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Secretos palaciegos
El día en que una bruja hechizó a la reina Juliana de Holanda
Buscando cura para su la ceguera de su hija, la abuela del rey Guillermo dio con una curandera que se coló en Palacio y acabó manipulando su mente
La monarquía holandesa guarda leyendas que son tesoros, tan valiosos como las obras de Rembrandt o Van Gogh o el propio joyero de la Corona, uno de los más ricos de las monarquías europeas. Una de ellas es la de reina Juliana, abuela de Guillermo de los Países Bajos. Sus diminutos ojos empequeñecían su mirada y, aunque estilosa, no era mujer demasiado agraciada. Sin embargo, su imagen era tan majestuosa y alegre, como la de Máxima, a pesar de no haber parentesco entre ellas. Igual que la reina actual, se ganó el corazón de los holandeses en un momento político muy complejo.
Su leyenda negra pudo tener su raíz más lejana en su condición de hija única. De niña, en lugar de jugar y divertirse, se entretenía con mujeres mayores que se dirigían a ella con una reverencia. Su propia madre, la reina Guillermina, una mujer exageradamente autoritaria, le obligaba a llamarla «Mevrow» (Señora). Son detalles que moldearon una personalidad impulsiva y cambiante, si bien durante su reinado, desde 1948 hasta 1984, condujo a la monarquía hacia una era moderna. Con 27 años, durante unas vacaciones de invierno, conoció al apuesto príncipe Bernardo, con quien contrajo matrimonio un año después. La menor de sus hijas, Christina, nació casi ciega a causa de una rubeola durante el embarazo, algo por lo que nunca dejó de atormentarse.
En su desesperada búsqueda de cura para la pequeña, Juliana encontró su perdición, pues, con el beneplácito inicial de su esposo, recurrió a Greet Hofmans, una curandera que decía sanar mediante imposición de manos. Esta mujer de aspecto lóbrego se coló en el palacio Soetsdijk y en la mente de la soberana. En poco tiempo, se convirtió en una presencia constante en la residencia real, una suerte de Rasputina que organizaba cada noche sesiones espiritistas. Tal era su influjo que la reina le confió sus secretos de alcoba y de estado, poniendo en serio peligro la Corona. Durante nueve años, fue su principal consejera.
Solo la mediación de un consejo de sabios logró expulsarla de palacio. La magia no sanó la ceguera de la niña, pero la reina, una vez más en su biografía, capeó el temporal y con su generosidad recuperó el afecto de su país. En 1980, coincidiendo con su 71 cumpleaños abdicó en su hija Beatriz, dando por terminado su reinado. El primer ministro Andreas Van Agt la definió como «una roca en medio de las turbulencias». Los 3.000 invitados le brindaron una ovación infinita. Ella tomó la mano de Bernardo y rompió a llorar.
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