Hollywood
Bette y Joan enemigas para siempre
Davis y Crawford se robaron papeles y maridos, pero la Warner supo sacar rendimiento de su enemistad
En los años 30, era difícil encontrar a alguien en el cine que no estuviera peleado con Bette Davis. Mucho más conflictiva era Miriam Hopkins, la actriz más odiada de Hollywood, que sentía además una profunda aversión por Bette Davis por haberle robado el papel de «Jezabel» y a su marido. Y sin embargo hicieron juntas «La solterona» y «Vieja amistad» con gran éxito, pero no sin electrizantes encontronazos. Su enemistad era tan conocida por los técnicos de la Warner que acudían en masa al plató, como si fuera un combate de boxeo, a presenciar las escenas más conflictivas.
De Hopkins se cuenta que durante el rodaje resbaló en la ducha y se cortó en una oreja. Le faltó tiempo para acusar a Bette de haberle colocado el jabón adrede. Y de Bette Davis que durante la filmación de «Mr. Skeffington» alguien que no la quería bien le cambió las gotas oculares por acetona y casi se queda ciega.
En cuanto a la rivalidad con Joan Crawford, era fomentada desde la MGM y la Warner, pues ambas se disputaban el estrellato en melodramas similares, cuya divisa era: «¡Más grandes que la vida!». Las causas del menosprecio de Bette Davis se debían al asedio amoroso al que la sometió Joan Crawford desde su llegada a Hollywood para que aceptase sus regalos y citas a cenar con ella. Para más inri, la Warner la contrató para pararle los pies a Bette Davis por sus continuas excentricidades, múltiples rabietas y caprichos que costaban al estudio enormes cantidades de dinero. Nadie hasta «¿Qué fue de Baby Jane?» se atrevió a emparejar juntas a estas dos reinas del cine supercamp. La genial idea fue de Robert Aldrich, que aprovechó tanto su enemistad como la publicidad que generó unir a estas dos rivales históricas en una película de terror que hizo época.
Joan Crawford rechazó interpretar a Baby Jane por su fealdad, un papel que todos sabían que le iba como un guante. Su fama de malvada fue refrendada por el escandaloso libro escrito por su hija adoptiva: «Querida mami», que hacía honor al dicho de Bette: «Se ha acostado con todas las estrellas de la MGM menos con la perra Lassie».
En cambio, Bette Davis lo aceptó encantada. Sobrada de histrionismo y con un talento natural para la parodia granguiñolesca, le robó la película, y a punto estuvo de volver a ganar el Oscar. Como buena sádica, aprovechó la oportunidad de zarandear a su rival justificadamente y vengarse, con su maltrato, del asedio amoroso al que la había sometido Crawford. Al acabar la película, Crawford dijo de ella tales perrerías que Bette Davis, con vitriólico desdén, le contestó: «No la mearía ni aunque estuviera ardiendo en llamas».
Ratas en la ensalada
En el santuario de actrices que idolatran los gays hay casilicios «kitsch» y ornacinas barrocas para estrellas tan sublimes como Bette Davis y Joan Crawford, cuyos melodramas «Mildred Pierce», «Johnny Guitar» y «Eva al desnudo» son tan conocidos que sus diálogos más famosos se repiten con la misma fruición que se cantan las canciones de Judy Garland en un piano bar. Uno de los más celebrados es la insinuación que Bette Davis le deja caer a Joan Crawford, como un dardo envenenado, cuando le lleva la comida: «Sabes, Blanche, tenemos ratas en el sótano». Crawford se teme lo peor. Levanta la tapa del plato y allí está la rata muerta sobre un lecho de verduras. El estruendo de la bandeja al caer al suelo se mezcla con las risotadas de Baby Jane. El cenital de Blanche girando su silla de ruedas y llorando impotente convierte esa escena magistral en uno de esos momentos mágicos del cine clásico.
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