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Desarmados frente a la barbarie

Vulnerabilidad, auge de los extremismos. Los líderes europeos se sienten incapaces de frenar la ola de ataques. Franceses y belgas evitan lugares públicos, Londres revisa las medidas de seguridad... pero cunde la sensación de impotencia.

Desarmados frente a la barbarie
Desarmados frente a la barbarielarazon

Vulnerabilidad, auge de los extremismos. Los líderes europeos se sienten incapaces de frenar la ola de ataques. Franceses y belgas evitan lugares públicos, Londres revisa las medidas de seguridad... pero cunde la sensación de impotencia.

El atentado de 14 de julio en Niza no sólo segó la vida de 84 personas e hirió a 303, sino que ha dejado instalado entre buen número de franceses un fuerte sentimiento de vulnerabilidad. Ayer por la mañana, en París, llamaba la atención la falta de público en los grandes centros comerciales. «¿Que si han tenido efecto los atentados? Júzguelo usted misma. En pleno periodo de rebajas, y no hay un alma», comentaba una vendedora cruzada de brazos y aburrida por la falta de trabajo. «Francia está al borde de la crisis de nervios, Francia tiene miedo», sentenció el pasado martes el diputado radical Alain Tourret durante el debate sobre la prolongación del estado de emergencia tras el atentado de Niza.

La multiplicación de atentados, la amenaza omnipresente y el discurso alarmista de los políticos han generado una especie de parálisis en el alma de la sociedad francesa. En la mente de una gran mayoría se ha instalado la idea de que «puede suceder en cualquier momento». Es el caso de Marie B., que ya se ha planteado qué podría hacer un hombre como Mohamed Lahouaiej Bouhlel, en Montorgueil, una calle peatonal y llena de comercios, que atraviesa todos los días para ir a su despacho. Y según los responsables políticos, no se trata de quimeras.

Para el primer ministro, Manuel Valls, los franceses deben aprender a vivir bajo la amenaza terrorista. «El Estado Islámico (EI) quiere destruir nuestras democracias», ha asegurado en diversas ocasiones. Por ello, a pesar de que el mismo 14 de julio, François Hollande anunció que «no se puede prolongar eternamente el estado de emergencia» y de que Francia disponía ya de «una ley que permite actuar contra el terrorismo». Los hechos de Niza, diez horas más tarde, le obligaron a echar marcha atrás. Y como no podía contentarse con un poco más de lo mismo, el presidente de la República lanzó una llamada a todos «los franceses patriotas que lo deseen» para formar parte de la Guardia Nacional constituida por la reserva operacional, formada por voluntarios y militares retirados, y la reserva ciudadana, con labores de comunicación. Pero, ¿servirá este nuevo instrumento para combatir en una guerra? Porque de eso se trata según Manuel Valls, de una guerra que «será larga» y en la que «habrá todavía inocentes que mueran». Y sólo un 33% de franceses confía en la capacidad del Gobierno para hacerle frente.

Todavía más inquietantes son las declaraciones del director de los Servicios de Información franceses, Patrick Calvar, que afirmó en la Asamblea el 10 de mayo su inquietud ante «los extremismos que aumentan por todas partes». Sus hombres se están interesando especialmente por «la ultraderecha, que no espera otra cosa que la confrontación (...) uno o dos atentados más, y tendrá lugar». Para Calvar no hay duda, Francia está «al borde de la guerra civil». Y como señala Jérôme Fourquet, director de Opinión y Estrategias de Empresas, del instituto de sondeos Ifop, «el espectro de la guerra civil sobre una base de enfrentamientos comunitarios planea desde hace un tiempo en la sociedad francesa». Fourquet pone de relieve que éste es el escenario de varias novelas recientes, como el último libro de Michel Houellebecq, «Sumisión»; y es un tema frecuente entre diversos ensayistas conservadores como Eric Zemmour o Ivan Rioufol.

Las investigaciones realizadas por Ifop «no indican un deterioro de la imagen de la población musulmana tras los atentados», pero esa imagen «era y sigue siendo muy negativa», un 68% piensa que los musulmanes no se han integrado en la sociedad francesa. Y Fourquet concluye que, aunque la islamofobia no se ha extendido y la situación parece que está bajo control, «una parte de la población, ciertamente minoritaria, pero suficientemente numerosa, está a fuego vivo».

El miedo y sus consecuencias se extienden también en otros países europeos. Es el caso de Bélgica y Gran Bretaña. Los atentados del 22 de marzo en el aeropuerto y el metro de Bruselas han dejado a la población traumatizada. Un 44% de los bruselenses no se sienten seguros, y en cuanto al resto de la población, uno de cada cuatro belgas evita simplemente ir a la capital y procura no frecuentar los espacios públicos ni los transportes en tren y autobús. Uno de cada tres no usa el avión y el metro. Pero ha sido el atentado de Niza lo que ha hecho reaccionar a las autoridades belgas, que reforzaron las medidas de seguridad con motivo de la fiesta nacional aunque, según el primer ministro, Charles Michel, no había «indicaciones concretas y precisas de amenazas». También Londres ha anunciado que revisará sus medios de lucha contra el terrorismo. El alcalde Sadiq Khan declaró que iba a «pasar revista a las medidas de seguridad», a pesar de que después de los atentados de julio de 2005, que mataron a 52 personas, Londres puso en marcha un dispositivo antiterrorista que hasta ahora ha mostrado su eficacia. Basado, sobre todo, en la información, con la interceptación de mensajes y conversaciones, además de la multiplicación de cámaras de vigilancia y la instauración de un fichero de pasajeros.