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Adiós a la Infanta que unió a la Familia Real
“Espero no haber hecho daño a nadie, pero no cambiará nada de mi vida”, aseguró en la inauguración de la última edición del Rastrillo
La Infanta Pilar, que ha muerto hoy a los 83 años, siempre aceptó que ella no sería la “elegida” por el hecho de ser mujer, nunca se rebeló contra esa discriminación y aceptó de buen grado que su hermano pequeño, el Rey Juan Carlos, la precediese. Era una mujer que olía a rosas y se dice que “compró la colonia en farmacias de viejo”. Desayunaba un té y a media mañana un café con azúcar y sin leche: “Yo no tomo leche desde que dejé la de mi madre porque no me gusta”. Tampoco en su mesa se servían mucho las aves: “No nos gusta nada lo que tenga plumas”, pero al marisco no le hacía ascos: “Tiene un precio tremendo, así que me conformo con unas gambas”.
Sobre su buen apetito no dudaba en aclarar que “gracias a que tengo un estómago de avestruz lo digiero todo muy bien, solo tengo que reducir las grasas”. Y precisamente en el intestino comenzó su debilitamiento. Siguió así hasta que se apagó serenamente y sin hacer ruido una soleada mañana de primeros del mes de enero de un año al que le hubiera gustado sumarse porque su deseo era “ver crecer a mis nietos y a que mis hijos les vaya bien”. La Infanta Pilar ha sido la figura clave en unir a una familia que comenzaba a desestructurarse por múltiples motivos, pero eso será la historia quien lo juzgará. Esto pretende ser un perfil humano de la mujer que durante muchos años tuvo la gentileza de regalarme retazos de su vida y de sus pensamientos.
“Mi madre ha hecho de padre y de madre y ha realizado una labor magnífica. La verdad es que no tengo palabras para agradecerle lo mucho que se ha volcado con nosotros. Ella siempre ha dicho que era su deber y obligación como madre... pero verdaderamente es una madre excepcional”, así describía en una rara entrevista que me concedía en 2005 Simoneta Gómez-Acebo la labor de la Infanta Doña Pilar. Fue madre viuda de una familia numerosa de cinco hijos. De ellos, exceptuando Simoneta, que estaba recién casada, el resto eran varones adolescentes.
En una de esas raras excepciones en las que la prima mayor del Rey Felipe concedía entrevistas tuvo a bien hablar conmigo sobre su madre: “Entiendo la gran angustia de mi madre cuando tras 23 años de casados muere mi padre y comienza a pensar en qué va a ser de todos nosotros. Lo cierto es que ha pasado la prueba con matrícula de honor”. En los últimos tiempos las tornas se invirtieron y era Simoneta la que, como Ave Fénix, volaba sobre su madre y trataba de hacerle la vida más fácil. Sin embargo, el hijo que lo puede estar pasando peor sea Fernando, el pequeño, que es el que ha vivido con ella siempre y el que la ingresó en la clínica Rúber de Madrid el pasado domingo 5 de enero. Paradójicamente fue el día de Reyes y el del 82 cumpleaños de su hermano.
Según parece, la última dosis de quimioterapia que le dieron el 28 de diciembre no le fue bien y arrastraba más malestar del habitual. Pensaron en realizarle un tratamiento en Estados Unidos para intentar “enquistarle” el cáncer, pero tuvieron que descartarlo. Dada las fechas, alguno de sus hijos no estaba en España. Todos fueron avisados y han podido despedirse de ella, así como sus hermanos y cuñados.
La Infanta Pilar, Doña Pi o “La Pili”, como alguno de sus hijos la llama cariñosamente, ha sido una mujer de carácter, hasta tal punto que en la última entrevista que me concedía apenas hace mes y medio respondió con contundencia: “Con esa fortaleza que la caracteriza seguro que amenaza al cáncer y le dice; tú ahí quieto o te doy", le dije, y tras reírse me respondió: "Son ciertos momentos, ciertas horas del día en las que me fatigo más, pero desde luego, si me canso, me levanto y me voy”.
La infanta Pilar me concedía anualmente una entrevista en la que hablaba de todo, jamás censuró una pregunta e, incluso, utilizaba su habitual forma castiza de hablar. No olvidaré ese momento en el que califica a su hermano, el Rey Juan Carlos, como una “portera”. Es impagable. “Mi hermano tiene la manía de las comunicaciones y quiere tenernos localizados a todos porque es curioso. Es como una portera, le gusta saberlo todo y nos llama o nos pone ‘whatsapp’ todo el rato”.
Con él también coincidía en gustos gastronómicos, pero no en su pasión por el mar. “Yo no voy a barcos, pero sí me encanta el marisco, seguro que con mi hermano comería bien. Mi padre siempre me dijo que ‘cuando vayas a un sitio entérate quién eres en ese sitio’. De forma que si voy a Sanxenxo seré la hermana del Rey, con lo cual pasaré a la cola. Así que no voy. En tercera fila se aprende muchísimo porque ves las cosas venir, te educan desde chiquitín a estar en tercera fila. Yo soy directa y a veces eso ofende”.
En esa última entrevista se notaba que el mal ya estaba presente. No porque fuera en silla de ruedas o tapada con un sombrero, sino porque al ofrecerle su habitual cafecito de media mañana, ella lo rechazó y me dijo: “Uno de los efectos del tratamiento es que la cosas calientes no las aguanto porque me sabe a metal todo lo que bebo”.
Fue como un repaso por su vida porque ambas sabíamos que era posible que fuese la última entrevista que me concedía. “Gracias a Dios, he vivido bien. He tenido una vida maravillosa, unos padres que no se puede decir más de ellos y que nos han educado para la vida, que es lo que más les agradezco. Si a alguien le he hecho daño, pues sí me arrepiento. Espero no haber hecho daño a nadie, pero no cambiaría nada de mi vida”. Y con casi lágrimas en los ojos me fiaba su deseo más íntimo: “Me han pasado tantas cosas buenas en la vida que he tenido mucha suerte, pero sí me gustaría ver crecer a mis nietos y que les vaya bien en la vida. También a mis hijos”.
Aprovechó además para despejarme dos comentarios que se hacían en la sociedad sobre su trato con su cuñada, la Reina Doña Sofía: “La quiero y la aprecio muchísimo. Ella ha aguantado mucho y es una magnífica mujer. Ustedes se han inventado una supuesta rivalidad. Discutir hemos discutido muchísimo, pero nunca nos hemos llevado mal. Poca gente ha hecho tanto por la música en España como ella. Fíjese en que cuando ellos llegaron Sofi comenzó a traer a España a grandísimos músicos como Zubi Mehta o Rostroprovich, que se cogía unas castañas de vodka tremendas. Cuando él nos convidaba lo hacía con caviar y se escudaba en que ‘tengo ya mucho dinero’".
Sobre la Reina Letizia solo tenía buenas palabras: “En la familia se la aceptó divinamente y la arropamos mucho. Es francamente simpática, muy inteligente y pregunta mucho, eso es algo que me gusta. No pide consejo, pero sí que pregunta". Todas esas preguntas sobre la vida en la familia real o las situaciones a las que ha tenido que enfrentarse dada su posición solo las resuelven la inteligencia emocional o una educación especial. Así lo aclaraba la propia Infanta: “Siempre me ha importado muchísimo la educación. Mi padre me sacó muy pronto del colegio de las Esclavas en Portugal y las monjas, como yo sabía hablar francés muy bien, me pusieron a darles clases a un grupo de chicas españolas. Después me hice enfermera del Estado y ahí también enseñaba a las alumnas jóvenes. No de libros, sino de cosas prácticas acerca de lo que había que hacer en una sala de enfermería. Entre ellas, cómo hacer las 34 camas que teníamos. Las sé hacer divinamente porque tuve profesoras estupendas en la escuela y he hecho un montón de camas en mi toda mi vida. Aunque algo menos que copas y cafés en El Rastrillo”.
Sobre su educación, no tenía pelos en la lengua para reconocer sus carencias y también sus virtudes. "Hemos dado saltos de país en país toda la vida. Tan solo hemos estados dos o tres años en el mismo colegio y luego te quitaban porque mi padre decía que aprendíamos más en casa. Así que una vez llegué a un colegio y me quisieron poner en álgebra y yo no sabía ni la regla de tres. Sigo sin saberla. En cambio, en geografía o historia iba de cine. Pero en matemáticas uso las cuentas de la vieja para las cosas de casa, no es lo mío”.
Así era la Infanta Pilar: directa, a la pata la llana y con genio y figura hasta el final de sus días.
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