Directo Black Friday
Ciudad del Cabo
A Suráfrica con Ramón Fuente
Lo vivido el pasado verano en Johannesburgo no lo olvidaré jamás. Fue algo posiblemente irrepetible. Porque un Mundial no es sólo disfrutar de los partidos, de los goles, de las victorias. También fueron cuarenta días de trabajo intenso. Como en la famosa película «El día de la marmota», cada día era necesario pasar página respecto al anterior cumpliendo con un objetivo: convertirlo en irrepetible.
Debo reconocer que Johannesburgo no es una ciudad apasionante. Ni mucho menos. Pero puestos a ser sinceros, la persigue un halo de violencia que no es del todo real. Aún tengo en mi retina la sonrisa de aquellos niños corriendo detrás de un balón o los cientos de mendigos vagabundeando por las calles sin destino alguno. Soweto es precioso y a la vez depresivo. Sólo saber que allí se gestó la gran revolución contra el sometimiento blanco hace de sus calles algo especial. Por momentos, olvidas la extrema pobreza en la que viven. En la casa de Mandela aún suenan los disparos con los que día a día atemorizaban a él y a su familia. La vida le debe más años al gran líder sudafricano. Es indignante la opulencia o riqueza que uno observa en los alrededores de la Plaza Mandela y que contrasta con la pobreza con la que convive apenas tres calles más lejos.
En cambio, es salir de «joha» y todo cambia. Empezando por la vecina Petroria, la capital del país. O Ciudad del Cabo. Parece que uno no se encuentra en el mismo país. Incluso hasta Durban. Y así podría citar decenas de lugares paradisiacos. Pero yo estuve en Johannesburgo y con sus cosas buenas y malas la llevaré siempre en mi corazón. Forma ya parte de mí. Especialmente por una cosa, allí vi levantar a Iker Casillas un 11 de julio de 2010 una Copa del Mundo para España.
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