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Cumpleaños
Carmen Sevilla, 92 años más allá del olvido
La actriz, que padece Alzheimer desde hace tiempo celebra su aniversario
Cumple 92 años. Pero el Alzheimer está tan avanzado que Carmen Sevilla no reconocerá a los que le canten el «cumpleaños feliz». Su memoria está vacía de recuerdos, no sabe quién es ese hombre, su hijo, que la visita cada semana y le prodiga sus cariños; ni conoce a los dos jóvenes que le llaman abuela. Ni tan siquiera a su amigo más fiel, Moncho Ferrer, que suele llevarle los viernes ese pastel de merengue que tanto le gusta.
La actriz ve pasar los días desde el sillón que le conecta con la ventana que da al jardín de la residencia Orpea de Aravaca, donde es la paciente más entrañable y querida tanto por el personal como por el resto de residentes.
Un familiar de otra de las internas y que suele ver a la artista cada vez que visita a su madre, nos desvela que «es una pena que una mujer que lo fue todo en el cine español y la televisión se encuentre en ese estado. El día de su cumpleaños creo que le llevarán una tarta y se acercarán a su cuarto los sanitarios que le tratan a diario. Es muy querida por todos, los familiares de otros enfermos suelen pasarse por su habitación para verla. Hay una señora que tiene aquí a un familiar que es una admiradora extraordinaria de Carmen, se conoce de memoria toda su trayectoria. Yo la he visto llorar al salir del cuarto, unas lágrimas que demuestran el inmenso cariño que siente por la artista. El Alzheimer es una enfermedad terrible y borra recuerdos y sentimientos. Se lo digo porque yo vivo una circunstancia parecida con mi madre. Para los familiares es muy duro vivir esta situación. Personas a las que quieres y que no saben quien eres».
Augusto, el hijo de quien fuera una de las actrices y presentadoras de televisión, no estará en la residencia con su progenitora, ha decidido no acudir en un día tan especial para que «no se monte un circo en la puerta de la residencia, porque seguro que habrá cámaras allí».
Declaraciones falsas
Hace unos días aparecían en una revista unas declaraciones suyas, y Augusto asegura que no las hizo y que el que vendió la entrevista a la publicación tan solo cruzó con él dos frases en un acto organizado por José Miguel Fernández Sastrón, el ex marido de Simoneta Gómez Acebo.
Los que le conocen bien, entre los que me incluyo, tenemos constancia de lo mucho que se preocupa por el estado de su madre. No hay semana que no vaya a verla, algunas veces solo y otras con sus dos hijos o con su amigo Moncho Ferrer. En este sentido, es un hijo ejemplar.
Decidió hace unos años que nadie más visitara a Carmen, porque los médicos que la tratan le recomendaron que se la dejara tranquila. Y ha seguido tajantemente tal consejo. No se le puede reprochar nada en este sentido.
El día a día de su madre es muy sencillo. Suele despertarse temprano, las cuidadoras la ayudan a lavarse y arreglarse, la peinan y, si se siente bien, la llevan a dar un paseo por el jardín. Desde la ventana de su habitación se contemplan unas vistas maravillosas de las afueras de Madrid. Carmen pasa mucho tiempo oteando el horizonte, con la mirada perdida y sin decir palabra.
Recuerdo aquellas cenas de cumpleaños que celebraba con su familia y amigos en el exclusivo restaurante madrileño Zalacaín. Siempre mandaba a los camareros que sirvieran bebidas y canapés a los periodistas que acudían a cubrir el evento, y no dudaba en posar con su hijo y la consabida tarta frente a los fotógrafos. Su relación con los reporteros era inmejorable.
Ilusionada como una niña
Hoy, el amplio piso en el que vivía, en una de las mejores zonas madrileñas, junto al Templo de Debod y el Parque del Oeste, lo tiene su hijo alquilado a una familia. Me acuerdo con la ilusión con que me lo enseñó nada más estrenarlo, parecía una niña con zapatos nuevos. Me llevó por todas las estancias expresando lo feliz que se sentía en esa casa.
La última vez que hablamos me hizo partícipe de su ilusión de que se realizara una serie sobre su persona. Estaba sufriendo los primeros efectos del Alzheimer y comenzaba a desvariar un poco en la conversación, todavía confiaba en poder intervenir en esa producción. Al final, la enfermedad le impidió cumplir aquel sueño y su estado físico recomendó el internamiento en la residencia.
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