Oriente Medio
Arabia Saudí, satisfacción contenida ante el nuevo escenario en Oriente Medio
Riad trata de ganar influencia regional a costa de la erosión sufrida por Irán a través de sus fuerzas interpuestas sin poner en riesgo la normalización en curso con Teherán
Con laconismo, la agencia de noticias oficial saudí SPA se limitó a informar de que en el encuentro celebrado ayer en Riad entre el secretario de Estado de EE UU, Antony Blinken, y el ministro de Exteriores saudí, Faisal bin Farhan, «se analizó la evolución de los acontecimientos regionales, sobre todo la situación en Gaza y en Líbano», además de los esfuerzos conjuntos que se están llevando a cabo para detener la escalada en Oriente Medio. En cambio, según el Departamento de Estado, los jefes de las diplomacias de Estados Unidos –Blinken se encuentra embarcado en su undécima gira regional desde octubre de 2023, la primera desde la escalada en Líbano– y Arabia Saudí fueron más allá en su conversación para «continuar las conversaciones sobre cómo establecer la seguridad, la gobernanza y la reconstrucción en el período posterior al conflicto» en la Franja de Gaza.
Una de las pocas certezas que ofrece el cambiante escenario de Oriente Medio es que Arabia Saudí, líder espiritual del mundo árabe suní, primer exportador mundial de petróleo y socio preferente de Estados Unidos, aunque haciendo gala de una agenda exterior cada vez más autónoma, está llamada a jugar un papel destacado en el escenario que comienza a dibujarse –aún borroso– en la región.
Aunque las autoridades israelíes advierten de que la ofensiva contra Hamás en Gaza puede prolongarse «durante meses» y la que llevan a cabo simultáneamente contra Hizbulá en Líbano está lejos de haber concluido, Estados Unidos –ayer el secretario de Estado volvió a instar a poner fin a la guerra en Gaza y la liberación de los rehenes en manos de la milicia islamista palestina– tiene la vista en una solución política para la Franja y quiere que Riad sea protagonista.
Conscientes de que la precariedad de la situación en materia de seguridad que vive la región, las autoridades saudíes observan con prudencia, entre la satisfacción y la preocupación, el escenario regional. Satisfacción, por un lado, porque su gran rival por la hegemonía regional, la República Islámica de Irán, ha sufrido un importante castigo al ver debilitarse a la más poderosa de sus fuerzas proxy, el partido y milicia libanés Hizbulá –al tiempo que Hamás, también alineada al Eje de la Resistencia en su ofensiva contra «la entidad sionista» y Estados Unidos, ha visto, por su parte, perder gran parte de su potencial bélico en el último año–.
Y, por otro lado, preocupación: con los frentes de Gaza y el Líbano abiertos la posibilidad de un estallido bélico regional entre Israel e Irán –en espera de la respuesta de Israel al lanzamiento de misiles balísticos el pasado 1 de octubre– está lejos aún de poder descartarse. Riad sabe que un ataque israelí contra infraestructura nuclear o energética iraní podría tener una réplica en eventuales agresiones contra sus propias instalaciones petroleras llevadas a cabo por fuerzas proxy como, sobre todo, los hutíes de Yemen o fuerzas chiíes alineadas con Teherán en Siria o Irak. No en vano, la milicia yemení ya llevó a cabo varios ataques contra instalaciones de Aramco en 2019 y 2022.
Para evitar una agresión de esta naturaleza, que podría tener graves consecuencias para los mercados mundiales del petróleo, la monarquía saudí sabe que es necesario preservar el proceso de normalización diplomática en curso con la República Islámica. Gracias a los auspicios de China, Arabia Saudí y la República Islámica –Riad rompió con Teherán a comienzos de 2016– restablecieron relaciones en marzo del año pasado sobre la base teórica del respeto a la soberanía mutua y de la no interferencia en los asuntos internos.
El otro gran reto para Arabia Saudí será recuperar la influencia perdida en Líbano en los últimos años –su metáfora fue la caída en desgracia del ex primer ministro Saad Hariri–, la cual ha tenido su correlato en la cada vez mayor influencia de Irán en el país de los cedros a través de Hizbulá. Precisamente el debilitamiento de la organización chií puede abrir la puerta a un papel más relevante de la monarquía saudí empezando por contribuir a la elección de un presidente –Líbano lleva más de dos años sin jefe de Estado–, concretamente al candidato Joseph Aoun, actual jefe de las fuerzas armadas, el favorito de Occidente.
Más difícil parece por ahora un acercamiento con el Estado judío a la vista de que la ofensiva israelí en Gaza y Líbano está lejos de concluir y teniendo en cuenta el creciente rechazo de la opinión pública árabe en general y saudí en particular hacia esta posibilidad. Aunque en las vísperas del 7 de octubre de 2023 el acuerdo parecía inminente, las autoridades saudíes han insistido en que no tienen nada que negociar con el Gobierno del primer ministro Benjamin Netanyahu si no se produce previamente un reconocimiento del Estado palestino, algo que parece más lejos que nunca. En la última Asamblea General de Naciones Unidas el ministro de Exteriores saudí condenó «las prácticas bárbaras» de Israel contra «los indefensos palestinos» y se refirió al restablecimiento de relaciones con la Siria de Bashar Al Asad y con Irán, e instó a forjar una alianza de naciones para el reconocimiento de un Estado palestino soberano.
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