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«Doctor creo que estoy muerto»
La experiencia clínica sobre el síndrome de Cotard es escasa. Algunos trabajos muestran que los pacientes afirman haber perdido órganos, como el corazón o los intestinos. Además, niegan el mundo, a los familiares y la propia vida.
Soy estéril. Mis riñones, páncreas y testículos están podridos y son una fuente de infecciones. La faringe y el esófago están perforados. No puedo tragar». Así lo describe un afectado por el síndrome de Cotard, un trastorno definido a finales del siglo XIX y que en un principio fue clasificado por la comunidad médica como «delirio de negación del cuerpo o nihilista». Los pacientes describían entonces haber perdido órganos, como el corazón o los intestinos. Además, negaban el mundo, a familiares y la propia vida.
Terrible depresión
Sin embargo, las discrepancias entre los expertos no se hicieron esperar, y mientras unos se decantan por dar identidad propia al trastorno, (alegando disfunciones cerebrales en la región parietal, occipital y temporal), otros lo engloban como expresión de otros trastornos psiquiátricos.
En la actualidad, según declara el investigador Francisco Ferrández, «si el diagnóstico es correcto y el tratamiento se indica a tiempo, el Cotard no pasa de ser la manifestación más estruendosa de la depresión, casi siempre en las personas de edad avanzada. Suelen ser llevados al especialista, y con la terapia antidepresiva terminan por desaparecer los fenómenos más llamativos».
El testimonio inicial procede de una investigación elaborada por un grupo de científicos del Departamento de Psiquiatría de la Universidad de Erasmo (Bélgica). Este hombre, médico de profesión, sufrió un problema de espalda que le llevó a consulta. Los radiólogos le hicieron las pruebas pertinentes «y fue ése el punto de partida de sus problemas. Porque comenzó a desarrollar un cuadro psicosomático. No era consciente de la realidad, sufrió una modificación de la percepción de su cuerpo y del mundo que le rodeaba», explican los autores del estudio. La situación se agravó y se alejó de su familia y de su entorno, «desarrolló desconfianza y dejó de alimentarse. Deambulaba, era incapaz de permanecer en un sitio, gesticulaba de forma exagerada y se mostraba irritado y hostil».
Pocos son los que conocen este trastorno y pocos, por tanto, los trabajos realizados hasta la fecha que describan este proceso. Uno de los realizados en España se publicó bajo el título «Síndrome de Cotard: a propósito de un caso». En él, los investigadores Tomás Castelló y Manuel Sánchez, de la Unidad de Psiquiatría Geriátrica Sagrado Corazón de Martorell, en Barcelona, explican que «a las ideas de negación pueden asociarse ideas de inmortalidad, creerse condenado a no morir para sufrir eternamente».
En el caso que los expertos analizaron, el paciente mostraba una actitud negativa y se sentía angustiado. Casi no hablaba y se negaba a comer. «Estoy muerto, esto es un cementerio, solamente tengo cabeza, no tengo corazón» describen los autores de la investigación en el texto.
Por su parte, el investigador Philip Gerrans, tras profundizar en la materia en «A one-stage Explanation of the Cotard`s Delusion», publicado por la revista «Philosophy, Psychiatry and Psychology», concluye que «el paciente no experimenta sus percepciones como cambios en su persona, sino como transformaciones de los estados del universo del que su propio cuerpo forma parte, y se siente como una sustancia inanimada, que primero se va descomponiendo y finalmente desaparece. Asimismo, la falta de experiencia afectiva convierte el mundo físico, incluyendo su cuerpo inerte, en algo insustancial». De hecho, añade Gerrans, «algunos expertos reportan casos en los que los enfermos se describen como meros puntos de observación en el espacio. Otros han hablado de ellos mismos como una "estrella muerta"vistos como el cosmos inerte. No existe nada, ni ellos mismos». Es lo que le ocurrió a otro afectado en el estudio belga. Sus problemas comenzaron con dificultades para conciliar el sueño y falta de apetito. «Los alimentos no tienen sabor», declaraba el sujeto. Perdió, según se desprende del trabajo, 20 kilos en apenas cinco meses. Y al mismo tiempo, «el síndrome depresivo iba «in crescendo» y se caracterizaba por una importante ansiedad. Su esposa afirmaba no reconocer a su marido: «Ha cambiado y no muestra interés por nada».
El tratamiento con antidepresivos apenas duró unos días, debido a la sensación de imposibilidad de curación que el hombre alegaba: «Estoy, perdido, condenado. Nadie puede hacer nada por mí». A ello se sumaron sentimientos de melancolía y culpabilidad. Por otro lado, las preocupaciones delirantes se hicieron aún más patentes, principalmente sobre la esfera digestiva. «Mi estreñimiento se debe a que mis intestinos están secos. Mi estómago se ha encogido». Negaba toda forma terapéutica porque creía que no existía solución alguna. No obstante, fue sometido a una terapia de electroshock y los científicos aseguran que «mejoró, se disiparon progresivamente los elementos delirantes y la agnosia». Francisco Ferrández, por su parte, matiza que «este síndrome es, tal vez, una de las principales indicaciones para el tan denostado T.E.C. o terapia electroconvulsiva. Los resultados solían ser espectaculares, si el diagnóstico era correcto. Es cierto que es una de las terapéuticas con peor fama de las empleadas en psiquiatría. Y con razón, en tanto se abusó de ella con fines dudosamente benefactores, pero que conserva aún, en una aplicación seleccionada, una muy notable eficacia».
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