Entrevista
El desquite de José Miguel Fernández Sastrón: «Aristócrata ya no es el de pedigrí, sino el de la black card»
El ex de Simoneta Gómez-Acebo publica «Menos protocolo y más patatas», el retrato mordaz de una sociedad que conoce bien
La novela que nos trae José Miguel Fernández Sastrón, «Menos protocolo y más patatas», no está pensada para leerla reposada, sino para buscarse en ella con la minuciosidad de aquella socialité de imponente porte que, en su aburrimiento, volcaba los posos de café en su delicado pañuelo para darle un significado. Permita el lector que le robemos al escritor su propia licencia de contar sin mencionar el nombre.
Por la obra de este músico, exmarido de Simoneta Gómez-Acebo, desfilan los arquetipos con título que todos conocemos y reconocemos. Ahí está Cuqui Bordallo , carismática mujer de rancio abolengo genovés que usa el apellido de su marido, un empresario ya retirado perteneciente a una de las familias industriales más potentes de los setenta. Como anfitriona resulta genial, también como promotora de vínculos matrimoniales entre los cachorros de la alta sociedad, aunque le chirríe a Tristán, protagonista de esta peculiar novela que está haciendo resoplar a más de un noble. Este marqués encarna al aristócrata ocioso cercano a los cuarenta que vive al abrigo de mamá sin más mérito que levantarse antes de las once. Excepto los domingos, cuando la mucama, la misma que le cambió los pañales, tiene que despertarle a eso del mediodía y gruñirle para que oree la habitación por el hedor «a cuadra».
Ociosos, fanfarrones, alcahuetas, avaros… La galería de personajes y anécdotas resulta más entretenida si tenemos en cuenta que, como nos cuenta Fernández Sastrón, «existen y están sacados de un contexto que conozco bien». No denuncia, sino que caricaturiza con el único afán de divertir, en la línea que ya marcaron grandes escritores. Y es inevitable que en sus páginas aparezcan usos y costumbres reservados a quien nació con título, como el culto a la genealogía, el gesto vanidoso de privarse de lo esencial para gastar en aparentar o la perversa inclinación a convertirse en parásitos.
«La escribí haciendo una pausa entre dos novelas más densas, a modo de divertimento. Siempre he sido muy observador y he aguzado el oído en las conversaciones. Por eso, me permito ese toque humorístico. El libro tiene más picardía de lo que parece», advierte. El exyerno de la Infanta Pilar reconoce que ese humor del que habla tiene un tono cáustico, aunque sin llegar al vinagre itálico con el que los antiguos romanos se despellejaban con ruda franqueza. La mordacidad aguda se la reserva para una segunda novela que, según anticipa, «será más jugosa» y con la que quizá nos llevará al encantador club de las segundas y terceras esposas.
Por más que se le insista, el autor no desvela a quién corresponde este u otro personaje de su novela. «Algunos son fácilmente identificables y no quiero cercenar la imaginación del lector». Pero si habla del barón que desbarra cuando pierde jugando al backgammon, la memoria nos lleva a una famosa timba que disputaron Don Juan de Borbón y el barón Thyssen. Este último acabó por los suelos recogiendo las fichas que había arrojado el abuelo de Felipe VI, que no tenía buen perder.
Su sentido del humor se agudiza cuando describe las cenas en el Horcher, uno de los templos gastronómicos de la llamada alta sociedad. «Los comensales de la mesa de al lado imaginan que estos señores que forman los consejos de administración están arreglando los males del mundo, cuando su única preocupación es la añada del vino que acaban de pedir. Diría que el buen comer y el buen beber marcan la rutina diaria de muchos aristócratas y, desde luego, los antiguos consejos de administración son una de las cosas más chaladas que he visto».
El autor ha sido testigo muy directo de cómo ha cambiado la sociedad en las últimas décadas. «El feudalismo económico quedó atrás y muchos aristócratas han tenido que ceder su patrimonio por no poder mantenerlo, alquilar habitaciones o mudarse a apartamentos. Ahora el aristócrata ya no es el de pedigrí, sino el de la black card. De nada te sirve el título si los ceros de la cuenta corriente no acompañan. Aquí encontramos una nueva aristocracia que se nutre de mexicanos, colombianos y otros ricos de ultramar. También los aristócratas convertidos en celebridades gracias al mundo virtual, ejemplo de su adaptación. Esto de pensar en ellos como una patulea de vagos es un mito».
Por si hay alguna duda, el escritor aclara que a la Infanta Pilar le habría divertido. «Gozaba de un enorme sentido del humor y mi recuerdo no puedo ser mejor». Admite también que, si la escritura de «Menos protocolo y más patatas» a él le ha permitido descansar la mente, puede que la de alguno de sus destinatarios se haya sentido soliviantada.