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Las secuelas de Chernóbil 35 años después
El peor desastre nuclear de la historia pervive entre el simbolismo y los efectos secundarios
Familiares de los fallecidos en Chernóbil siguen saliendo a las calles de Kiev 35 años después del peor desastre nuclear de la historia. Con fotografía en mano, viudas, hijos y madres exigen al Gobierno ucraniano una mayor transparencia y que reconozca lo que ellos consideran son enfermedades derivadas de la radiación. Miles de personas que no han llegado a desarrollar cáncer, pero sí problemas de tiroides siguen buscando soluciones a su padecimiento sin ayuda del estado.
El 26 de abril de 1986, el cielo brillaba en la frontera norte de la actual Ucrania y una nube radioactiva flotante se extendió sobre Bielorrusia y Rusia. Una serie de explosiones destruyeron la estación del reactor número 4 de la central nuclear Vladimir Ilich Lenin, comúnmente conocida como Central de Chernóbil. Cientos de empleados y bomberos de la ciudad combatieron un incendio que ardió durante 10 días. Oficialmente 50 trabajadores de la central y bomberos que acudieron a sofocar el incendio murieron en ese momento.
Sin embargo, son más las personas que siguen perdiendo la vida debido a enfermedades relacionadas con la radiación. El número total de muertos y afectados continúa siendo objeto de debate. Las autoridades evacuaron a 120.000 personas de la zona, incluidos 43.000 de la ciudad de Prípiat. En esta urbe, construida para albergar a los trabajadores de la central nuclear de Chernóbil, la naturaleza ha recuperado su territorio. Los árboles brotan sin ningún temor desde el interior de las casas y traspasan lentamente los techos. Las fotos familiares aún cuelgan en las paredes y los enseres personales siguen en las repisas.
Los expertos calculan que la zona de 30 kilómetros alrededor de la central nuclear podrá ser habitada dentro de 20.000 años. Los impactos para la salud humana siguen siendo una tarea difícil y vaga de evaluar. La estimación de muertes relacionadas con la radiación en la zona de exclusión –4.000 kilómetros– en territorio ucraniano y bielorruso varían de 4.000 a 200.000. A día de hoy, los trabajadores continúan el largo proceso de asegurar el lugar. Un sarcófago de 30.000 toneladas cubre el reactor para evitar que la radiación se extienda y permite así a las grúas robóticas desmantelar los restos radiactivos.
La Organización Mundial de la Salud (OMS), en un informe de 2006, asoció el cáncer de tiroides, leucemia, cataratas y depresión como efecto a la exposición a la radiación. Según la OMS, hasta 2016, se contabilizaron 11.000 casos de cáncer de tiroides en niños y adolescentes y se prevé una mayor incidencia a medida que la población objetiva envejece. Hasta ahora, la tasa de supervivencia en la experiencia bielorrusa es del 99%. Los problemas relacionados con la salud mental representan una amenaza mucho mayor para las comunidades locales que la exposición a la radiación.
Los mitos persistentes y la falta de información clara a las personas que fueron expuestas son, según la agencia de Naciones Unidas, un grave problema ya que «producen un impacto psicológico dañino con autoevaluaciones médicas fatalistas, creencia de una vida más corta, falta de iniciativa y dependencia del Estado». Este mismo mes de abril la investigación del genetista Stephen Chanock, director de la División de Epidemiología y Genética del Cáncer en el Instituto Nacional del Cáncer de Estados Unidos y publicada por la revista «Science», llegó a la conclusión de que no se puede encontrar evidencia de transmisión de cualquier tipo de mutación de padres expuestos a la radiación a hijos concebidos después de la explosión. El estudio se realizó en una muestra de 130 niños nacidos entre 1987 y 2002 de progenitores que trabajaron en la limpieza de la central de Chernóbil, y por lo tanto, expuestos de una manera directa a la radiación. La publicación de Chanock no descarta que en el futuro se puedan desarrollar problemas de salud, pero asegura que no representarán un desafío a la sanidad pública para Ucrania.
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