Juan Pablo II
Lúrex
No es lo mismo colgar una fotocopia de Van Gogh que un original, sin embargo la novedad nos da miedo a casi todos.
En los años 70, las casas tenían un bodegón, un ejemplar de «Dioses, tumbas y sabios» y una figurilla africana. Hoy se llevan los sofás blancos, las reproducciones de «El Beso» de Klimt y mesitas hechas con baúles. Supongo que lo fácil es hacer lo que hace todo el mundo. Cuando Juan Pablo II inauguró el Tercer Milenio, en la Navidad de 1999, escogió una capa tornasolada con efectos metálicos, realizada en material de última generación –lúrex– y cortada por dos modistos italianos de primera fila. Podía haberse puesto de blanco, o con una capa tradicional con un lazo, pero no. Intuyó que el siglo XXI se merecía algo más y no le hizo ascos ni al arte ni a la tecnología textil de vanguardia. El resultado fue deslumbrante. Stefano Zanella y Gianluca Scattolin trabajaron diez años en la capa pluvial pontificia en su taller de Treviso (el feudo de la confección del que también salieron Benetton y Stefanel), y se inspiraron en los mosaicos bizantinos de siglo X. Mil millones de telespectadores pudieron comprobar no sólo que se veía al Papa con toda nitidez en las pantallas, o que estaba perfectamente cómodo con el ligerísimo ornamento, sino que, como dijo Stefano: «daba una imagen dinámica, plena de majestad, que enlazaba con los primeros cristianos y le confería una identidad repleta de alegría». Aquella elección sirve para describir la grandeza y el valor del hombre y santo que fue Karol Wojtyla.