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CRÍTICA / «Amador»: Las flores marchitas

Dirección y guión: Fernando León de Aranoa. Intérpretes: Magaly Solier, Celso Bugallo, Sonia Almancha y Pietro Sibille. España, 2010. Duración: 112 minutos. Drama.

La Razón
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¿Sabían que las flores muertas, a golpe de ambientador, aún huelen a flores? ¡Qué bonita metáfora para definir «Amador»! Cuando usted, sufrido espectador, esté cansado de escuchar aforismos como «la vida es como un rompecabezas» o «Dios se esconde detrás de las nubes, avergonzado por sus malos actos (¿o será por la maldad del hombre?)»; cuando esté cansado, decíamos, de las sirenas que esconden su cola de pez tras una sonrisa o de la bondad de las prostitutas comprensivas, coja un poco de ambientador y sueñe con que la película que está viendo no está en las últimas. Podrá soñar con otra película que no sea una comedia involuntaria, que plantee el tenebroso dilema moral de su heroína –Marcela, una inmigrante andina (Magaly Solier, como sonámbula) que cuida a un anciano (Celso Bugallo) postrado en la cama– sin justificar su comportamiento en aras de la «necesidad», que no le tome el pelo con un giro argumental tan ridículo como inverosímil. Lo peor no es que «Amador» se estanque a la media hora de metraje, ni que busque desesperadamente un registro poético entre las ruinas de un relato envasado al vacío, ni que incluya escenas tan absurdas como la del encuentro entre Marcela y el sacerdote (ni los chicos de «Muchachada Nui» lo hubieran hecho mejor). Lo peor es que su moraleja da grima: en la España de la crisis económica, las clases bajas y las medias están tan desesperadas –unas por comer, otras por terminar las obras de su segunda residencia– que unen sus esfuerzos para comprar toneladas de ambientador. Total, ¿para qué oler a flores muertas?