Opinión
La crónica de Amilibia: Plácido, lo que diga Irene Montero, hijo
Joan Matabosch, director artístico del Teatro Real, confiesa que existen conversaciones con Plácido Domingopara que vuelva al gran coliseo madrileño: «A mí me encantaría, aunque tiene que aclarar su situación con los responsables políticos institucionales para dar ese paso, porque de otra manera estamos un poco con las manos atadas». Si interpreto bien, que quizá no, el más grande tenor del mundo ha de contar con el beneplácito de la comisaria sexual de España, nuestra «MeToo» de andar por casa, Irene Montero, para poder cantar en el Real «Otelo», por ejemplo. Ya ves, Plácido: lo que diga Irene, hijo. Y si en estos momentos alguien recuerda que el artista no ha sido condenado por los supuestos acosos sexuales por ningún tribunal del mundo, que no hay pruebas fehacientes de tocamientos impropios y que si los hubo quizá sólo fueron porque los cantantes de ópera gesticulan mucho con las manos al cantar, y las susodichas manos, como es sabido, en ocasiones van al do de pecho antes que al pan; si alguien recuerda todo esto y algo más, digo, es sin duda un facha heteropatriarcal abocado a la cancelación.
También puede que Matabosch insinúe que la ministra de Igualdad ha sumado a sus atribuciones la de Supervisora Artística del Real y ahora se encarga de evaluar si los hipotéticos tocamientos han mermado las condiciones vocales del tenor, que ya decían nuestros viejos confesores que los actos impuros producen ceguera, tuberculosis, anemia, pudrimiento del pene y, sobre todo, nos arrojan de cabeza a las llamas eternas. Así, le grito al televisor, el ministerio de Igualdad debería pasar a denominarse Ministerio para la Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio. Como en Afganistán, sí.