The Crown
‘The Crown’: La última venganza de Lady Di
El domingo se estrena la nueva temporada de «The Crown», donde cobra especial protagonismo. Su recuerdo está vivo incluso en sus nueras, Kate y Meghan, que la imitan en distinta medida
9 de Marzo de 1981, evento en Goldsmiths' Hall, en Londres, para apoyar al Royal Ballet. Hace una semana que se ha anunciado el compromiso del príncipe de Gales con la joven Lady Diana Spencer. Es la primera aparición pública de la pareja desde el anuncio oficial. Lo primero que ven las cámaras es un generoso escote dentro de un ajustado vestido negro «en una talla menos», en opinión de la propia Diana. Está tan insegura del traje de Emanuel (el mismo que firmará el cursi de la boda), que la princesa Grace Kelly, presente en el evento, no duda en decirle, para que se vaya acostumbrando, dónde va a meterse: «No te preocupes, querida. A partir de ahora todo será peor». Dieciocho meses después del encuentro de las dos divas regias, la princesa monegasca, criada en Hollywood, moría en un accidente de coche en una carretera de Niza. Quince años más tarde, la princesa inglesa, criada como lady con guion de serie de Hollywood, fallecía estrellada contra una columna debajo de un puente parisino.
Y esa es la venganza de Lady Di. Su constante regreso. Cada 31 de agosto, el puente de Alma en París amanece cuajado de flores. Sus nueras, Kate y Meghan, llevan un anillo de topacio azul como el suyo de compromiso, copian sus estilismos más sonados e, incluso, intentan posar como ella. La diferencia es que Diana tenía empatía natural. No se parecía a nadie más que a ella misma. Ni después de llevar 23 años muerta su ánima descansa. Deambula por los recios muros de Windsor. No solo es que vaya a ser el centro de la nueva temporada de «The Crown», es que su hijo Harry está culminando la obra levantada por la aristócrata enamorada de un príncipe que le salió rana.
Despecho, venganza o que el karma te la devuelve. Diana no fue querida, se intentó suicidar e incluso se provocó una bulimia para llamar la atención, que la propia Lady Di explica en un video que tardó dos décadas en ver la luz: «Todos culparon a la bulimia del fracaso de mi matrimonio, pero fue al revés. Podría haber recurrido al alcohol, pero opté por lastimarme yo».
Hay mujeres regias que soportan los cuernos; Diana, no. Se enfrentó a Carlos y a Camila en su propio palacio y fue la actual duquesa de Cornualles la que le contestó: «Déjalo estar Diana, tienes dos hijos». Ahí comprendió que había perdido la batalla con Carlos, pero no la guerra con los Windsor, con «La Firma», como se la conoce. En ese momento, nació para reinar en la eternidad la princesa del pueblo. Si hay algo que ella poseía, y lo sabía, era un don natural para ser y parecer creíble. Se sentaba en la cama de un enfermo con Sida, cuando eran apestados; abrazaba a la madre Teresa de Calcuta, que vivía con leprosos, y pisaba el terreno cuajado de minas antipersona. Y lo hacía sonriendo y con exquisita educación: «Cuando vi el consuelo que les daba a los enfermos, me entregué». Diana era creíble, conocía la fuerza de su imagen y el poder de los medios de comunicación. «Me ven como una amenaza porque actúo desde el corazón y no desde la cabeza».
Era una cría
Harry está culminando la venganza que Diana gestó sin ser consciente. Meghan, actriz, mulata y divorciada, le ha dado la gasolina que necesitaba para afianzar su decisión de no ser «El Recambio», como reza su mote. La próxima semana, Diana volverá a los hogares de medio mundo, la veremos patinar por Balmoral, bailar con su tutú por Buckingham o gritar en el comedor de Sandringham. No era una excéntrica, era una cría. Había estudiado hasta los 16, «no estaba interesada en estudiar». No llegó virgen al matrimonio, «Carlos y yo tuvimos trece encuentros previos a la boda», según ella misma meses antes de morir. Temía que le pasase algo, «yo era un problema», y recordaba cómo su primer amante, su guardaespaldas Barry Mannake, moría en un accidente de moto. El Lago de los Cisnes fue el último espectáculo que disfrutó una semana antes de morir. Una metáfora de su vida y un cierre que comenzó en un evento en Goldsmiths Hall, apoyando al Royal Ballet, el mismo que bailó su última danza.
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