Baltimore
Ben Affleck viaje a los bajos fondos
Tras debutar con la dura «Adiós, pequeña, adiós», el realizador y actor norteamericano llega a la Mostra de Venecia con su nueva película, «The Town», que también dirige y protagoniza. Y sí, es cierto: Affleck se mueve siempre mejor detrás que delante de la cámara.
«Es un director que, por casualidad, es un actor». Con estas palabras la actriz Rebecca Hall definía la labor de Ben Affleck al frente del reparto de «The Town», que se presentó fuera de concurso en Venecia. Tan rotunda afirmación tiene dos lecturas: la primera revela a Hall como una sutil ironista, que quiso felicitar al director dejándole claro que lo suyo no es estar delante de una cámara; la segunda restituye el nombre de Affleck, lo legitima ante los que ya le daban por acabado. Lo cierto es que deberíamos matizar la frase de Hall. Ésta es la versión corregida: «Es un director que, por desgracia, es un actor». Las limitaciones de Ben Affleck en el terreno interpretativo son por todos conocidas –no es extraño que ganara la copa Volpi interpretando a George Reeves, uno de los peores actores de la historia, en «Hollywoodland»–, pero también resulta obvio que las bondades de su debut como director, «Adiós, pequeña, adiós», arrasaron con su mala reputación.
Serie dinamita
No es casual que en la rueda de prensa de «The Town» saliera a colación el auge de la ficción televisiva americana. Con John Hamm, protagonista de «Mad Men», en la sala, era inevitable la pregunta del millón: ¿la televisión está comiéndole el terreno creativo al cine? La cuestión flotaba en el aire gracias a la película de Affleck, que puede leerse como una versión amable de un episodio de «The Wire», la serie que ha dinamitado los cánones dramáticos del relato catódico revelándose como feroz documental de los bajos fondos de la ciudad de Baltimore. En «The Town» estamos en otros bajos fondos, los de Charlestown, el barrio de Boston que ostenta el dudoso título de albergar más ladrones de bancos por metro cuadrado de todo el mundo mundial. Quizá por eso la película empieza con un eléctrico atraco, a los que se añaden dos más estratégicamente repartidos en el nudo y el desenlace de la trama. Affleck, que creció muy cerca de Charlestown, tiene prisa por plantear el conflicto, quiere enseñar a sus personajes trabajando (en el crimen), y aprovecha la oportunidad para demostrar su talento a la hora de rodar las secuencias de acción, que no tienen nada que envidiar a las de «Lo llaman Bodhi» y son lo mejor de la película.
Una sombra sin alma
Los tres atracos definen el punto de vista que toma Affleck: «The Town» siempre está a favor de los criminales, hasta el punto de que el personaje de su perseguidor, el agente del FBI interpretado por Hamm, apenas está desarrollado, es la sombra sin alma que acecha en el lado bueno de la ley.
Affleck se ha reservado el papel heroico, el del hombre que, siendo consciente de sus faltas, quiere dar un vuelco a su vida. «La idea no era glorificar a un criminal o minimizar el daño que causa», contó ayer. «Lo importante del personaje es que sabe que hace cosas mal pero intenta cambiarlas». La redención de Doug MacRay pasa por su historia de amor con Claire (Rebecca Hall), directora de un banco que ha sido víctima de la banda que lidera su nuevo novio. Sin embargo, «The Town» funciona mejor cuando examina la rivalidad rebosante de testosterona que une a Doug con Jem (Jeremy Renner), su amigo del alma, que cuando escucha la música de violines que ameniza los días y las noches de los amantes. Es gracias a esa amistad entre hombres donde «The Town» evoca el cine de gángsters de los años treinta: no es extraño que Affleck cite las películas de James Cagney como referencia. El material con el que trabaja el protagonista de «Persiguiendo a Amy» es el de «Ángeles con caras sucias», y su pericia como director es digna de la de los artesanos de Hollywood, los que forjaron sus carreras en el sistema de estudios haciendo cine de encargo. A tenor de lo que vemos en «The Town», podríamos afirmar que Ben Affleck sería el nuevo Michael Curtiz si Hollywood funcionara como la fábrica de sueños que era en la edad de oro del cine clásico. El clasicismo se saluda ahora como la excepción que confirma la regla, aunque, en otra época, «The Town» sería una película más del paquete de producciones que la Warner estrenaba a granel en la década prodigiosa que sucedió a la depresión del 29.
Las debilidades de la película tienen que ver con su prudencia, con sus discretas ambiciones, porque lo cierto es que, en esta ocasión, Affleck se ha arriesgado menos que en su ópera prima, cuya trágica dureza la emparentaba directamente con «Mystic River». «The Town» discurre con cierta parsimonia por senderos previsibles. No hay nada aquí que no hayamos visto cien veces: el gañán que quiere redimirse, el amigo violento que es como una bomba de relojería, la buena chica que abre una brecha en la amistad masculina, el poli que haría cualquier cosa por cazar a los malos... No hay subversión de arquetipos, no hay sorpresas en el tratamiento de trama y personajes. Hay pulso seguro en la ejecución y una cierta confianza en contar bien una historia. Que no es poco en los tiempos que corren.
Descubrimos al Takashi Miike más gamberro
Takashi Miike ha dirigido ochenta y dos películas en veinte años. El promedio es escalofriante, por lo que no resulta fácil estar al día al hablar de su obra. Más rápido que un parpadeo, es un superhéroe del cine que produce en cadena, un Jess Franco con los ojos rasgados que este año compite hoy en la Mostra con «13 asesinos». No es extraño que, fuera de concurso, Marco Müller haya querido rendir homenaje a su capacidad de trabajo programando las dos partes de la saga «Zebraman», dedicadas a glosar las aventuras de un profesor que decide vestirse como un ídolo superheroico de un «show» televisivo de su infancia. Éste es el Miike más gamberro, el de «Ichi the Killer». Los que creían que «Kick Ass» era original comprobarán que esta parodia, cuyo primer capítulo fue estrenado en 2004 (en la imagen, una escena), ya había sentado las bases del superhéroe de estar por casa. A Miike no le interesan los productos pulidos y educados: la saga «Zebraman» es puro pulp, «exploitation» de primera categoría perfecta para la sesión de medianoche en la que fue programada en la Mostra. Tarantino, admirador del cine de Miike y actor en una de sus más delirantes películas, «Suriyaki Western Django», apoyó el homenaje desde la platea. A ver si logra convencer al resto del jurado de que Miike bien vale un León, aunque sea de plata...
La mujer simio
El cuerpo de la sudafricana Saartjie Baartman sirvió para hacer un molde de su cráneo y figura que demostraba, según los naturalistas franceses del XIX, que era lo más parecido a un simio que un humano podía imaginar. Abdellatif Kechiche cuenta los últimos años de vida de esta mujer oprimida en «Venus Noire». Su método de trabajo es el mismo que en «Cus Cus»: secuencias largas en las que la duración coge por las solapas al espectador y lo coloca en el centro de la acción. Es un método agotador, pero tiene sus recompensas: a pesar de que Kechiche no hace un retrato psicológico de su heroína, evitando así caer en el victimismo, nos es imposible no empatizar con su drama. Explotada por dos hombres crueles, primero en un espectáculo de barraca de feria de Londres, después en el París más libertino, más tarde en un burdel, Baartman sufre todo tipo de vejaciones en público. Se trata de contar hasta qué punto la opresión puede anular la conciencia de la propia identidad. Los objetivos de «Venus Noire» están expuestos con diáfana claridad, todo lo contrario que la griega «Attenberg», que juega a ser un «Canino» de segunda división sin estar a la altura de su malsano cinismo.
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