Joe Biden

Biden, un presidente de transición

El mandatario electo aboga por unir al país y dejar atrás la división en su primer discurso en Delaware. El demócrata aspira a ser un puente entre Obama y el futuro que representa Kamala Harris para devolver a Estados Unidos a la escena internacional

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Sus palabras resonaron en la noche de Delaware. «Prometo ser un presidente que no busca dividir, sino unificar», dijo, «Me siento honrado por la confianza que han depositado en mí. Prometo ser un residente que busca no dividir, sino unificar. Que no ve estados rojos y azules, sino Estados Unidos. Y que trabajará con todo mi corazón para ganarme la confianza de todo el pueblo. Porque de eso se trata Estados Unidos: de la gente». Más que ningún otro presidente en las últimas décadas Joe Biden aspira a ser el hombre de la transición. Del tránsito entre la Administración de Obama, de la que fue vicepresidente, y de su propia era, cuando pretende restituir muchas de las políticas truncadas en los últimos cuatro años. Biden, dos veces vicepresidente, 36 años de senador, representa la quintaesencia del político estadounidense de la vieja escuela. Un hombre forjado en Washington y acostumbrado tanto a los salones del poder como a los sinsabores de la tragedia. Despreciado a veces por los suyos y desde luego por sus enemigos. Pero también estimado por quienes valoran la capacidad para tejer alianzas y tender puentes antes que el carisma de rompe y rasga y la sobreactuación sectaria.

Fiel a su temperamento sosegado y su respeto reverencial por el campo de juego, sostiene que «Es hora de dejar de lado la retórica agresiva, de rebajar la temperatura y volver a vernos y escucharnos, y para avanzar hay que dejar de tratar a nuestros oponentes como enemigos. No son nuestros enemigos. Son americanos». Católico practicante, sostiene que «la Biblia nos dice que para todo hay una temporada, una época para construir, una época para cosechar, una época para sembrar y una época para sanar. Este es el momento de sanar en América». Días antes había comentado que «Nosotros, el pueblo, no seremos silenciados. Nosotros, el pueblo, no seremos intimidados. Nosotros, el pueblo, no nos rendiremos». Y eso que Trump seguía sin conceder su derrota. Hablaba de presuntas irregularidades. Se negaba a llamar a su rival y denunciaba, en una serie de declaraciones sin precedentes en la historia de Estados Unidos, que la carrera era una gigantesca montaña de corrupción y mentiras.

No es ningún secreto que Biden no se presentará a un segundo mandato. Tiene 77 años. Resulta inimaginable que un hombre de 81 aspire a uno de los trabajos más estresantes del mundo. Estos cuatro años le deben de servir para mantener con vida algunas de las conquistas de su antecesor. Ninguna más erosionada y cuestionada que el Obamacare. El imperfecto pero novedoso sistema de salud que obligó a suscribir seguros médicos y prohibió a las aseguradoras rechazar a los pacientes por sus dolencias previas a suscribir su póliza. Claro que Biden también estará a expensas del próximo fallo del Tribunal Supremo, que debe estudiar varias demandas relacionadas con la Affordable Care Act, que habría logrado incorporar al sistema de salud a otros 24 millones de estadounidenses.

Por otro lado este hombre generalmente acusado de tibio, mal visto por la izquierda del partido, nunca ha secundado las demandas de políticos como Bernie Sanders. Nunca ha creído en una sanidad pública universal y gratuita al estilo de muchos países europeos. Otro de los grandes caballos de batalla de Obama y Biden, la conservación del medio ambiente y la lucha contra el calentamiento global, regresará a la agenda. El presidente electo no oculta sus prioridades ni su talante. «Busqué esta oficina para restaurar el alma de América. Reconstruir la columna vertebral de la nación: la clase media. Hacer que Estados Unidos vuelva a ser respetado en todo el mundo y unirnos aquí en casa. Es el honor de mi vida que tantos millones de estadounidenses hayan votado por esta visión. Y ahora el trabajo de hacer realidad esta visión es la tarea de nuestro tiempo».

En su afán por retomar muchas de las ideas y políticas del pasado reciente Biden conecta también con muchas de las líneas maestras de los neocon de George W. Bush y Dick Cheney. Fue un entusiasta de la intervención estadounidense en Afganistán e Irak, aunque luego haya tratado de distanciarse. Colaboró y pactó a menudo con políticos como John McCain. «El resto del país nos está viendo», dijo durante su histórico discurso, «el resto del mundo nos está viendo. Así que vamos a asegurarnos de que tanto el país esté moviéndose hacia la unión como hacia el mundo que está en confusión. El mensaje es: Estados Unidos ha vuelto». Y sí, abundan los chistes gerontocráticos y las insinuaciones de que sufre alzheimer. Con la incertidumbre inevitable por edad no sería extraño que su vicepresidente, Kamala Harris, aspire a ser la Harry S. Truman de esta generación. El presidente de las políticas de transición sería, él mismo, un puente o mudanza entre el mito Obama y el proyecto todavía inédito boleto de la ex fiscal por California. Suponiendo que en 2024 su rival de 2020 no vuelva a presentarse y Biden no acabe siendo un interregno entre Donald y Donald. Biden, un corredor de fondo tiene ante sí cuatro años de vértigo. En uno de los momentos más dramáticos de su discurso apeló a Lincoln, a FDR, a Kennedy y a Obama. «Nos encontramos de nuevo en un punto de inflexión. Tenemos la oportunidad de vencer la desesperación y construir una nación de prosperidad y propósito. Podemos hacerlo. Yo sé que podemos. He hablado durante mucho tiempo sobre la batalla por el alma de Estados Unidos. Debemos restaurar el alma de América. Nuestra nación está formada por la batalla constante entre nuestros mejores ángeles y nuestros impulsos más oscuros. Es hora de que prevalezcan nuestros mejores ángeles», concluyó.