo que ocurría. «Sabían perfectamente lo que pasaba. Pero, no les importaba. No había control. Esto vino de arriba. Si alguno salía herido, nadie era reprendido. Y nos decían que habíamos hecho un buen trabajo», explicó el soldado de aquellos días en la prisión donde llegó a haber más de 600 detenidos.

Obama intentó cerrar por todos los medios este lugar. Pero, ni siquiera prosperó la idea de juzgarlos en juicios civiles en Nueva York a pocos metros de donde se derrumbaron las Torres Gemelas. Ni políticos ni estadounidenses estaban interesados en traerlos a suelo estadounidense. Tampoco querían que disfrutasen de los mismos derechos que cualquier criminal. Tampoco se lo pusieron fácil en los países europeos donde los asesores de Obama habían planeado realojar a los supuestos terroristas, ya que un elevado número de ellos todavía no han sido acusados formalmente por ningún acto. Ahora, el «informe Feinstein» ha sacado a la luz las barbaridades cometidas en estos años al margen de la Ley, aunque, según el director de la CIA, con el respaldo del presidente. «No estábamos preparados para esta situación», comentó John Brennan en una intervención tras la publicación del documento elaborado por la demócrata Diane Feinstein.

De baza electoral, a pesadilla

Así que lo que en un inicio fue la gran apuesta y baza electoral de Barack Obama se ha convertido en su principal pesadilla, ya que gran parte de los electores se sienten engañados por su presidente, quien después de cinco años sigue sin ofrecer una respuesta concreta a los más de 100 presos que todavía se encuentran retenidos en la polémica prisión. Además ahora, a la mala gestión de Obama se suman las numerosas críticas por la guerra sucia contra el terrorismo tras el 11-S y las dudosas actividades de la CIA. Al mismo tiempo son cada vez más las voces que siguen presionando a las autoridades competentes para que los agentes responsables de las torturas a los encarcelados en los centros de detención clandestinos sean llevados ante la Justicia.