Estados Unidos
El populismo domina el arranque de las primarias
El ciclo electoral se abre mañana en Iowa donde los «outsiders» aspiran a ganar el voto de una parte del electorado descontento. El ascenso de Trump descoloca al «establishment» republicano, que se muestra incapaz de ofrecer un relato atractivo para las bases. El autocalificado socialista Sanders puede dar la sorpresa en New Hampshire pero no logra amenazar a la presidenciable Hillary Clinton
Con un debate sin su principal reclamo, Donald Trump, que denunciaba este jueves el hipotético maltrato al que lo somete la cadena de televisión Fox News. Adumbrado por unas primarias en un Estado rural, Iowa, mientras el partido republicano, la formidable maquinaria política de Abraham Lincoln, Ulysses S. Grant, Theodore Roosvelt, Dwight Eisenhower y Ronald Reagan cruje bajo el peso muerto del populismo catódico. Con unos demócratas a quienes les ha surgido una alternativa a Hillary Clinton con verbo blasfemo: el senador Bernie Sanders, autoproclamado «socialista democrático», quiere sufragar la sanidad pública en EE UU, esa utopía, a base de mágicos aranceles a las transacciones financieras. Con las bases eligiendo a sus favoritos y una campaña multimillonaria, una economía boyante cuyos frutos no disfruta la clase media, la amenaza bravía del terrorismo islámico, la alerta del oso Putin, el avispero en Oriente y la revuelta interior contra los casos de brutalidad policial, más el culto a las armas y los tiroteos dominicales en el hipermercado. Un cóctel de frustración justificada o imaginaria, miedos nocturnos, discursos apocalípticos, intrigas palaciegas y rampante forofismo que enfrenta a los paladines del discurso político tradicional y sus barrocos enemigos.
Así de embrollado arranca el proceso electoral del que saldrán los dos contendientes a la presidencia de EE UU, demócrata y republicano, el próximo noviembre. Aunque a priori ni Iowa (1 de febrero) ni New Hampshire (9 de febrero), las dos primeras estaciones de las primarias, parecen fundamentales, nadie discute que estrellarse de inicio para cualquier candidato equivale a un baldón difícilmente remontable. Todos los ojos estarán puestos sobre «el candidato populista en lo económico-secular pero socialmente conservador», o sea, Trump, «más exitoso de las últimas décadas» (David Byler, «Real Clear Politics»). Trump, constructor multimillonario y estrella televisiva, rey del insulto, lidera las encuestas a las primarias de Iowa (31,4%). Nutre su campaña mediante el dominio de un lenguaje gestual y simbólico de alto voltaje y corte xenófobo, pero también refrescante frente de unos políticos acusados de comportarse como mandarines desconectados del público. Trump, que cultiva un imposible y meteórico dadaísmo, promete arcadias, habla de muros y, en general, apela a las frustraciones de una clase trabajadora, blanca y castigada por la crisis, que un día despertó lejos del escenario.
Rodeados por unas minorías raciales en permanente crecimiento y acuciados por las dudas de un «sueño americano» entumecido, sus potenciales votantes vienen de todas partes. Aunque sean mayoría, sería engañoso creer que sólo hay blancos, sin estudios superiores, etc. En general consideran que traerá la antipolítica. Como buen populista, Trump acciona el dualismo «Nosotros (la gente honrada, trabajadora e indefensa) vs. ellos (la casta, los de siempre, los parásitos que nos comen)» y disfruta activando mensajes contradictorios. Pero tal y como ha publicado «The Economist», «El pesimismo acerca de Estados Unidos está fuera de lugar. La economía está mejor que la de cualquier otro país rico; el desempleo es bajo; así como los crímenes violentos. Pero los republicanos han puesto de tal forma en la picota a Obama que ahora no son capaces de responder a la retórica que esgrimen Trump y Cruz». Al irascible Trump le sigue, y muy cerca, el candidato favorito del Tea Party y los evangelistas, Ted Cruz (25.2%). Brillante abogado, Cruz tiene a favor, y en contra, su militante conservadurismo. No es igual seducir al votante de los caucus de Iowa, de fuertes convicciones religiosas, horrorizado por el acuerdo nuclear con Irán, convencido de que la reforma sanitaria es la metáfora del hundimiento de EE UU, que imponerse en unas elecciones generales donde votarán millones de afroamericanos, asiáticos e hispanos, y donde también cuentan, y mucho, las élites universitarias de las dos costas. Su carácter vitriólico tampoco despierta grandes simpatías en su propio partido. De hecho, parte de la maquinaria republicana preferiría alinearse con Trump antes que con un Cruz de acreditada experiencia en el arte de ganarse enemigos.
Siguiente en la lista, y gran esperanza del «establishment», es el joven senador de origen cubano Marco Rubio, con 14,4% en intención de voto en Iowa. Conservador y pragmático, liberal y dialogante, urdió junto a varios senadores demócratas una reforma del sistema migratorio que encalló bajo el fuego cruzado de su propio partido. Hijo de un exiliado cubano, resulta previsible que Rubio tenga más opciones que Trump o Cruz en un hipotético duelo nacional con Hillary Clinton. Por detrás, y cada vez más descolgados, figuran el neurocirujano Ben Carson, a la deriva luego de un arranque por todo lo alto, y el cadete del partido, viejo aspirante a general y ex gobernador de Florida, Jeb Bush, que apenas llega al 3,8% a pesar de su formidable maquinaria electoral.
¿Y los demócratas? Clinton manda en los sondeos a escala nacional sobre su rival, el senador por Vermont Bernie Sanders, con un 52,1% en intención de voto frente al 37,3% del segundo. Sucede, empero, que en Iowa la distancia es ya demasiado corta, 46,8 por 44,3%, y las alarmas demócratas ululan a pleno rendimiento. No es igual Clinton, curtida en tareas de gobierno, prestigiada/devaluada por mil batallas, con un discurso tan sólido como monocorde y ayuna de carisma, calculadora, lista y convencional, que el explosivo aventurerismo de un Sanders, del que se reconoce su portentosa habilidad en campaña, levantada a base de microdonaciones y voluntarios, pero del que cuesta creer un programa enfrentado con núcleo duro de las creencias de muchos estadounidenses. Ayer el «New York Times» le dio la puntilla con su respaldo a Hillary.
A partir de marzo, cuando comienzan algunas de las primarias decisivas, el populismo podría doblar la rodilla. Algo así le sucedió a Pat Buchanam en 1999, incapaz de mantener su fiebre redentorista. O bien, los príncipes del verbo en llamas alcanzarán la nominación y, finalmente, caerán arrollados en las elecciones, como Barry Goldwater en 1964. Ciertamente todos ellos, Trump, Sanders, Cruz, etc., necesitan que aumente la participación. Arrastrar hacia las urnas al votante ocasional, más allá del disciplinado militante. Si no lo logran, sus posibilidades caerán en picado. A esa esperanza, entre la aritmética, los vaticinios demoscópicos y el dictamen de los sociólogos, le rezan no ya Bush o Clinton, que seguro, si no también a buena parte del país y, casi, del resto del mundo.
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