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Cuba

Miguel Díaz-Canel: la hora del delfín gris del castrismo

El presidente cubano es elegido líder del Partido Comunista de Cuba en reemplazo de Raúl Castro. Una crisis económica brutal y consolidar su liderazgo serán sus principales retos

No hubo sorpresas. El VIII Congreso del Partido Comunista de Cuba eligió a Miguel Díaz-Canel como sucesor de Raúl Castro en el cargo de primer secretario. Reunidos en el Palacio de Convenciones de La Habana sin presencia de la prensa internacional, sus delegados cumplieron el deseo del dictador, que el pasado viernes confirmó su retirada, y eligieron al delfín al que ha estado mimando y vigilando a partes iguales desde que ya en 2018 arrancó su plan para un relevo en la gerontocracia comunista.

Si entonces Díaz-Canel asumió los cargos de presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, ahora recaerá sobre él la dirección del partido, al que la Constitución cubana atribuye el carácter de “fuerza política dirigente superior”.

Así, pasará a convertirse en el dirigente que concentra las mayores cotas de poder institucional en Cuba. Aunque no está claro que vaya a concentrar el poder real. Sin el carisma y prestigio de Fidel Castro, Raúl entre sus conmilitones, Díaz-Canel se verá obligado a buscar un nuevo estilo de gobernar, más colegiado.

Hasta ahora, Díaz-Canel ha sido un gobernante bajo custodia de sus mayores. No pudo quedar más claro cuando el pasado diciembre anunció una histórica reforma monetaria en la televisión estatal flanqueado por un silente Raúl Castro.

Ahora le toca volar solo, con el primer desafío de resucitar una economía esclerótica y rematada por la pandemia de covid-19, que obligó al gobierno a adoptar cambios económicos que llevaba años postergando.

El nuevo líder se enfrenta a la dicotomía crítica que atenaza a la dirigencia, la de cómo reformar una economía totalmente disfuncional sin que la apertura implique cambios políticos indeseados.

¿Reformista o burócrata gris?

¿Pero quién es realmente Miguel Díaz-Canel? Para algunos, un reformista que aún no se ha atrevido a reclamar los cambios que reclama el decrépito edificio de la dictadura.

Para la mayoría, un burócrata gris elegido a dedo para mantener a flote un retrógrado sistema político.

A punto de cumplir 61 años, este hombre corpulento, canoso, de voz áspera y mirada metálica es el máximo exponente de la generación de funcionarios que no vivió la lucha contra Fulgencio Batista.

Él es de los que nunca se desvió de la doctrina oficial, sabedor de que hacerlo significaba caer en desgracia para siempre.

Oriundo de la ciudad de Placetas, en la provincia de Villa Clara, este descendiente de inmigrantes asturianos se casó en segundas nupcias con una profesora universitaria y tiene dos hijos con su anterior mujer.

Tras completar sus estudios de Ingeniería en la Universidad de Las Villas, en 1985 empezó a trabajar allí como profesor. Dos años después se enrolaba en la Unión de Jóvenes Comunistas, el primer paso de su incipiente carrera política.

Poco después, sus superiores se fijaban en las cualidades de un joven que admiraba la música de los Beatles pero leal sin matices a la causa socialista. Al poco tiempo, lo enviaron en una de las misiones cubanas de apoyo a la Nicaragua sandinista.

En 1993 regresó a Cuba y se convirtió en primer secretario del PCC en su provincia natal.

En aquellos años especialmente duros para los cubanos, Díaz-Canel se reveló como un perseguidor implacable del mercado negro de artículos esenciales al que abocaban la escasez y los controles oficiales.

También muestras de una tolerancia hacia la diversidad sexual que siempre brilló por su ausencia en una revolución que encarceló a centenares de homosexuales y defendió el club El Mejunje de Santa Clara, hostigado por los más intransigentes y emblemático para la comunidad LGTB local.

En 2003, Fidel Castro, de visita en su provincia, quedó impresionado por la masiva bienvenida que Díaz-Canel logró organizar en pocas horas. Ese mismo año, Raúl lo promovió al Buro Político del PCC. Fue entonces cuando, según el diplomático cubano Carlos Alzugaray nació entre ambos una relación de “maestro y discípulo predilecto”.

A partir de ahí no paró de escalar. Ministro de Educación en 2009, cuando en 2013 se le nombró vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros se le empezó a considerar ampliamente en Cuba como el sucesor “in pectore” de Raúl Castro.

Quienes lo han tratado destacan su timidez y cautela, y su mentalidad pragmática. Solo el tiempo dirá si con eso le alcanza para mantener a flote el buque que ha heredado y conservar el apoyo de sus compañeros a bordo cuando Raúl ya no esté para pedirles que lo hagan.