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La sonrisa de Dios por D Jaime Sanz

La Razón
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El fallecimiento de Katia, Rocío, Cristina y Belén en ese desgraciado concierto en el Madrid Arena ha conmocionado a la opinión pública y en particular a la gente joven. Al desasosiego lógico que ha dejado en cada uno de nosotros este acontecimiento, se ha unido el asombro. Muchos no se acaban de creer la serenidad y la confianza absoluta en Dios con los que la familia de Belén hemos visto que acepta su voluntad.

¿Cómo puede aceptarse algo tan doloroso?, ¿Cuál es el secreto de la entereza de esa familia? Cuando se tiene sentido trascendente de la existencia –estamos aquí de paso hacia el cielo–, se vive y se muere confiando en Dios y se concibe la vida como un regalo que Él nos da, pero que es Suyo. Esa fe es la que sostiene la serenidad de esta familia y la que les dará el consuelo y la fortaleza a la que agarrarse en los momentos tan duros por lo que están pasando. Por eso quienes tenemos fe estamos convencidos de que el Jardinero Divino corta la rosa, no a traición, sino cuando está mejor preparada para disfrutar de la eternidad.

Me contaban que una amiga de una de las niñas fallecidas le pedía a una compañera de Belén que le hablase de Dios, porque ella también quería tener el consuelo y la paz que no encontraba. Al colegio Aldeafuente han llegado muchísimos testimonios de personas, que en su mayoría, sin conocer de nada a Belén, hace propósitos de renovar su fe, cambiar su vida o entregarla a Dios, como ella hizo de esa forma tan inesperada.

Conocía muy bien a Belén Langdon. Era una niña alegre, muy simpática; amiga de sus amigas; enamorada de Jesucristo; limpia y generosa. Soñaba con una vida plena en Dios. «No sueñes la vida, vive tus sueños», decía la leyenda que acompañaba su perfil en una de las redes sociales. Daba gusto hablar con ella. Quería con locura a sus padres, y valoraba muchísimo sus sacrificios para tener esa familia maravillosa.

Me decía una chica que estaba muy agradecida a Belén «porque sin conocerme me ha dado el regalo de estar más cerca de Dios, por eso la quiero y la considero parte de mi familia». Gracias Belén, porque en estos días eres la sonrisa de Dios, que nos mira y nos pide que le queramos tanto como tú.