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Entre Cristo y Marx por César Vidal

En Dickens, que fue admirado por Marx, pueden encontrarse apelaciones a Jesucristo. Se cumplen doscientos años de su nacimiento 

Entre Cristo y Marx por César Vidal larazon

Suele ser un fenómeno común el de que los novelistas extraigan episodios y situaciones de sus propias vidas para modelar sus ficciones. Sin embargo, en pocos casos se habrá producido ese fenómeno con más fruición que en el de Charles Dickens. Nacido el segundo de una familia de ocho hijos en Landport, los primeros años de la infancia de Dickens resultaron idílicos. Los juegos, las lecturas y una desahogada posición económica constituyeron los mimbres de aquella dichosa infancia. Se trató de una época truncada bruscamente por el hecho de que el cabeza de familia, un hombre que no sabía controlar sus gastos, fue a parar a la cárcel de Marshalsea en Southwark, Londres, por la sencilla razón de que no había saldado sus deudas.

Poco después, sucedió lo mismo con el resto de la familia, aunque el joven Charles, de tan sólo doce años, se vio libre de semejante eventualidad. No pasó por la prisión, pero sí por otras terribles circunstancias. Para intentar mantener a su familia –e irla sacando de la cárcel–, Charles comenzó a trabajar diez horas al día pegando etiquetas en botes de betún en una fábrica que se encontraba cerca de la actual estación de ferrocarril de Charing Cross.

Su primer relato
En 1833, Dickens logró publicar su primer relato en prensa y tres años después comenzaría la publicación en serie de «Los papeles póstumos del Club Pickwick», una novela rebosante de la influencia del Quijote. En los años siguientes, Dickens, un autor extraordinariamente prolífico, iría multiplicando sus novelas, cuajadas de referencias a sus experiencias vitales de los primeros años. David Copperfield recogió su trabajo infantil y su lucha por abrirse camino en un mundo difícil así como la existencia de un padre irresponsable que vivía por encima de sus posibilidades hasta dar con sus huesos en la cárcel. «El almacén de antigüedades» fue un reflejo de una familia que intentó reducir los sinsabores sufridos durante su infancia o «La pequeña Dorrit» recordó la prisión en la que estuvo encerrado su padre por deudas.

Se trata tan sólo de algunos botones de muestra de una obra que, en su conjunto, era, como escribió Stendhal, un espejo que se movía a lo largo de un camino, el de su vida y que, al retratar algunos aspectos como el trabajo infantil, la dureza de la vida en la Inglaterra victoriana o los bajos fondos, llamó la atención de personajes como el mismísimo Marx. De hecho, uno de los relatos navideños de Dickens, «Las campanas», fue calurosamente elogiado por Marx y Engels.

Sin embargo, Dickens distaba mucho de ser un partidario de la revolución. Reformista y filántropo, su vena era, sustancialmente, cristiana, hasta el punto de que la única obra escrita fundamentalmente para ser leída por su hijos fue una «Vida de Cristo».
Esta circunstancia explica que Dickens fuera muy elogiado por autores como León Tolstoy o G. K. Chesterton, mientras que contra él arremetieron Henry James o Virginia Woolf, que le consideraban inverosímil y «ternurista». Lo cierto, sin embargo, es que Dickens fue un autor sobresaliente, tanto por la cantidad como por la calidad de sus obras, que pudo inspirarse en Jesús y, al mismo tiempo, gustar a Marx.