Despidos
La sazón del salario
En la predemocracia me convidó a almorzar Marcelino Camacho, aunque la comida hube de pagarla yo porque el mítico sindicalista nunca tenía dinero, ni siquiera de Comisiones Obreras. Le comprendí pero me propuso un disparate: la fusión de UGT y CC OO aunque el nombre se lo llevara la primera. «¡Hombre Marcelino, nos hemos pasado media vida con sindicatos únicos y ahora quieres volver a lo mismo!». Alegó la necesidad de unión de la clase obrera, pero nuestra reunión parecía un comité sovietista. Poco después su hijo periodista pidió trabajo en mi periódico y le abrimos las puertas topándonos con el inconveniente de que sólo quería hacer información laboral. Le informamos de que para bien de todos no queríamos que los redactores fueran militantes de su área. Quizá este bienentendido nos distanció pero siempre fui un admirador de este hombre que sólo se equivocaba en lo accesorio. El Partido Comunista de Santiago Carrillo practicó el entrismo en los sindicatos franquistas y los líderes de CC OO estaban tanto tiempo trabajando en sus empresas como en las delegaciones del Nacional Sindicalismo. Esa bipolaridad parece que ha llegado a nuestros días y muchos líderes sindicales laboran (se supone) en sus empleos y en la Banca o en las Cajas de Ahorro. Es un contradiós. Por la misma razón podrían acudir a la Conferencia Episcopal a asesorar remuneradamente a los obispos, que también precisan consejo. ¿Qué tienen que hacer estos sindicalistas en el sistema financiero español? Supongo que ejercer el chantaje pasivo de la presencia y su capacidad para huelgas sectoriales o generales. El franquismo sigue entrañado en nuestra médula y estos caballeros no renuncian al pluriempleo. Dicen donar sus ingresos estrafalarios a los propios sindicatos, ¡y por qué no a la Beatería de las Arrecogías de Santa María Egipciaca para sacar a las rabizas de las calles! La sazón, la sal, del salario.
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