Grupos
«La derecha maltrata a sus artistas; la izquierda los mima»
Daniel Velázquez / Ex cantante
Le llamaron la voz romántica de los ojos azules, y además los tenía tristes y una cara de buen chico tímido y rubio que no podía con ella. Se fue de la canción a los 33 años, como un cristo necesitado de resucitar en otra vida más ajustada a sus deseos o más alejada de sus agonías. De todas formas, y caída de ojos aparte, siempre tuvo más tendencia a la tristeza que a cualquier otra cosa, y me aclara que es algo genético: «Soy propenso a las depresiones».
–Empezó en los 60 con el grupo «Cefe y los Gigantes». Cefe era usted...
–Era un crío. Llegamos a grabar dos discos con Columbia. Yo cantaba desde siempre, casi desde la cuna. Ganaba concursos en la radio, en la Inter, en la SER, etc., siendo un adolescente.
–Tenía cara de buen chico, tímido y tal.
–Dicen que soy buena persona. Sí, era buen chico y creo que lo sigo siendo. No me he vuelto cascarrabias, soy comprensivo, lo comprendo todo y tiendo a perdonar. Miro el lado positivo de las personas. Sólo soy negativo conmigo mismo: soy muy autocrítico.
Le pusieron Ceferino porque era el último hijo que sus padres esperaban («creo que llegué de penalti») y, claro, tenía que llevar el nombre del padre, cosa fina. Cuando ya era un cantante famoso, nadie le llamaba Cefe, pero de todas formas decidió cambiarse el nombre –no le gustaba nada y él ha sido siempre un esteta– y en el 76 ya fue oficialmente Daniel ante el registro civil y los hombres.
–¿Y por qué no aprovechó para cambiarse el apellido?
–Feito me gusta... si no le ponen el acento y me llaman feíto. Es un apellido de vaqueiros asturianos, significa «hecho».
–Estuvo a punto de grabar el «Himno a la Alegría» de Waldo de los Ríos que al final interpretó Miguel Ríos. ¿Habría cambiado su vida ese éxito?
–Creo que sí, como tantas otras cosas que no me ocurrieron y pudieron ocurrir. Casi siempre he estado en el lugar inoportuno en el momento inoportuno.
–Se va de la canción en el 78. ¿De qué se cansó?
–De la canción estaba cansado desde siempre. Me gustaba cantar, pero no todo lo que rodeaba a la canción. La fama, la gente que te rodea y te halaga sólo por interés... No me gustaba que me reconocieran. Siempre fui tímido.
–Pero dejar la música a los 33 años...
–Lo dejé cuando estaba en plenitud. La casa de discos me engañó como a un tonto en la renovación del contrato. Y me dije: bien, pues no vuelvo a cantar. Una decisión muy Géminis. No me costó nada dejarlo: tenía otros proyectos.
Era un entusiasta de Adolfo Suárez, de la UCD, «y lo sigo siendo». «Por ese entusiasmo, la ''gauche divine'' me consideró de derechas, y entonces, y quizá también ahora, eso era una especie de crimen en el mundo artístico; yo he creído siempre en la democracia, pero, ¿creen los que discriminan y descalifican por razones ideológicas en la democracia? No me gusta el sectarismo; tiendo a pensar que el otro puede tener razón; es un gran principio liberal».
–Curioso: en aquellos tiempos ahí estaban Julio Iglesias, Raphael, Nino Bravo, Camilo Sesto, Danny Daniel, que no eran precisamente rojos...
–Sí, es verdad. En los años 70, la UCD logró juntar a un plantel de artistas impresionante. Hoy sería imposible. La derecha maltrata a sus artistas y la izquierda los mima. Ésa es la verdad. Hoy son casi todos de izquierdas. Y me parece bien: creo que hay que respetar al que piensa distinto.
–Quizá lo suyo fuera la política...
–No. Era estar dentro del mundo del espectáculo pero sin salir a escena.
Así que entró en el equipo municipal de José Luis Álvarez y animó La Movida con el concurso de rock Villa de Madrid. Luego dirigió discotecas y salas de Julián Reyzábal durante casi cinco años: «Fueron tiempos felices, conocí a mucha gente, aprendí mucho; Julián Reyzábal fue el último gran empresario del mundo del espectáculo que tuvo este país: cómo sabía programar, cómo cuidada a los artistas, cómo los promocionaba, cómo amaba lo que hacía; era un grande, un grande de verdad». Y ha sido hasta hace poco –ya se ha jubilado– director del Centro Hispano-Rumano de Alcalá de Henares y Coslada.
–¿Y qué tal envejece?
–Físicamente, bien; anímicamente, peor. Me jubilé y me siento un poco inútil. No hago casi nada: quedo a comer con amigos, doy una vuelta por Coslada, veo la tele, bebo un Nestea... Lo peor de envejecer es darte cuenta de que ya nada volverá a ser como antes, hasta tropiezas más.
Ha dejado casi todo menos el tabaco.
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