Navarra
El hombre al que envidió Hemingway
La anécdota se ha repetido una y otra vez. Pío Baroja se encontraba a un paso de la muerte cuando en su casa apareció Ernest Hemingway. Lo saludó con el afecto expansivo que lo caracterizaba y, en un momento determinado, le dijo: «Daría mi Premio Nobel a cambio de poder escribir como usted». La historia puede ser real pero, aunque no se corresponda con la Historia, constituye un más que justo homenaje a Baroja. Nacido en San Sebastián el 28 de diciembre de 1872, Pío pertenecía a una familia vasca ilustre. Su abuelo y su padre habían estado relacionados con la impresión y el periodismo, sus hermanos Ricardo y Carmen también fueron escritores y sus sobrinos Julio y Pío antropólogo y cineasta, respectivamente. Muy influido por un padre de ideas liberales y amante de los viajes, Baroja pasó buena parte de los primeros años de su vida en Madrid, donde se doctoró en Medicina en 1894. Marchó entonces a Cestona, en Guipúzcoa, donde había una vacante de médico, pero la experiencia resultó amarga. Especialmente, tuvo roces con el sector más católico del pueblo que le censuraba por no ir a misa y preferir quedarse en casa ocupado en el jardín.
Pío escapó marchándose a Madrid donde se dedicó a regentar una panadería –la primera Viena Capellanes– que era propiedad de un tío suyo. Sus primeros escritos dejaban ver ya un distanciamiento de la Iglesia católica, un marcado pesimismo antropológico marcado por las lecturas de Schopenhauer y Nietzsche y un auténtico horror –como Unamuno– hacia el nacionalismo vasco contra el que escribiría «Momentum catastrophicum». La tesis de Baroja era que las Vascongadas tenían que acercarse a Madrid y al resto de España para librarse de un aldeanismo que retrató en «Vidas sombrías», su primer libro, publicado en 1900.
Políticamente fue pasando del anarquismo al maurismo más por impulso de sus amigos (Azorín, Maeztu…) que de la reflexión ideológica. Es esa circunstancia la que explica que incluso escribiera páginas antisemitas dada su relación con el filonazi Paul Schmitz con el que mantuvo una estrecha amistad. Buena prueba de la versatilidad del escritor es que llegó a reunir una extraordinaria biblioteca de hechicería y ocultismo.
No era, sin embargo, misógino como se ha dicho tantas veces aunque no logró dar con una mujer que le satisficiera intelectualmente.
En los años treinta, Baroja era un liberal agnóstico que no se manifestaba precisamente optimista sobre sus congéneres. Esa independencia distante y pesimista permite entender su experiencia durante la Guerra Civil. Se encontraba en Navarra de vacaciones cuando supo del alzamiento al que calificó de «carlistada». Fue detenido por los carlistas al mando de un oficial que, poco antes, había dado muerte a un hombre de una descomunal patada en los testículos. La intercesión del duque De la Torre – futuro preceptor del Príncipe Juan Carlos– permitió a Baroja salir en libertad y apresurarse a huir a Francia.
Último escándalo
Regresó a España varias veces, pero siempre a la denominada «zona nacional» donde escribió artículos muy duros contra el Frente Popular. La Guerra Civil truncó la carrera literaria de Baroja en no escasa medida. Sus novelas sobre la guerra no fueron toleradas por la censura franquista, siendo su último gran aporte «Desde la última vuelta del camino», un extraordinario libro de memorias.
Su último escándalo lo daría con ocasión de su muerte: exigió ser enterrado como ateo en el cementerio civil de Madrid. Entre los que llevaban el féretro se encontraba Camilo José Cela, y entre los presentes, Jesús Rubio García-Mina –que, a pesar de las aceradas críticas clericales, acudió en calidad de ministro de Educación nacional– y Hemingway.