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Diez años después, la ira crece en la ciudad tunecina donde comenzó la “Primavera Árabe”

Muchos tunecinos de las ciudades más pobres lamentan que sus sueños sigan sin cumplirse

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Hace diez años, un vendedor de frutas ambulante se prendió fuego en la ciudad de Sidi Bouzid, en el centro de Túnez, después de un altercado con una agente de Policía sobre dónde había dejado su puesto. La noticia del desafío de Mohammed Bouazizi se difundió rápidamente, provocando protestas en todo el país que finalmente derrocaron al líder de Túnez y ayudaron a inspirar revueltas similares en toda la región: la llamada “Primavera Árabe”.

Estallaron enormes manifestaciones en Egipto y Bahrein, los gobiernos cayeron y la guerra civil envolvió a Libia, Siria y Yemen.

Diez años después, los tunecinos ahora son libres de elegir a sus líderes y pueden criticar públicamente al estado. Sin embargo, a pesar de todo el caos por el que han pasado, muchas personas recuerdan los acontecimientos de 2010 y lamentan que sus sueños sigan sin cumplirse.

Algo salió mal en la revolución”, asegura Attia Athmouni, un profesor de Filosofía jubilado que ayudó a dirigir el levantamiento después de la muerte de Bouazizi al pararse junto al puesto abandonado del frutero para dirigirse a la multitud la noche en que murió.

Las protestas han estallado nuevamente en las últimas semanas en las ciudades más pobres del sur de Túnez contra el desempleo, los servicios estatales deficientes, la desigualdad y la escasez. La lucha por obtener suficiente gas para cocinar para las familias subraya las dificultades a las que se enfrenta la gente común en un país donde la economía se ha estancado, dejando a la población tan enfadada como hace una década. Cerca de Sidi Bouzid la semana pasada, una multitud colocó grandes piedras en la carretera principal para bloquearla. Querían desviar un camión con bombonas de gas para cocinar de la ciudad a su pueblo. Los suministros han escaseado en Túnez desde que las personas que vivían cerca de la principal fábrica estatal que producía el gas cerraron la planta hace varias semanas para demandar más empleos locales.

Fuera de la principal tienda de gas para cocinar en Sidi Bouzid, tres furgones de la Policía antidisturbios custodian la puerta mientras cientos de personas esperan para llevarse una bombona. Una mujer al frente de la multitud asegura que no ha tenido gas durante tres días y que su familia ha estado comiendo solo alimentos fríos y que ha hecho cola durante seis horas y media.

Revolución

Es muy probable que se den manifestaciones más grandes en Túnez el jueves, el aniversario de la autoinmolación de Bouazizi, después de que le confiscaran su puesto de frutas cuando se negó a salir de un sitio para el que no tenía licencia. Slimane Rouissi, otro activista de Sidi Bouzid y ex profesor que conocía a la familia de Bouazizi, asegura que el joven había soportado una serie de reveses antes de la confrontación final. Se empapó de gasolina y se suicidó frente a la oficina de la gobernación local.

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Cuando Athmouni, el maestro jubilado, se enteró del incidente, dio por terminada su clase y les dijo a sus alumnos que comenzaran a protestar. Esa noche, cuando cientos de personas se reunieron frente a la gobernación y corearon consignas, escuchó por primera vez las palabras “el pueblo quiere la caída del régimen”, que pronto se convertirían en el eslogan de la revolución de Túnez. Durante las siguientes semanas las protestas crecieron. En enero de 2011, miles de personas marchaban en Túnez y el presidente Zine El-Abidine Ben Ali, en el poder durante 23 años, se dio cuenta de que el juego había terminado. Huyó a Arabia Saudí donde murió en el exilio el año pasado.

La revolución de Túnez se extendió. En Egipto, las multitudes obligaron a Hosni Mubarak a dejar el poder tras 30 años como presidente. Los levantamientos sacudieron Libia, Siria, Bahréin y Yemen.

La esperanza de un nuevo futuro democrático pronto se convirtió en un derramamiento de sangre, particularmente en Siria, Yemen y Libia, donde las guerras civiles atrajeron a las principales potencias por temor a que sus enemigos regionales obtuvieran una ventaja.

Aunque el camino de Túnez hacia la democracia ha sido mucho más fluido, su economía se ha deteriorado y los líderes políticos parecen estar paralizados. Las elecciones del año pasado arrojaron un parlamento amargamente fragmentado incapaz de producir un gobierno estable, con partidos discutiendo por escaños en el gabinete y posponiendo grandes decisiones. Más tunecinos están tratando de salir ilegalmente del país que nunca, mientras que la yihad atrae a los jóvenes desempleados. Una realidad que fue evidente en el reciente ataque en Niza por un joven migrante tunecino que mató a tres personas en una iglesia. “Hay una ruptura entre los políticos y el pueblo ahora porque el sistema no puede entender las demandas de la calle”, asegura amargamente Athmouni en un café de Sidi Bouzid lleno de jóvenes desempleados.

Sin inversión

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En las calles cercanas a la antigua casa de Bouazizi, un edificio de una sola planta tras una puerta de metal abollada, un grupo de jóvenes charla en una esquina. Sabri Amri, de 26 años, se ríe cuando le preguntamos si había votado en alguna de las elecciones posrevolucionarias de Túnez. Todo lo que él y su grupo de amigos quieren es emigrar, asegura. No hay trabajo y los jóvenes pasan el tiempo bebiendo o drogándose, agrega.

“Aquí tenemos genios: médicos, ingenieros. Conozco a un tipo que es ingeniero mecánico. ¿Qué hace ahora? Vende hierba solo para vivir”, cuenta Abdullah Gammoudi, un cualificado profesor de deporte que no tiene trabajo.

En Sidi Bouzid, los únicos signos tangibles de inversión desde 2011 son un nuevo edificio en las afueras de la ciudad para reemplazar la sede de la gobernación donde murió Bouazizi, y su monumento: un puesto de frutas garabateado con un grafiti que reza: “La gente quiere ...”

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Mohammed Bouali, de 37 años, estaba detrás de las oficinas del gobierno en la calle principal de Sidi Bouzid, con su carro lleno de naranjas, manzanas y plátanos. Él y Bouazizi solían trabajar en la misma calle. Aunque su trabajo, pesar frutas para los clientes con una balanza de mano pequeña, no produce lo suficiente para mantener a sus dos hijos, tiene pocas otras opciones. “El gobierno no proporcionará nada”, asegura.

La mujer policía que confiscó el puesto de Bouazizi hace 10 años sigue patrullando las mismas calles, sacando a los vendedores sin licencia de su zona. Athmouni cree que la respuesta son más protestas. Los levantamientos masivos en Argelia y Sudán expulsaron a los líderes atrincherados solo el año pasado. “Estoy convencido de que la revolución es continua”, dice. “Este año la ira es mayor que en el pasado”.