País Vasco
Lágrimas o gotas de colirio ésa es la cuestión
Lloran unas mujeres tras conocer la sentencia del Tribunal Constitucional que permite que Bildu se presente a las elecciones
Arrobadas de alegría, lloran, y se secan las lágrimas con el dorso de la mano para que no se les corra la pintura. Los hombres, a lo lejos, alzan los puños y ya están cantando himnos de guerra. Ellos, a lo suyo. En el País Vasco, hasta ahora, sólo lloraban unos, así que está bien que lloren todos, aunque lo hagan de alegría. No es lo mismo que llorar en un cementerio, claro, o delante de un charco de sangre. El llanto de alegría tiene los efectos del colirio: al rato, es fácil acabar partiéndote de risa o borracho perdido o cantando de nuevo los viejos himnos. Los oftalmólogos recomiendan el llanto para purificar la mirada, limpiar la suciedad de las pupilas, incluso como cosmético para embellecer los ojos legañosos que no han soltado una lágrima en su vida, o no lo han hecho por el dolor causado a tu vecino. Ya saben, son esos ojos secos como los del pescado pasado de fechas. La democracia es un sistema extraño, no sólo garantista en el sentido jurídico, sino generoso, que es un atributo moral. Te pasas la vida maldiciéndola –en el mejor de los casos– y luego te acoges a ella sin pedir perdón ni siquiera excusas como cuando das un pisotón sin querer, y le pides ayuda cuando estás a punto de morir civilmente, convertido en un fantasma acodado en una taberna. Y ella abre la puerta y te acoge si, advierte, la respetas y defiendes. Aunque sólo te aproveches de ella como un amante cobarde, abre los brazos y te acoge en su seno. «Dime que me quieres aunque sea mentira», le pidió Johnny Guitar. Y Joan Crawford contestó: «Te quiero, pero es mentira».
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