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Niza

«Creo que está muerto. ¿Dónde va estar un niño de cuatro años por ahí perdido?»

Tahrar Mejri confirmó ayer la peor de las noticias: su hijo había muerto. Aún hay 16 víctimas sin identificar

Tahar Mejri, que un día antes se había enterado de la muerte de su mujer, en el momento de conocer la de su hijo, el pequeño Kilian larazon

Tahrar Mejri confirmó ayer la peor de las noticias: su hijo había muerto. Aún hay 16 víctimas sin identificar

Aún quedan 16 cuerpos por identificar de entre las 84 personas que perecieron en la carrera mortal que realizó el tunecino Mohamed Boulhel, de 31 años, al volante de un camión frigorífico por un atestado paseo marítimo de Niza. Ayer eran muchos los familiares que acudieron al hospital Pasteur para conocer la suerte de los allegados de los que no tienen noticias desde el día de la catástrofe, al igual que en el centro pediátrico Lenval, adonde fueron trasladados la mayor parte de los menores.

Kamel Mejri era uno de ellos. Acompañó a su hermano, que no tenía noticias de su hijo de cuatro años. «Estaba con su madre, que ha aparecido muerta. Pero del hijo no sabemos nada», aseguraba, con poca esperanza de tener suerte. «Creo que estará muerto. ¿Dónde va a estar un niño de cuatro años por ahí perdido?», se preguntó. La portavoz del hospital infantil, Stéphanie Simpson, señaló que cinco de los niños internados estaban todavía en estado crítico, uno había sido estabilizado y tres estaban con respiración artificial. También hay un niño de ocho años, probablemente extranjero, que está pendiente de ser identificado. El de menor edad de los hospitalizados tiene seis meses. La ministra francesa de Sanidad, Marisol Touraine, aseguró que 26 de los heridos siguen en estado crítico. Junto al hospital se sitúa el centro de apoyo a las víctimas, donde psicólogos voluntarios prestan apoyo profesional a los supervivientes traumatizados o a los familiares desesperados por no encontrar a sus allegados. Claudine y Michel acuden con fotos de un amigo de su hijo, del que no tienen noticias desde la noche fatídica. «Ni en los hospitales ni en el centro de apoyo a las víctimas nos han dado información», aseguran desesperados. Vuelven al hospital. En la puerta, Kamel Mejri llora desesperado. Su hermano gesticula, levanta los brazos al cielo y grita impotente. Le acaban de informar de que su hijo de cuatro años figura entre los muertos, informa Efe desde Niza.

Tras el sangriento ataque del tunecino radicalizado, un total de 303 personas fueron ingresadas en los hospitales de Niza. Todavía hay 121 víctimas a las que no se les ha dado el alta, una treintena de ellas son menores. Además, se teme por la vida de 26 heridos que se encuentran aún en cuidados intensivos, entre ellos cinco niños. Bouhlel se llevó por delante hasta a familias enteras. Arrasó con las vidas de decenas de desconocidos. Los Locatelli, François y Christiane, una pareja de jubilados de Luxemburgo, estaban de vacaciones con su hija de 55 años, Veronique Lion, y su nieto de 28, el profesor de Economía Michael Pellegrini. Todos son víctimas del tunecino.

En el recorrido mortal de Bouhlel, padre de tres hijos, también se quedaron vidas partidas, personas que se salvaron de una muerte segura por apenas unos milímetros y que según los expertos, a pesar del júbilo por vivir, el sentimiento de culpa nunca desaparece. Las amigas y estudiantes rusas Viktoria Savchenko y Polina Serebryannikova, de 22 años, estaban juntas celebrando el Día de la Bastilla. Viktoria fue arrollada y Polina fue testigo de cómo falleció su amiga. «Ella y yo estábamos paseando por el Paseo de los Ingleses. Vimos el camión moverse en una extraña trayectoria. Mi amiga fue golpeada y pereció», relató la joven al «Daily Mail». Polina tiene rotos varios dedos de los pies y un tobillo, y tiene muy hinchada una pierna.

La familia Chrzanowska ha perdido a sus dos de sus hijas. Magdalena y Marzena estaban de vacaciones en Niza con sus otras hermanas, que sí han sobrevivido al ataque, según contó a AFP el padre Jan Antol, párroco de la iglesia de Krzyszkowice, de 2.100 habitantes. «Ellas eran formidables y muy queridas. Las jóvenes ayudaban mucho a su padre, que era viudo. Su madre murió hace cuatro años». Jan Antol aseguró que el padre de las jóvenes estaba «profundamente traumatizado».