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El triunfo en el cine de los «noodle boys», los hombres fideo
El éxito de actores de apariencia flacucha, como la de Timothée Chalamet, sugieren una nueva masculinidad más relajada, pero el debate es mucho más complejo
Viril, hípster, ubersexual, fofisano, neomacarra… Y ahora, los «noodle boys» u hombres fideo. Desde hace décadas, la industria del cine viene marcando el modelo masculino que triunfa. Lo hace de manera tan caprichosa que donde antes imponía el arquetipo inquebrantable de Gary Cooper o John Wayne luego colocó a James Bond, que admitió rebajar su proporción de virilidad mientras no le tocasen su gusto por el licor caro y las mujeres hermosas. En los 70 y 80 nos colaron la androginia rockera de Mick Jagger, David Bowie, Prince o incluso Miguel Bosé, arquetipos de una masculinidad relajada y con un punto comedido de amaneramiento. En la última horda, el éxito es para los actores muy delgados y eróticamente atractivos.
Podemos observar la evolución en películas como «Gladiator», cuya última entrega, protagonizada por Paul Mescal, nos permite intuir una nueva vuelta de tuerca. Aquellos gladiadores, grandes héroes del Coliseo por su temperamento y su brutal forma de luchar igual contra seres humanos que contra bestias, ahora se nos presentan más sensibles y menos feroces, pero magnéticos hasta en su forma de llorar. Mescal, capaz de interpretar como nadie al hombre caído que persigue el sueño romántico de una sociedad equitativa para Roma, lidera la nueva generación de sex symbol y dice sentirse cómodo en una nueva masculinidad que logra por fin que la bondad sea sexy.
También la encarnan Timothé Chalamet, Josh O’Connor, Mark Eidelstein o los españoles Óscar Casas y Javier Mendo, aunque en España no ha habido esa obstinación, al menos desde el cine, por cuantificar la virilidad. De aspecto andrógino y subversivo, pero con papeles poderosos, estos jóvenes donceles aparecen como el talón de Aquiles de la llamada masculinidad tóxica allanando el camino a los que llegan con una belleza más cándida y menos musculada sin necesidad de caer en clichés hetero u homosexuales.
Fuera de la pantalla, se muestran desinhibidos y rompen cualquier dictado. Chalamet, que da vida a Bob Dylan en la película «A complete unknown», toma prestados de las pasarelas femeninas los trajes de lentejuelas que luce en los Oscar y Globos de Oro y los combina con accesorios puramente masculinos. Se ha convertido en un auténtico fenómeno y su atractivo sexual no deja de crecer. En su ensayo «Liberados de la masculinidad», Aline Laurent Mayarde asegura que este modelo contrasta con el prototipo del Hollywood dorado de hombres con coraje y un mismo aspecto: «Rectos, con hombros y mandíbulas cuadradas, muy erguidos y siempre vestidos de forma sobria. También era necesario, idealmente, que parecieran un poco machistas, hablaran poco, no expresaran sus sentimientos y se comportasen autosuficientes… Resultado: a menudo hemos asociado a los grandes actores del siglo XX con comportamientos de riesgo, como conducir rápido y consumir alcohol y también drogas».
Tom Hanks o Keanu Reeves ya se distanciaron hace décadas. El cambio es que por fin en la pantalla son hombres sexys y triunfadores. Hablan de sentimientos sin necesidad de reivindicar feminidad, visitan al psicólogo y escriben sus pensamientos cuando las cosas van mal. Además, admiten tener mujeres como mentoras y de cualquier edad. Chalamet, por ejemplo, mantiene amistad con actrices de 60 años. «Afirmar este tipo de cosas es un fenómeno muy nuevo», indica Laurent Mayarde.
Matthew Broderick y Tom Cruise, por ejemplo, tienen también mucho éxito y representan una imagen más urbana y versátil. Pero frente a ellos, estos jóvenes vienen a decir con sus cuerpos tallarín que, en este momento, el músculo ya no sirve. «Hay profesiones en las que todavía es útil, pero si tenemos que salvar el planeta de un hongo o del calentamiento global, no son músculos lo que necesitamos», advierte la ensayista. Claro que, si situamos a cada actor en su contexto histórico, habrá que pensar que existen tantas masculinidades como épocas y circunstancias. Quizá tantas masculinidades como hombres.
Sobrevuela el fantasma de la anorexia
Estos actores, cuyo peso no alcanzará ni el de un bíceps de Arnold Schwarzenegger cuando todo él parecía a punto de estallar, son los nuevos rompecorazones del cine, pero están también despertando el fantasma de la anorexia. Es el caso de Timothée Chalamet.
Su nueva masculinidad, cuidadosamente desaliñada y alejada de la testosterona de Marvel, desata tal locura que sus fans masculinos están desesperados por imitar su figura flacucha. Algunos de estos aspirantes a «noodle boys» aprovechan las páginas web que hacen apología de la anorexia y la bulimia para exhibir sus extremidades tallarín, resultado de dietas extremas de adelgazamiento. La consigna es clara: «cuanto más flacos, mejor». La tendencia, como se deduce de las escalofriantes imágenes, es peligrosa.
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