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Siria
Francia: el gendarme de Siria
Salvajadas como la de Niza ponen a prueba el control emocional sobre cualquier juicio que se pueda emitir en caliente. Sin embargo los militares hemos sido entrenados en tratar de reaccionar con mente clara. El apasionamiento suele enmascarar la verdadera naturaleza de la amenaza y provocar errores en las acciones propias. Probaremos suerte aquí y ahora. Pudiéramos confundir lo que creo es esencialmente un conflicto entre sunníes salafistas encabezados por el Daesh contra chiitas –bajo la inspiración más o menos directa de Irán– con una guerra entre musulmanes y occidentales. Esto se debe a que contamos el sufrimiento y las bajas de los árabes de distinta manera que los nuestros, europeos y norteamericanos. Ellos lo están pasando mucho peor, pero cuando una tragedia como lo de Niza sucede aquí, pensamos instintivamente que podríamos ser los siguientes, identificándonos con las víctimas europeas. Cuando ocurre en Bagdad o en otro lugar del Islam, suponemos que de algún modo se lo merecen. Más que una injusticia, es un error que nos puede conducir a malinterpretar la naturaleza del conflicto y a equivocarnos en nuestra contribución.
El Daesh es una radical evolución de Al Qaeda –es decir, del salafismo sunní– que trata de imponer una delirante interpretación arcaica de la Sharia, es decir, de la ley y costumbres islámicas. Para ellos, el enemigo a exterminar son los musulmanes que no acepten esta interpretación –especialmente los chiíes– junto a cristianos, judíos, ateos o animistas. Para los yihadistas sólo hay una regla: te sometes o mueres. No se puede llegar a ningún acuerdo con ellos, lo que no significa que no deba haber un componente ideológico en la lucha contra ellos. Pero sólo otro musulmán puede tratar convincentemente de intentar este contraataque religioso. Por esto, porque hay que combatir ideas con ideas –sin olvidar las armas– es por lo que los occidentales debemos ayudar a que surja una versión más misericordiosa del Islam que extinga la yihadista.
El Daesh ha declarado el califato, domina un territorio y administra una población en Mesopotamia. Inicialmente dio prioridad a los procedimientos híbridos militares combinando tácticas convencionales con acciones suicidas que tienden a desmoralizar al adversario. Últimamente esto le va mal y no es inconcebible que Racca y Mosul sean recuperadas pronto. Paradójicamente, ello hace que ahora recurra crecientemente a acciones terroristas «clásicas» en occidente que eran la marca distintiva de Al Qaeda.
Lo que está sufriendo Francia es consecuencia del avance de los enemigos del Daesh, imprescindible acción si queremos acabar algún día con el nido de la víbora. Tratar de evitar sus mordeduras en occidente, por sí solo, nunca resolverá el problema. Defendámonos pues, pero ataquemos también –o mejor todavía, ayudemos a exterminar– al yihadismo.
Francia está siendo elegida como blanco por su valiente reacción en África y Oriente Medio, y también quizás por ser la nación occidental que trata con mayor ahínco de integrar las minorías musulmanas. El Daesh no puede permitir que el experimento multiétnico de Francia triunfe. También su tradición laica la hace odiosa para los yihadistas.
El aceptar que tragedias como la de Niza es el tributo por acabar con el yihadismo en su madriguera –Oriente Medio– quizás nos ayude a aliviar el dolor y superar el temor. Hay que continuar con lo que se está haciendo en Irak y Siria, ayudando a que los musulmanes resuelvan bajo que interpretación del Islam quieren vivir. Hay que prestar más atención a los aspectos ideológicos y religiosos, tratando de alcanzar un equilibrio entre sunníes y chiitas sin el cual siempre nos salpicara –o seremos arrastrados– un conflicto como el del actual cisma del Islam.
También podría ayudarnos el comprender que hay millones de musulmanes que, sin culpa, lo están pasando mucho peor. Gracias Francia por lo que estás haciendo por todos nosotros.
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