Hollywood
Muere Claude Chabrol alma y origen de la «Nouvelle Vague»
Revolucionó la crítica desde «Cahiers du cinéma» y posteriormente el séptimo arte como impulsor de la Nouvelle Vague. Murió ayer, inesperadamente, en París, a los 80 años
El cine francés ha perdido a uno de sus grandes maestros y la Nouvelle Vague a uno de sus fundadores. Claude Chabrol tenía ochenta y años. Su fallecimiento, ayer en París donde nació el 24 de junio de 1930, sobrecogió tanto como causó sorpresa, pues el prolífico director se encontraba preparando una nueva película y su salud no parecía estar flaqueando. «Me cuesta creer que ya no esté entre nosotros. Nunca hablaba de la muerte. Claude encarnaba en persona la alegría de vivir», declaraba el actor Gerard Depardieu, protagonista de «Bellamy», el último filme de un realizador al que además de por su extensa filmografía, sesenta largometrajes y veinte telefilmes, se le recordará por una mirada de las que fulminan, incisiva y maliciosa, y una sempiterna sonrisa cargada de ironía. La misma que imprimía a sus creaciones este hombre que tras su aparente aspecto de bonachón gustaba de retratar la especie humana, en sus miserias y sus bajezas, y sobre todo la burguesía francesa de provincias de la década de los setenta. Poniendo al descubierto su hipocresía y fustigando su conformismo, como atestiguan «Las ciervas» («Les biches», 1968) o «La mujer infiel» («La femme infidèle», 1969). Desde el registro de la comedia, negra y mordaz, como su reciente «Flor del mal» («Fleur du mal», 2003), al género policíaco, y siempre sin complacencia ni concesión alguna.
Huppert, actriz fetiche
«A partir de una cierta monstruosidad, el público prefiere pensar que no es posible. Es entonces cuando mi trabajo comienza», solía explicar este apasionado de la literatura, devorador de «polar», novela negra a la francesa, y empedernido lector, desde su juventud, de la obra de Agatha Christie. «Violette Nozière», de 1977, es un ejemplo de cómo Chabrol explora las sombras del ser humano y desmenuza en la gran pantalla el horror del que todo hombre puede llegar a ser capaz. Inspirada en un truculento suceso real, una jovencísima Isabelle Huppert, que los años y las repetidas colaboraciones convertirán en su actriz fetiche, da vida entonces a una envenenadora parricida cuyas atrocidades conmovieron a la sociedad gala de los años treinta. Con la intrigante Huppert formará a partir de esa fecha un eficaz tándem y llevarán a la pantalla reconocidos títulos como la adaptación de «Madame Bovary» (1991) o «Gracias por el chocolate» («Merci pour le chocolat», 2000) y otros recompensados internacionalmente como «La ceremonia», («La cérémonie», 1995), basada en la novela de Ruth Rendell y «El analfabeto», y cuya interpretación le valió además el Cesar a la mejor actriz.El bien y el mal, la vida y la muerte pueblan sus películas. Sin caer en el dramatismo ni en el «pathos». Ni mucho menos en la lágrima. «Yo utilizo el cadáver como otros utilizan el gag» explicaba en una ocasión Chabro,l del que ayer compañeros de profesión, personalidades del mundo de la cultura y amigos destacaban su inteligencia, generosidad y su humor corrosivo. Aunque pesimista y escéptico en el fondo. Convencido de que «no está mal no estar seguro de nada» pues consideraba que las certezas forman parte de las desgracias de la existencia. Una suerte de «comedia humana», la suya, plasmada en fotogramas. De ahí que ayer Nicolas Sarkozy fuera uno de los primeros en definirle como «el Balzac del cine francés». «Por la fineza de su pintura social», dijo el presidente francés, que también lo comparó con Rabelais por «su humor y su truculencia».
Contra el encorsetamiento
Junto a François Truffaut y Jacques Rivette, revolucionó a finales de los cincuenta el cine tradicional francés desde las páginas de la célebre revista «Cahiers du cinéma». Abominando en sus críticas del encorsetamiento, la rigidez y el clasicismo en el que estaba encerrado el arte del celuloide. Aunque frente a los otros padres de la Nouvelle Vague, los historiadores coincidirán en que Chabrol, por su erudición y su dominio técnico, será superior. A Truffaut lo encontraban «excesivamente egocéntrico» y a Jean-Luc Godard, menos escrupuloso respecto a la técnica cinematográfica. Tras la muerte de Chabrol, el autor de «Al final del a escapada» («A bout de souffle», 1960) es uno de los escasos pilares vivos sobre los que se sustenta este movimiento que los años han demostrado se forjó con personalidades individuales que nunca constituyeron un grupo homogéneo. No obstante, junto con Eric Rohmer, otra de sus figuras, trabajará en la publicación, en 1957, de un libro sobre Alfred Hitchcock al que admiraba por haber sabido imponer su personal y particular estilo en Hollywood.
En 1958 y gracias a la ayuda financiera de su primera mujer, Agnès, que acababa por entonces de recibir una herencia millonaria, Chabrol se estrenó en la dirección con «El bello Sergio» («Le beau Serge»), galardonada un año después con el premio Jean Vigo y el Gran Premio del Festival de Locarno.
El largometraje, cuyo presupuesto se desorbitó, supondrá el manifiesto inaugural de la Nouvelle Vague y también marcará su incipiente carrera, pues a partir de ese momento decidirá, por resultar excesivamente cara, renunciar a la perfección. «No soy un perfeccionista enfermizo, ni mucho menos. Así que a falta de no poder hacer una obra de arte, trataremos de hacer simplemente una obra», solía recordar.
Un título por año
Pocos años después se alejará de ese movimiento para adentrarse en un periodo creativamente mucho menos relevante como él mismo reconocería. Producciones «meramente alimenticias» entre los sesenta y los setenta, como «Locuras burguesas» («Folies bourgeoises», 1976), mucho más comerciales y menos comprometidas. Con el tiempo, el director galo se ha convertido en el más popular de los creadores de aquel nuevo y transgresor estilo cinematográfico, acostumbrando al público a «un Chabrol por año», con irregular crítica pero relativamente buena acogida en las salas.
Aunque se declaraba algo perezoso, todo lo hacía con pasión y casi de manera bulímica: rodar, cultivarse y hasta comer, casi una obsesión que este amante de la buena mesa no sólo reflejó minuciosamente en sus películas recreándose en abundantes escenas de comidas familiares, sino que sus propios rodajes eran auténticos festines. «Rodar con Chabrol significaba que sabíamos que íbamos a comer excelentemente», comentaba ayer François Berléand, intérprete de «Borrachera de poder» («Ivresse de pouvoir» 2006), otro de sus actores fetiche.
Cinéfilo desde su juventud, Chabrol, que también fue productor, actor y guionista, se casó en tres ocasiones y era padre de cuatro hijos. Por el conjunto de su obra fue galardonado en 2005 con el Premio René Clair que concede la Academia francesa y este año con el Gran Premio de autores y compositores dramáticos.
En esencia
l «El bello Sergio», 1958.
l «Los primos», 1959.
l «Landrú», 1963.
l «El tigre», 1964.
l «El tigre se perfuma con dinamita», 1965.
l «Las ciervas», 1968.
l «El carnicero», 1970.
l «La década prodigiosa», 1971.
l «Relaciones sangrientas», 1973.
l «Prostituta de día, señorita de noche», 1978.
l «Inspector Lavardin», 1983.
l «Pollo al vinagre», 1985.
l «Masques», 1987.
l «Asuntos de mujeres», 1988.
l «Madame Bovary», 1991.
l «La ceremonia», 1995.
l «En el corazón de la mentira», 1997.
l «Gracias por el chocolate», 2000.
l «La flor del mal», 2003.
l «La dama de honor», 2004 (fotografía inferior)
l «Borrachera de poder», 2006.
l «Una mujer partida en dos», 2007.
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