Estados Unidos
Convención Demócrata: Y Biden aceptó el reto
En un resultado más que previsible, la candidatura del que fuera el vicepresidente de Barack Obama fue oficializada con el apoyo de 3.558 delegados
Joe Biden aceptó la nominación después de que los representantes de los delegados de los estados lo proclamaran candidato de forma oficial. Lo hicieron desde todos los puntos de Estados Unidos, con fondo de cactus en Arizona, con un mar azul turquesa en Hawái y con coches recién horneados en Michigan.
Joe Biden recibió la candidatura acompañado por su esposa y sus nietos. Acto seguido procedió a colocarse la mascarilla. Toda una declaración de intenciones, habida cuenta de que el presidente al mando necesitó superar los 100.000 muertos y varios millones de contagios para exhibirse en público con una. Entre medias, una y otra vez, han sonado los ecos de “My city of ruins”, el himno que Bruce Springsteen dedicó originalmente a Asbury Park y que el 11-S transformó en un canto de reconstrucción para una Nueva York masacrada por el zarpazo yihadista.
Hubo tiempo para que hablasen dos ex presidentes, Jimmy Carter, 95 años, que habló sin aparecer delante de la cámara, y un Bill Clinton avejentado pero todavía capaz de descorchar sus encantos. Una de las críticas inevitables fue el contraste que ofrecía el minuto que el partido ofreció a Alexandra Ocasio-Cortez y las largas parrafadas reservadas para los viejos de la tribu y otros nombres sagrados. Es cierto que la neoyorquina tenía en contra que nunca ha militado entre los fieles de Biden. Pero su aparición, fugaz, destacó por contraste el aire gerontocrático que destilaban algunas secciones.
Entre los veteranos habló John Kerry, ex secretario de Estado y aliado fiel de Biden. Incidió en lo importantes que son para EE UU las alianzas internacionales, en la necesidad de mantener el pulso geoestratégico y en que la política exterior no puede improvisarse a golpe de tuit. Alertó de la facilidad con la que Donald Trump ha degradado los lazos que unen al país con muchos de sus aliados atlantistas.
Resonó con más fuerza otro ex secretario, nada menos que Colin Powell, que no dudó en denunciar que la nación está dividida y que el presidente está «haciendo todo lo que está en su mano para que siga así». Resultó notable escuchar el relato de la amistad que unió a Biden con el ex senador, y héroe de guerra, John McCain, y que entre otros hablara su viuda, Cindy McCain. McCain fue rival de Biden y Barack Obama en 2008. Por supuesto se trataba de subrayar que en otro tiempo y con otro candidato republicano es muy posible que estas elecciones hubieran enfrentado a los viejos camaradas. Pero que las especiales características de Trump han provocado que los distintos unan sus fuerzas en pos de un bien superior. La supervivencia de la república.
Antes de esto hubo tiempo para que Biden pudiera reunirse, a distancia, con varios enfermos. Todos ellos exprimidos por las brutales disparidades de un sistema que mantiene a decenas de millones sin seguro, o con un seguro insuficiente. Pero no hablaron de una sanidad universal, al estilo de Elizabeth Warren y Bernie Sanders, sino de expandir el Obamacare. Porque esta era la noche y esta es la candidatura para seducir a los indecisos, y a los moderados, y a los republicanos incómodos con el estilo del actual presidente.
Finalmente hablóJill Biden, esposa del candidato, la maestra que nunca se mostró excesivamente cómoda delante de los focos y que incidió, una y otra vez, en la zozobra de las familias ante la pandemia y en la necesidad de resistir juntos en tiempos oscuros.
Pareciera que cada jornada de la convención haya sido diseñada para tocar una clave distinta. La de hoy tenía que ver con la unión. Para los demócratas fue una noche más lograda, en términos de eficacia narrativa y potencia emocional, que la primera. Aunque las celebraciones extrañan el chisporroteo de enfrentar a una audiencia en directo, sirven para mantener el pulso de la campaña.
Jill habló desde el aula donde dio clases tantos años. La aparición de su marido, cuando remató su discurso, reforzó el aura de proximidad. Joe Biden no tiene, ni de lejos, los poderes dialécticos de los Obama y carece del embeleso que irradiaba Bill Clinton. Pero destila toda la empatía que por momentos parecía faltarle a Hillary Clinton. Con la política contemporánea volcada al espectáculo sentimental la calidez de Biden podría resultar más influyente que las cifras macroeconómicas y el flujo de pacientes en los hospitales.
Fue una carrera de un cuarto de siglo. Lo había intentado antes dos veces. Para Joe Biden a la tercera fue la vencida. A la sombra de su amigo Obama y con el recuerdo de la debacle de Hillary Clinton en 2016. Aceptó la nominación del partido el martes. Biden recibió la candidatura acompañado por su esposa Jill y sus nietos. Se le veía genuinamente emocionado. En cualquier caso Biden no olvidó ponerse la mascarilla: un acto político. Profundamente político después de que el presidente, Donald Trump, haya transformado algunas medidas higiénicas en un nuevo acto de las interminables guerras culturales.
Biden, que acostumbra a saltarse el guión del telepronter y no tiene problema en achuchar a la gente, lucía más vivo y humano que unas figuras ligeramente envaradas. Y tampoco le habría venido mal que hubiera hablado algo más alguien tan impetuoso y vehemente como Ocasio-Cortez. Por aquello de la juventud y de que no parezca que en los demócratas sólo hay octogenarios. Pero los arrebatos radicales de la neoyorquina, y su lealtad a Sanders, jugaban en su contra y habría alimentado el discurso de quienes dan por hecho que Biden será una marioneta en manos del ala izquierda del partido.
Es posible que Clinton guste mucho menos a los votantes más jóvenes de Nueva York o Los Angeles. Pero no es menos cierto que la cercanía de Ocasio-Cortez es veneno de cara al voto moderado, y este es el caladero que Biden necesita para coronarse.
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