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«Los persas»: Esquilo en la Plaza Tahrir
Cuando Francisco Suárez preparaba el estreno de su nuevo montaje saltó a las televisiones la «Primavera árabe». No lo dudó: Esquilo nos habla de poder, revoluciones y abusos.
La historia la escriben los vencedores. No es extraño conocer sólo la mitad de lo ocurrido. Aunque a veces, el vencedor se esfuerza por comprender y no olvidar al adversario. Conocemos bien la derrota del rey persa Jerjes y su ejército de 10.000 guerreros en Salamina gracias a Herodoto y otras fuentes occidentales. Pero ¿tan terribles eran aquellos hombres que vinieron a hacerse con el mundo «civilizado»? El dramaturgo griego Esquilo, que acompañó al ejército griego en aquella campaña, convirtió algunos años después a los derrotados del otro bando en protagonistas de «Los persas». Exploró su dolor, sus errores, la belicosidad de su rey que llevó al desastre, como siempre ocurre, a hombres inocentes, y que dejó en tierras asiáticas a una generación de viudas y huérfanos.
En «Los persas», las mujeres de Susa esperan noticias de sus maridos y lamentan las que al final traen los mensajeros. Convulso como es y siempre ha sido, Oriente Medio ofrece múltiples posibilidades a la imaginación escénica. Calixto Bieito estrenó hace unos años este mismo texto con un contigente de soldados españoles destinados en Afganistán como telón de fondo. En darle forma a un nuevo montaje del clásico de Esquilo andaba el director Francisco Suárez (Santa Marta de los Barros, Badajoz, 1948) cuando las revoluciones populares que han sacudido este año Egipto, Túnez, Libia, Siria, Yemen y otros países árabes nos explotaron a todos ante los ojos por sorpresa. Suárez lo vio claro: aquello tenía que ver con lo que contaba Esquilo. «Fue un regalo», reconoce el director. «Enchufé la televisión, vi lo que pasó el 25 de enero, luego la primavera árabe, y pensé: gracias, Esquilo, por darme esto».
Símbología
«Los persas», en realidad, bien podría titularse en esta ocasión «Los egipcios», «Los tunecinos» o «Los sirios». Lo corrobora Suárez: «La obra recoge un poco toda esa zona. En Persia también hay un tirano y en varias ocasiones se han levantado en contra de él». La versión, que firma el poeta Jaime Siles, no ha cambiado apenas el original de Esquilo, escrito en el año 472 a. C. La sugestión es cuestión de la puesta en escena: «Es una versión absolutamente peinada, en una dramaturgia que se sitúa en 480 a. C., en Susa, donde está el palacio de Jerjes, y en la primavera árabe, desde el 25 de enero hasta lo que está ocurriendo ahora.
Eso, en ese espacio-tiempo teatral y dramático, funciona gracias al vestuario, concebido en dos épocas, y a través de unos vídeos que van apareciendo en los laterales del escenario». Jerjes, ensagrentrado, ofrece una imagen tremenda en un escenarioque recuerda a un albero: «Es un espectáculo lleno de simbologías. La forma que tengo de expresarme a través del lenguaje, del movimiento, la acción, y a través del color y la luz. Utilizo siempre un lenguaje muy simbólico, que es el más cercano al que yo pienso que Esquilo, como autor primitivo, empleaba: seguramente tenía una relación muy cercana con los símbolos».
Un Jerjes «gore»
Por eso, reconoce, «el personaje de Jerjes aparece manchado: es muy del mundo gore, del mundo de "Tito Andrónico"y "Coriolano", de todos estos criminales que pueblan el escenario. Jerjes representa la gloria del criminal loco y perverso». Suárez y Siles reducen la tragedia de Esquilo a seis personajes: en escena, Críspulo Cabezas da vida a Jerjes, Inés Morales a la reina madre, Alicia Sánchez y Miguel Palenzuela encarnan a dos consejeros que hacen las funciones del coro griego clásico, y Jesús Noguero es el mensajero. Una presencia especial dará vida a la sombra del Rey Darío: Suárez ha contado con el carismático actor y director Albert Vidal, acostumbrado a realizar sus propios espectáculos unipersonales, quien nunca antes en España se había puesto a las órdenes de otro director. «Ha sido fascinante, algo muy especial dirigir a un artista, un creador de su talla».
Las mujeres de la obra llevan en el original de Esquilo la voz cantante. Aunque el coro es aquí más reducido, eso no cambia nada, asegura el director: «Las mujeres son las protagonistas de esta función en la voz de la consejera, que representa el mundo femenino. Habla en nombre del dolor de las esposas, de las madres, y de los padres y los niños que se han quedado solos ante el desastre al que los ha llevado este hombre». Y añade Suárez: «Este personaje representa al coro: habla de los ciudadanos, de los civiles abandonados al morir los soldados, esa carne de cañón que siempre se utiliza cuando se envía a la guerra a muchachos jóvenes que o vuelven locos o no vuelven nunca más». Por eso, asiente el director, «las mujeres son más sensatas que los hombres, sobre todo las madres, que darían la vida por los hijos. Los padres creo que no nos lo hemos planteado nunca, pero las madres estarían dispuestas a salvar el mundo y a olvidar las guerras, la perversidad de los políticos y la venta de armas. En Esquilo eso aparece: la denuncia de la guerra, del genocidio, de la criminalidad. Y, sobre todo, deja muy claro que la democracia está por encima de la tiranía».
El choque
Gitano y extremeño, la carrera de Suárez está marcada por ambas circunstancias: de la primera hace gala, aportando a sus montajes algo de su carácter. La segunda lo ha vinculado al festival de Mérida, del que fue director entre 1993 y 1995 y entre 2007 y 2010. Su último mandato acabó mal. «Tenía previsto haber estrenado allí este espectáculo el año pasado. No me lo permitió la clase política, el PSOE de entonces. Me quedó esa espinita, pero siempre están los amigos. Llamé a Mario Gas, y me dijo: haz "Los persas"en la sala pequeña, como tú quieras», recuerda Suárez.
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