Estados Unidos
Crisis en la pasarela, supervivientes a medida
La costura se presenta como la única vía de escape a los diseñadores que van dando esquinazo a la crisis
Que no. Que a esto le queda para despegar. La voluntad es grande, pero el bolsillo pequeño. David Delfín, el ausente, lo sabe bien. Y los que se han quedado en Ifema, también. Fin de los experimentos y de las salidas de tono. Al menos, para el que no quiera ahogarse en la crisis de la pasarela. O vendes o a la calle. De ahí el conservadurismo de algunos diseñadores en la Mercedes Benz Fashion Week de Madrid para lavar y guardar la ropa de la clienta fiel con el riesgo de ofrecer lo mismo que el «low cost». A otros les horroriza este plan, y lo que buscan es enganchar con la mirada y con el tacto. Ahí el que manda es Hannibal Laguna: «Si algo se puede industrializar, lo quito inmediatamente de mi colección». Se despacha a gusto: «No me gusta el pret-à-porter al uso, sólo admito aquello fabricado por nosotros». Ésa es la diferencia del superviviente. El que ofrece lo exclusivo, que en versión Laguna es la costura a medida, con tejidos inéditos. Ayer se reinventó en su masterclass de vestidos de fiesta con una maraña de hilos metálicos, seda y algodón al que añadió pequeños cristales, que al tacto daban la sensación de estar tocando un coral. Calidad en todo aquello que se puede palpar, como en unas faldas que, a pesar del volumen, no se arrugan aunque la boda se alargue más que un «after» en el barrio de Fuencarral.
Y precisamente de una fiesta con resaca parecía salir Montesinos, que ya no sabe qué hacer para dar la nota y captar la atención de las cámaras. Cantaora flamenca, Rafael Amargo en versión XL, abanicos multicolor, abalorios de Cobo Calleja, calzoncillos de ganchillo... La sonrisa forzada de Antonio Navas –uno de nuestros «tops» más «top»– lo decía todo.
La renovación de Ágatha
La que no necesita palmeros es Ágatha Ruiz de la Prada, que ayer sorprendió –y para bien– sacando los corazones justos a la pasarela y dando una lección de cómo innovar desde la raíz con su pantone habitual pero echando mano del grafitti y de la pintura de brocha gorda. Y si ella pinta, Juana Martín hila fino. Lucida y lúcida su apuesta por la pata de gallo XXL, y su propuesta bicolor en blanco y negro se dejaba querer tanto en los vestidos largos como en la chaqueta en la que se entrecruzaban las líneas. Ella sobrevive a golpe de trajes de flamenca, debaño y trajes de novia. «Pero sobre todo, tengo que darles las gracias a las clientas fieles a medida», se sincera Juana, que puede irse satisfecha de la mano de su compañero de reparto, Ion Fiz. Tras algún que otro tropezón en temporadas pasadas, sólo le fallaron en esta ocasión los tacones, a los que tuvo que poner celo sobre la marcha para evitar caídas. Por lo demás, le funcionaron las faldas de gasa transparente confeccionadas de una sola pieza, las cuidadas piezas en tul bordado con lúrex de oro... «Me he dado cuenta de que el prét-a-porter y la distribución en tiendas multimarca no sirven de mucho, es mejor dedicarte a crear prendas especiales», detalla con un buen hacer que se extiende a su propuesta para el hombre.
Sienta bien, muy bien, como la colección unisex de Etxebarría, aunque con tanto punto y tanto cuero, parecía pensada para un verano nórdico. El panorama es tal en nuestro país, que Roberto Etxebarría confesó a LA RAZÓN que en España no vende «nada de nada». Eso sí, en Estados Unidos, de este a oeste, ya tiene colocada la colección desde junio. «No quiero correr riesgos, porque como lo haga, me toca cerrar el chiringuito», comentaba tras el desfile. Tampoco han sonreído las ventas en el último año a María Barros. Una pena, porque ella no falla ni en lo conceptual ni en la ejecución. La misma lección vale para Maya Hansen, cuyos corsés ayer viajaron al centro de la mina para cargarse de minerales por doquier. Lo suyo tiene esencia creativa, esa que tiene que recuperar Rabaneda, que pinchó en la combinación de tejidos y estampados. Que no se despiste, que la crisis no se ha ido.
Con los chicles en primera fila
En ocasiones, una segunda fila tiene más valor que la primera. Es lo que ocurre cuando, por ejemplo, se presenta Mar García Vaquero, esposa de Felipe González. Los fotógrafos no captaron su presencia, pero allí estaba, como clienta y no «celebrity» de Hannibal Laguna. Porque sentarte en primer plano y estar de charleta y mascando chicle no es de recibo. Así ocurrió con la pandilla de Boris Izaguirre, Raquel Sánchez Silva, Tomás Alía y Elena Benarroch durante el desfile de Juana Martín. A quien daba gusto ver era a Irene Meritxel –fotografiando los estampados que ella misma elaboró para Ion Fiz– e Imanol Arias, al que más de una miraba como objeto de deseo (en la imagen).