Las claves del 5 de noviembre
Estados Unidos: un paradigma electoral mutante
La tradicional certidumbre sobre el resultado de las presidenciales se ha desvanecido porque varios de los 18 Estados del Muro Azul (demócratas) se han vuelto Estados indecisos durante los últimos años
La presente es una de las elecciones más igualadas de la historia reciente de Estados Unidos, y el peculiar sistema electoral estadounidense de voto indirecto, el sufragio universal elige a 538 super electores delegados (mismo número de electores delegados que número de escaños en la Cámara de Representantes por cada Estado, más tres delegados de Washington DC, incluida en la 23ª enmienda de la Constitución en 1961), añade incertidumbre a la elección.
Pero hay un cambio de paradigma electoral que se viene notando desde 2016, las certidumbres electorales del pasado se derrumban, especialmente la famosa Blue Wall (Muro Azul por el color del Partido Demócrata), los 18 Estados donde los demócratas han ganado todas las elecciones presidenciales entre 1992 y 2012. Esto ha cambiado pues hay varios Estados del Muro Azul que se han vuelto «Swing States» (Estados indecisos) donde la encuestas dan diferencias de menos de dos puntos. A esto se opone el Red Sea (Mar Rojo, por el color del Partido Republicano), los 13 Estados en los que los Republicanos han ganado las últimas once elecciones, más dos Estados más en las últimas diez. Hoy hay más Estados del Muro Azul que se han tornado indecisos que los del Mar Rojo.
Los siete Estados en los que se juega la elección son: Nevada con 6 votos electorales, donde Kamala Harris tiene una ventaja de menos de un punto. Carolina del Norte (16), donde Donald Trump está un punto arriba. Pensilvania (19), que tiene una población de origen puertorriqueño de más del 12% (480.000 votantes) y que podrían verse movilizados por la broma de muy mal gusto espetada por el cómico Tony Hinchliffe en el acto de Trump en el Madison Square Garden de Nueva York, diciendo que Puerto Rico era una isla basurero. Ciertos analistas demócratas dan el exabrupto por amortizado. Conviene subrayar, sin embargo, que la elección por el Senado en este Estado está muy igualada entre el candidato republicano, Mike Rogers, que está empatado con la demócrata Elisa Slotkin, y en Pensilvania quien gana la elección al Senado, cuando coincide con la presidencial, gana la presidencial. Otro indicador del cambio de paradigma es que, en el condado de Clayton, el más demócrata del Estado, las encuestas dan empate. Wisconsin (10) con menos de un punto de ventaja de Harris. Georgia (16), el Estado en el que Trump perdió las elecciones de 2020, es la sorpresa, pues tiene una ventaja de más de dos puntos sobre la candidata demócrata por el cambio de sentido del voto de los hombres afroamericanos, que se han sentido insultados por los reproches lanzados por Harris y Barack Obama, que veían en las encuestas una transferencia de ese voto a los republicanos. Esto se puede aplicar al todo el cuerpo electoral de hombres afroamericanos que fueron la tabla de salvación de Biden en 2020 y que en estas elecciones se han dividido, pero con números claramente favorables a Trump, que además está en tendencia creciente. Arizona (11), Estado en el que el enorme peso del difunto y admirado senador John McCain jugó en contra de Trump y donde ganó Biden en 2020. En estas elecciones Trump está dos puntos por encima de Harris y con tendencia al alza. Es de subrayar que la inmigración ilegal ha golpeado muy fuerte a este Estado, y todo parece indicar que lo ganará Trump.
Por último, Michigan (15), el Estado de la industria automovilística de Detroit, un Estado con muy numerosa comunidad de origen árabe (musulmanes suníes) irritada con Biden por Gaza, pero encantada con que se ataque a Hizbulá e Irán. Varias asociaciones árabes de EE UU han mostrado su apoyo públicamente a Trump incluso en no pocos de sus mítines. No olvidemos que el votante musulmán si no es maltratado o víctima de xenofobia y racismo, es un votante esencialmente conservador (en España esto es muy evidente en Ceuta y Melilla). En Michigan el viraje a la derecha del voto negro masculino, pero sobre todo el incendiario malestar de los trabajadores de la industria del automóvil de Detroit con la Administración Biden-Harris, a quien hacen responsable de imponer la electrificación que favorece a la industria china y que ha asestado un duro golpe a la industria automovilística estadounidense (como ha ocurrido en Europa).
El Partido Demócrata creía contar con el apoyo incondicional de lo que los gurús de estrategia electoral estadounidense llaman la «people of color coalition» (afroamericanos, latinos, pueblos nativos de EE UU y árabes) esta supuesta coalición monolítica ya no existe, y eso va a jugar un papel determinante en esta elección. La primera página del «New York Times» del 30 de octubre, reconoce que la campaña de Trump «había logrado dividir el voto negro y latino». El respetado líder conservador afroamericano Horace Cooper lo explica de manera muy brillante: «Los hombres negros están hartos de que se dé por sentado su voto, muchos ven que la agenda de los republicanos coincide con sus preocupaciones más acuciantes». Por cierto, el único senador en ejercicio de origen indígena estadounidense, Markwayne Mullin, que es un miembro reconocido de la Nación Cherokee, muy activo, es senador republicano por el Estado de Oklahoma, con lo que ni en ese terreno consiguen tener exclusividad.
Se ha producido, igualmente, una evolución muy significativa en el voto cristiano, ya no son solo los evangélicos el apoyo cristiano principal de Trump, hay un número creciente de iglesias y ramas protestantes que se han acercado al campo republicano, luteranos, anglicanos (que se denominan episcopalianos en EE UU), presbiterianos, metodistas, baptistas, obviamente no de forma unánime, pero en números crecientes incluso las iglesias del sur del país (principalmente seguidas por afroamericanos) como la Convención Baptista del Sur. Pero la transformación más significativa de este ciclo electoral es el creciente número de electores católicos que está apoyando a Trump. No olvidemos que Biden es el segundo presidente católico en la historia de EE UU. El primero fue John F. Kennedy. La cena «Alfred E. Smith», organizada por asociaciones católicas de EE UU y cuyo anfitrión es el Cardenal-arzobispo de Nueva York, es uno de los eventos centrales de las elecciones presidenciales, donde desde hace décadas ambos candidatos han acudido a un acto en el que los discurso suelen tener un tono distendido y humorístico. Trump acudió, estuvo incluso gracioso (algo casi increíble). Harris no, y envío una intervención grabada muy poco presentable (que buena parte de los asistentes consideraron muy ofensiva) con una señora entrada en años disfrazada de colegiala de colegio de monjas en uniforme y haciendo bromas de muy mal gusto sobre los católicos. La indignación se podía mascar en la sala. Se dice que el anfitrión, el cardenal Dolan, estaba indignado.
No podemos pasar de puntillas sobre un tema central en estas elecciones, las interferencias de adversarios y enemigos de Estados Unidos, no solo Rusia. En estas hay indicios, e incluso pruebas muy claras, de gravísimas interferencias, o por lo menos intento de interferencia, en estas elecciones por parte de Irán y China. Ha trascendido que los servicios de inteligencia chinos habrían podido entrar en los teléfonos móviles de Trump y su compañero de «ticket», JD Vance. El tema está bajo investigación del FBI. Esto último ha sido analizado de manera muy seria por el general de cuatro estrellas retirado Jack Keane, presidente del Instituto de Estudios de la Guerra.
El justificado temor de ambos equipos electorales a los exabruptos y meteduras de pata de ambos candidatos ha tenido una innegable incidencia en esta campaña. Trump en sus discursos interminables se desviaba con excesiva frecuencia del mensaje diseñado por sus asesores. Harris era incapaz de diferenciarse de la Administración a la que pertenece, especialmente como responsable de la política de inmigración, el segundo tema más candente de esta campaña tras la economía y la inflación. Añadan a esto que sus actuaciones en todas las entrevistas que ha hecho en la campaña fueron, en el mejor de los casos, manifiestamente mejorable, por no decir desastrosas. La guinda a este pastel del insulto, la puso Biden, que en la tarde noche del martes 29 de octubre calificó a los votantes de Trump de basura. Aunque más tarde intentara rectificar, el daño estaba hecho. En el cuartel general de Harris se malician que quizás no fuese un lapsus senil de Biden. La venganza es dulce….
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