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El drama de la izquierda (III) por César Vidal

La Razón
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La derrota electoral de Felipe González – que, como la muerte de Franco, parecía que no se iba a producir nunca– provocó una profunda y dolorosa herida en la izquierda española. Es cierto que durante meses intentó consolarse con la idea de que nunca había tenido lugar una derrota más dulce –Alfonso Guerra dixit–, pero cuando la economía despegó y los criterios de convergencia para entrar en Europa se cumplieron, gracias a la acción de gobierno del PP, la experiencia resultó amarga como el acíbar. Llegó a lo insoportable cuando Aznar consiguió la primera mayoría absoluta de la derecha tras un primer período de gobierno verdaderamente extraordinario. La derecha había regresado, lo había hecho bien y podía permanecer en el poder de manera indefinida. En Gran Bretaña, la respuesta de los laboristas ante Margaret Thatcher había sido moderar su mensaje con Tony Blair, aceptar todo lo bueno hecho por los conservadores y buscar una tercera vía. En España, un PSOE mucho más mostrenco y montaraz respondió lanzándose a la calle con el «Prestige» –parece hasta ridículo visto desde la distancia–, practicando en la segunda guerra del Golfo la política opuesta a la que había seguido en la primera y calentando a los ciudadanos para que respondieran como lo hicieron el 11-M. Sí, porque fue absolutamente necesario un atentado que todavía sigue sin haber sido aclarado del todo para que ZP llegara a La Moncloa. Lo que vino después fue un híbrido de circo y tragedia griega. Algunos socialistas asustados me dijeron en su día que Felipe González, en su fase terminal, había decidido liquidar al PSOE y convertirlo en una especie de partido demócrata sometido a sus órdenes. El delirio lo ejecutó un ZP que reunió a todos los grupos del partido demócrata –salvo negros e irlandeses– y además regresó al PSOE de la Guerra Civil. Descoyuntó la próspera economía de la era Aznar, descoyuntó el sistema constitucional con el estatuto de Cataluña, descoyuntó el orden jurídico intentando llegar a un acuerdo con ETA o inventándose una forma de matrimonio que no lo es y descoyuntó la convivencia nacional al dividir de nuevo a los españoles en buenos con derecho a todo y malos entregados a la reprobación eterna. Que la izquierda española se había metido no en un jardín sino en una verdadera jungla admite poca discusión. Que el impacto negativo que ZP causó en las instituciones y en la economía española ha afectado a la izquierda hasta el punto de lisiarla siquiera temporalmente no tiene vuelta de hoja. Más tarde que pronto, la derrota electoral de la izquierda tuvo lugar. Sin embargo, con seguridad, el mayor drama con el que se enfrenta ahora la izquierda española no es tanto el costurón de poder ocasionado por ZP y sus mariachis –Rubalcaba incluido–, sino la absoluta indigencia intelectual, política y moral en que se encuentra ahora.