Buenos Aires
El nuevo trono del Rey Lear
Miguel Ayanz
«Cuando me preguntaban hace años cuál era mi obra favorita, antes de que yo supiese que iba a trabajar sobre ella, siempre contestaba "El Rey Lear"». Con esa rotundidad se expresa Juan Mayorga. El hombre de moda en la escena española –acaba de ganar dos Max, como adaptador de «El enemigo del pueblo» y como autor de «El chico de la última fila»– firma ahora la versión de una obra, como decían en el Hollywood clásico, «bigger than life». «Creo que es la más grande. Es extraordinaria, una enciclopedia abreviada de la humanidad: están todos nuestros sentimientos y deseos. Y al mismo tiempo es una enciclopedia del teatro, porque abarca todos los estilos, los modos de hacer teatro. Precede a Beckett y recoge los grandes momentos de la tragedia griega. Shakespeare todo lo hereda y lo anticipa», asegura el dramaturgo.
En fin, que hay que ver el nuevo montaje del Centro Dramático Nacional, un «Rey Lear» que dirige Gerardo Vera y que devuelve a la escena en el papel del monarca a un veterano: Alfredo Alcón. Es la primera vez que ambos colaboran y asegura el actor que «nos entendemos casi sin palabras. Yo siento con él una guía muy honda, sin ocurrencias, sino con pensamiento. Hay directores que ponen más de lo que hace falta o que quieren que se note su presencia con una puesta en escena "rara", en lugar de escuchar esa respiración de algo inmortal». Aquí no le ocurrirá, asegura: Vera opta por una recreación sobria del drama: «No hay nada, sólo los actores y las situaciones».
Alcón cautivó al público español con sus papeles a las órdenes de Lluís Pasqual y José Luis Alonso («fue el director que me trajo a España, tengo un recuerdo de él maravilloso, como alguien generoso en su afecto, y de su talento»). La última vez que actuó en nuestro país, en «Edipo XXI» fue en 2002. Cuando le llamó Vera, él ya llevaba cuatro años preparando el personaje (iba a hacerlo en Buenos Aires). A sus casi 78 años, asegura que ha visto a grandes Lear en actores curtidos y en otros más jóvenes. «A la experiencia le doy un valor muy relativo. Si te acomodas en ella, si crees que puede resolver tu oficio, estás cerrando las puertas para lo imprevisible. Y ahí te acabas. El que encuentra rápido es porque busca poco».
un reino dividido
El intérprete no entra en retratos: «¡Cómo describir una obra que está más viva que uno! Nadie se va a acordar de nosotros, pero Lear está ahí, tratando de ver en la oscuridad, de comprender lo que ya es tarde para entender. Es como tratar de explicar la Capilla Sixtina o la Novena de Beethoven. Estas grandes obras son pruebas de humillación: uno nunca llega a ver todo lo que hay en ellas».
La tragedia de Lear, otra parábola del hijo pródigo, tiene mil y una lecturas. La historia del viejo monarca,que decide repartir su reino entre sus hijas y les pide que le demuestren con palabras su afecto, marcó a Akira Kurosawa («Ran») o a la literatura de Tolkien (el Theoden de «El señor de los anillos»). Porque su decisión y la tragedia que desencadena hablan de los errores del hombre y de sus consecuencias. Lear divide su poder entre Regan y Gonerill, las hijas aduladoras, y destierra a Cordelia, la única que le dice la verdad a la cara. Pero no pasa mucho tiempo antes de que las desagradecidas herederas se quiten la máscara y traten al padre como un enemigo al que hay que acorralar y humillar, hundiendo al monarca en la locura. Además de Carme Elías, Cristina Marcos y Myriam Gallego (como las hijas de Lear), Pedro Casablanc, Luis Bermejo, Víctor Pi, Chema Ruiz y Juli Mira, entre otros, encabezan el reparto.
las palabras son torpes
Aunque, en realidad, cabría hablar de más personajes, porque son varios los Lear que dibuja Shakespeare: el del comienzo, soberbio y terco, o el del final, perdido, que casi da lástima. Alcón lo ve así: «Todos tenemos nuestro pequeño reino, donde nos gustaría un día reunir a nuestros amigos, a nuestras mujeres, y decir: a ver, ¿quién me quiere más? Por eso nos son tan cercanos esos personajes, y por eso perviven en el tiempo». Pero cuidado, advierte el actor, «al fin y al cabo, como decía Marlowe en "Eduardo II", en una bellísima traducción de Gil de Biema que yo hice con dirección de Lluís Pasqual, "las palabras son torpes, alcanzan sólo a separar un corazón de otro"».
Y hablando de palabras, Mayorga explica que, «por desgracia, nos falta el contexto para disfrutar el trabajo en su lengua original. Por eso es necesario el trabajo del adaptador, que ha de ser humilde. No he intentado montarme sobre Shakespeare, sino estar a la escucha de él». También Alcón «escucha» al libro: «Me gusta leerlo todos los días. A pesar de ser una traducción, hay una respiración que sientes que casi puedes tocar».