Balón de Oro
OPINIÓN: «Ozú» con Özil
La belleza está en el interior
(Voy a enviarle, antes de nada, un enorme abrazo al Sr. Amaro Varela. Querido Amancio: como verás, soy capaz de defender de vez en cuando a un jugador del Madrid. Bien es verdad que me cuesta lo mío y que lo hago con mucha dificultad porque no tengo costumbre, pero allá voy, en tu honor). Mesut Özil tiene todas mis simpatías por parecerse muchísimo a Peter Lorre y por esa diéresis tan graciosa que lleva su apellido. Bien es cierto que, como defensa de un jugador tan sumamente bueno, queda rácana y un poco forzada, pero así somos las atléticas para con los mediocentros ajenos. Si me quito la camiseta rojiblanca, no tendré más remedio que reconocer que el alemán es un futbolista de los que engrandecen este deporte. Desde la banda, sin gesticular y sin exagerar la pose, provoca en su equipo una velocidad de vértigo y unas posibilidades de gol de las que se aprovecha el maula de Benzema y el portento viril de Adebayor, dato extraordinario que hemos conocido gracias al humor de colegio mayor que se gastan en ese vestuario. Özil, lejos de la obsesión tribunera de algunos de sus compañeros (más allá de aquel besito al escudo tras un gol cuando llevaba diez minutos en el club), aporta a su once una felicidad que hace mucho que no conocía el equipo de Chamartín. Özil tiene, además, esa cosa que creíamos hasta ahora patrimonio de los bajitos del Barça: puede llevar el balón sin mirarlo. Y aún más: puede aportar al juego del Madrid tantas cosas como CR7 sin exigir que se le abanique con plumas de marabú. Para colmo de virtudes, acaba de reconocer que no es Zidane y que le queda demasiado para la comparación. Me encantan los hipócritas. (Besos, Amancio).
María José Navarro
Otro Van der Vaart
He visto, volviendo a casa de amanecida, a lechuzas más guapas que Mesut Özil. Parece el primo sarraceno de Quique San Francisco. No es que uno ande catalogando a los futbolistas por su beldad, eso faltaba, pero lo de este chico llama poderosamente la atención. Es posible que la visión de juego que le atribuyen obedezca a que sus ojos llegan media hora antes que él, como la nariz de Cyrano. Pero no es su físico lo que debe interesarnos, sino su carácter de suflé. En este Real Madrid segundón, luce en partidos de escaso compromiso, igual que hacía en el Werder Bremen. Sabe jugar y lo demuestra ante rivales menores. Cuando queman las papas (recuerden la semifinal del Mundial en la que, huérfano de Müller, se redujo a cero), corre a refugiarse entre las faldas de la «seño».
La comparación del menudo Özil con los locos bajitos del Barcelona puede ser tomada como una metáfora de los tiempos. El Real Madrid, otrora sin más puntos de referencia que su propia grandeza, chapotea hoy en un complejo de inferioridad tal, que no da un paso sin mirar al Camp Nou.
Jorge Valdano quiso traerse a un genio con estatura de sietemesino y no encontró nada mejor en el mercado veraniego, pero la copia no le llega al tobillo a los originales, claro. Es un buen armador de juego si el objetivo se queda en regalarnos unas cuantas jugadas bonitas y no ganar nada.
Si Mourinho sigue la próxima temporada, lo sentará para poner en su sitio a un picapedrero con pinta de pívot de los Bulls de Chicago. El año pasado por estas fechas, la gran esperanza del madridismo era el tal Van der Vaart.
Lucas Haurie