África
¿Cuáles son las amenazas del “flanco sur” que señala la OTAN?
La OTAN ha señalado en Madrid que África es una amenaza y un “terreno fértil para el yihadismo”
El pasado miércoles, la OTAN tomó la decisión histórica de reconocer las “amenazas del flanco sur”, refiriéndose al aumento del yihadismo en ciertas zonas de África y a la creciente influencia rusa en el continente. En acuerdo con esta decisión, la organización pretende reforzar los efectivos militares destinados al sur de Europa (incluyendo un aumento de barcos estadounidenses en la base gaditana de Rota) con el fin de defender adecuadamente las fronteras de Occidente. Aunque esta decisión ofrece numerosas alternativas positivas de cara a la lucha antiterrorista, la ambigüedad del término “amenaza” corre el peligro de generar un aumento de la xenofobia en Europa, que ya es alta de por sí en numerosos países. Por tanto, cuando hablamos de un continente con 1.300 millones de habitantes, es preciso señalar qué supone una amenaza en este flanco sur y qué no lo es, antes de caer en los errores del pasado.
El concepto de “frontera avanzada” es una clave para comprender el enfoque de Europa sobre la amenaza yihadista. Implica básicamente que las fronteras de España, por ejemplo, no se limitan a Ceuta y Melilla, sino que abarcan un espacio mayor, con la intención de frenar las amenazas antes de que estas se presenten en la frontera propiamente dicha. Rusia también aplicó este concepto de frontera avanzada cuando señaló que la cercanía de la OTAN hacia los países del Este suponían un grave riesgo para su integridad territorial. El concepto de frontera avanzada está muy presente en el mundo actual y es una de las principales causas de la invasión rusa a Ucrania y también del abanico de misiones europeas desplegadas actualmente en la zona del Sahel.
Amenazas del flanco sur
El yihadismo es la amenaza más inmediata del flanco sur. Los grupos terroristas que han proliferado en los últimos quince años, especialmente en la zona del Sahel, han provocado una enorme desestabilización en los países directamente afectados (Níger, Malí, Burkina Faso y Nigeria) y una creciente amenaza de inseguridad en los países de su entorno (Mauritania, Chad y Camerún, principalmente). Acudiendo a las cifras, cabe a destacar que casi 900 cristianos fueron asesinados por extremistas del islam en el primer trimestre de 2022, mientras que Burkina Faso tiene que lamentar una media de 600 muertes anuales a causa del yihadismo. Como ya explicó LA RAZÓN la semana pasada, el crecimiento del yihadismo en África, motivado tanto por la incursión de grupos extremos procedentes de Oriente Medio como por la radicalización de conflictos interétnicos, ha sufrido una subida exponencial en los últimos años que hace peligrar las fronteras europeas.
En una conversación con un teniente coronel destinado en Malí hace un año, este insistía en la correlación inevitable entre el yihadismo y la inmigración: “un yihadista maliense puede cruzar a Senegal, Argelia o Mauritania a través de cualquiera de los centenares de puntos fronterizos no controlados por las fuerzas de seguridad africanas. Una vez se sitúa en un país costero, este yihadista hipotético solo necesita subirse a una patera de tantas para cruzar a Europa y acceder a nuestro continente con el fin de atentar o, en todo caso, captar a elementos vulnerables ya asentados en el continente europeo”. Insistía que la manera de evitar este riesgo pasaba no solo por efectuar un mayor control de fronteras, sino evitando la radicalización de los individuos en su país de origen. Una radicalización que los expertos reconocen que no solo se debe a los elementos religiosos, sino también a los conflictos interétnicos y el bandidaje presentes en la región y que suelen generar sentimientos de venganza que llevan a ciudadanos corrientes a enrolarse en grupos yihadistas. La amenaza yihadista del frente sur viene de la mano de los conflictos interétnicos: sin una correcta gestión de estos conflictos motivados por el trasfondo étnico, no importa cuán altas sean las vallas en Europa ni cuántos soldados se envíen a África, que el yihadismo seguirá creciendo en la región.
Asimismo, el acercamiento de Rusia a determinados países africanos supone una amenaza tanto física como económica. El creciente control de Moscú sobre Madagascar, Guinea Conakry, República Centroafricana y Malí, entre otros países, ha deteriorado la situación democrática de estos países: en Madagascar gobierna un Presidente cuya campaña electoral fue financiada desde el Kremlin, Conakry y Malí se encuentran gobernados por sendas dictaduras militares que accedieron al poder mediante golpes de Estado y que ahora manejan una serie de negocios relacionados con la extracción de materias primas para beneficio ruso, República Centroafricana es actualmente uno de los países más violentos del mundo y donde las matanzas y los asesinatos son tan comunes que, lamentablemente, ya ni siquiera están considerados como noticia. Rusia colabora en la desestabilización de las regiones en las que influye, manejando la violencia para distraer a la población local y extraer los recursos naturales: solo en Conakry se calcula que 3/4 de sus minerales acaban en empresas rusas.
Qué no es una amenaza
Escribo desde la terraza de mi hotel en Bamako y una amable mujer pasa la escoba por el porche de la piscina. Lo hace despacio porque hoy es un día caluroso. De vez en cuando desaparece de mi campo de vista, cuando el calor es insoportable para ella y necesita entrar en el cuarto de servicio para beber un traguito de agua. Está tan centrada en su trabajo y en su mundo que ignora mi existencia, apenas dos pisos por encima de ella. Las chanclas que calza resuenan por todo el hotel mientras se arrastran por el suelo. Esta mujer, que también me ha servido un riquísimo desayuno de frutas y bollería, se llama Fatu, y Fatu tiene tres hijos que cuidar. Fatu no es una amenaza. Es una persona normal con sus propios problemas.
Babacar es un amigo mío de Saint Louis, Senegal. Su novia es española con residencia en Madrid y él voló ayer a España por primera vez. Obtuvo el visado en el consulado español y su próximo paso, asegura “es conseguir trabajo en España y obtener la residencia de manera legal”. Babacar es fontanero en Senegal y sueña con ser fontanero en España. Lo tiene difícil, lo sabe bien, pero sueña con eso. Babacar tiene una sonrisa abierta y franca, es alto y fuerte; es musulmán, un buen musulmán, aunque en ocasiones no es el hijo perfecto y deja que sus dedos se deslicen hacia el botellín de una cerveza. Babacar es un soñador. Babacar es fontanero. Babacar no es una amenaza.
Kadé es un pintor maliense y un apasionado de su arte. También él es musulmán. Desde su residencia en Bamako configura sus creaciones que ya han sido expuestas en varios países europeos y africanos, mientras dedica sus horas libres a reflexionar sobre cómo puede expresar la confraternización de civilizaciones a través de sus obras. Él no quiere vivir en Europa porque Malí es su país y considera que “en ningún lugar puede uno estar mejor que en su propia tierra”. Kadé tiene muchos amigos que son como él, jóvenes africanos con su propia forma de ver el mundo y sus propias ilusiones y proyectos. Forma parte de una nueva generación africana que ha tenido acceso a la educación escolar y universitaria, en un mundo globalizado e interconectado por las redes sociales. Kadé habla de Voltaire, de Hollywood y de Mahoma con la misma facilidad. Kadé es un artista, un torbellino creativo, reflexión y pasión. Kadé no es una amenaza.
Ibrahim fue abandonado en las calles de Addis Abeba cuando tenía cinco años. Ahora tiene treinta años pero todavía piensa que un día recuperará a su madre. Unos religiosos cristianos le encontraron de chiquito mendigando, descalzo, aturullado en las calles estrepitosas de la capital etíope y lo llevaron con ellos a su residencia, que además es un centro para personas con diversidad funcional. Desde que tiene seis años, hasta hoy, Ibrahim ha cuidado de personas con diversidad funcional. Dedicó tanto al cuidado de estas personas que no tuvo tiempo para acabar sus estudios escolares hasta que cumplió los veinte años. Ibrahim no quiere ser médico ni soldado ni político ni ninguno de los sueños de los jóvenes africanos. Él solo quiere cuidar de las personas con diversidad funcional y encontrar a su madre, “si es el deseo de Alá”. Ibrahim no es una amenaza. Es una buena persona. Es un santo anónimo.
✕
Accede a tu cuenta para comentar