Nueva York
El fenómeno «Enterrado»
No les costará mucho averiguar que Rodrigo Cortés es uno de los niños más listos de la clase del cine español. No sólo tiene el mérito de haber construido un filme de aventuras con un único protagonista que no se mueve de un ataúd, enterrado a varios metros de profundidad durante hora y media, sino que es capaz de explicar cómo lo consiguió con la precisión de un cirujano.
Valentía no le falta pues, como nos cuenta, el guión, firmado por Chris Sparling, «que es extraordinario, llevaba un año dando vueltas por Hollywood. Gustaba mucho, pero todo el mundo lo consideraba imposible de rodar, lo que agradezco porque así cruzó el charco y pudo llegar a mis manos. Las razones por las que todos lo rechazaban fue lo que hizo que me ilusionara con él como un adolescente. De jovencito leí aquellas conversaciones entre Hitchcock y Truffaut y uno piensa cuando tiene 14 años que hará una película que no haya hecho nadie. Sabes que eso no ocurre nunca, por eso me lancé a ella como un suicida», dice como una metralleta que no deja de lanzar ideas .
Objetivo: no salir a superficie
Confiado en que estaba ante una oportunidad única, apenas añadió líneas a la idea original, quizá un poco de humor negro para que el espectador tuviera algún respiro: «El guionista estuvo al tanto de todo. No hice una reescritura personal, sino que le dije lo que quería modificar y así lo hizo, por lo que el cien por cien del guión es suyo. En ningún momento me olvidé de que la razón por la que estamos todos aquí es porque salió de su cabeza».
Cortés amasó el proyecto con la intención de que no debía alumbrar una película de arte y ensayo, sino un «thriller» de aventuras: «Cuando me preguntaban si esto iba a ser una película experimental e intimista, yo respondía que no, que iba a ser Indiana Jones dentro de una caja. En mi opinión mantenerse bajo la tierra era la manera de hacer la película grande.
Rodar a los demás personajes en superficie hubiera supuesto lograr, como mucho, un buen capítulo de una serie de televisión. La historia no tiene que ver con los centrímetros cúbicos, sino con su capacidad de sugerir. Por eso al principio no pensé en el ataúd, sino en la historia; después en las herramientas cinematográficas que debía emplear. Planifiqué como si fuera a rodar en la ciudad de Nueva York, si hacía falta un «travelling» de 360 grados, algo imposible dentro de una caja, no renunciaba a ello; lo mismo si lo que necesitaba era una secuencia con cámara al hombro... Por fin en el tercer paso y último pensé en cómo debía ser el habitáculo».
Y vaya si lo consiguió: su estreno en el festival de Sundance se zanjó con colas de seis horas frente a la taquilla para conseguir una butaca y reventas de diez veces el precio de la entrada. Tanta expectación se tradujo en una puja de las distribuidoras por encargarse del estreno mundial: «No me sorprendió, lo cual no quiere decir que lo esperaba. Fui a Sundance sin expectativas. Al principio las películas están muy desprotegidas y toman una inercia u otra atendiendo a cosas que no dependen de ti».
Irak como «mcguffin»
Sáltense las siguiente líneas si no quieren saber nada del argumento, pero, para aquellos que aún no estén convencidos, debemos advertirles de que el enterramiento forzoso sucede en la Guerra de Irak y que, por lo tanto, no sólo no es casual, sino que persigue un objetivo muy concreto. Aun así, Cortés desprecia las lecturas políticas, y asegura que se trata tan sólo del «mcguffin»: «El filme trasciende la parte ideológica, porque la situación allí cambia cada seis semanas. Nos sentimos identificados con el personaje, no porque hayamos sido enterrados vivos, sino porque todos hemos intentado darnos de baja en nuestra compañía de móvil y hemos pasado media hora dando al uno y al dos para conseguir hablar con alguien que no quiere ayudarnos».
Para inspirarse, Cortés ha bebido en la «literatura de los 50 y 60 de Richard Matheson, el ciclo ‘‘Hitchcock presenta''..., "El diálogo sobre ruedas", con historias mínimas con capacidad alegórica muy poderosa. Son reflexiones que rondan dentro de uno. Vi algo similar en esta película. A través de un "thriller"de máxima tensión observamos que nuestro personaje no tiene como enemigo prioritario el terrorismo, la falta de oxígeno o la arena, sino la burocracia».
Quizá porque confía en el boca a boca entre los espectadores prefiere no darle vueltas a que haya espectadores que duden si entran en la sala por miedo a la claustrofobia: «Una de las razones por las que uno puede hacer una película así es porque no lo piensas. Conviene alejarse del sentido común y confiar estrictamente en las intuiciones poderosas que te produce la lectura del guión, que me sacudió profundamente y me estimuló para hacer algo que no se había hecho antes».
Libertad creativa
Además de haber ideado una trampa tras otra para el espectador, la emoción se acelera por el uso de la música, que también nos describe Cortés minuciosamente: «Es uno de los procesos que más disfruto. Trabajé con Víctor Reyes en ella en la segunda semana de montaje. Empieza con una explosión de la orquesta que le dice a la gente que no va a ver un filme para un museo, sino uno de aventuras. Así, el público está preparada para escuchar el silencio de los minutos iniciales de oscuridad absoluta. Después hay otros 15 de silencio total, así que la primera melodía que escuchamos es con los instrumentos más graves de la orquesta porque se percibe como una intromisión. Poco a poco evoluciona como una cosa percusiva, después se estiliza más hasta que llega a ser épica».
Aplausos y festivales aparte, el verdadero test comienza este viernes, día de su estreno e España, para un producto largamente esperado. Además de promocionarla en todos los rincones, otros poyectos bullen en la mente de este inquieto director, aunque pone como única premisa que haya «libertad creativa», ya sea en Hollywood o en Teruel.
EL DETALLE LOS DATOS DEl «BOOM»
La película, de producción española –bastante baja, por cierto, pues costó menos de dos millones de euros– se verá en 8.000 pantallas de todo el mundo. Éste es el objetivo inicial de Warner, que se ocupa de la distribución. Para lograr los efectos que se consiguen durante los 90 minutos se construyeron siete cajas distintas, una con puertas corredizas, otra giratoria... «Mi objetivo es que el espectador sienta que ha recorrido 150 kilómetros al final de la película y no que ha permanecido quieto en una caja».
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