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José María Fuster Fabra

Unas víctimas. Una atrocidad. Un juicio

Aquel terrible 11 de marzo, el pueblo reaccionó con solidaridad. Solo los políticos no estuvieron a la altura: unos, ocultando la realidad, y otros, pensando en las elecciones

Altar por las víctimas del atentado del 11 de marzo Álvaro GarcíaLa Razón

Al ponerme a escribir sobre los recuerdos de lo que para mí supuso el atentado del 11M, lo primero y ante todo está el recuerdo a las víctimas, no el tópico «recuerdo-homenaje a las víctimas del terrorismo», sino el recuerdo real, vivo y personal de quienes ya forman parte de mi vida.

El recuerdo de aquella reunión de la mano de Pilar en un pabellón abarrotado de gente, en el que casi sentí vergüenza de mi traje planchado, mi camisa impecable y mi corbata de marca, delante de centenares de personas que habían perdido familiares, que ellos mismos habían resultado heridos y que no sabían nada de lo que podía pasar, qué derechos tenían ni cómo actuar. Durante horas contesté a todo cuanto pude y les prometí, les juré, que haría por ellos todo cuanto pudiese. Al salir me saltaron las lágrimas, eran ellos quienes me daban a mí las gracias, a mí, que no había sufrido nada y que era entre todos ellos un privilegiado. Comprenderán por qué están todos en mi corazón.

Su tragedia empezó ese maldito 11 de marzo de 2004. Recuerdo que, como todos, permanecí la mañana entera frente al televisor y oyendo la radio impresionado por la atrocidad que estábamos viendo.

Ya por la tarde, empecé a tratar de comprender: eran unos atentados que se me antojaban con diferencias a aquellos de ETA contra los que tantas veces me había enfrentado.

Llamé por teléfono a gente que sabía que estaban trabajando en el sur de Francia: «No puedo decirte nada, pero aquí al principio estaban muy desorientados; a medida que pasan las horas, cada vez estamos más seguros de que no han sido ellos; además, van apareciendo cosas en Madrid, algunas relacionadas… en fin… veremos cómo avanza esto».

Era extraño, ETA había decidido años atrás que no actuase al mismo tiempo más de un «comando» operativo, solían llamar si el atentado era masivo contra civiles, la forma operativa no cuadraba…

Llamé al general Rodríguez Galindo a prisión. Allí cumplía condena injusta por una orden que él jamás dio y de la que no me dejó plena libertad para defenderle: «Si haces o dices algo que pueda perjudicar a la lucha antiterrorista, renunciaré a que seas mi abogado». Qué bien sabían quienes construyeron esa causa cómo era, y que él jamás hablaría y me limitaría su defensa. En fin… esa es otra historia. «José María, no ha sido ETA, estoy prácticamente seguro», y me explicó por qué él, la máxima autoridad en la lucha antiterrorista, lo tenía claro.

Al paso de los días me puse en contacto con funcionarios de prisiones y ellos me confirmaron que no había relación entre presos de ETA y yihadistas más allá de la normal y la protocolaria.

En España estábamos más acostumbrados que cualquier otro país a luchar contra el terrorismo, un terrorismo diferente, jerárquico y estructurado piramidalmente. Ahora nos enfrentábamos a un terrorismo distinto, basado en objetivos y referentes, en células capaces de autoactivarse y con escasos recursos para provocar un daño terrible. Pero, en cierto modo, estábamos entrenados. Nuestros policías y guardias civiles sabían cómo se maneja el mundo de la información en la lucha antiterrorista, teníamos y tenemos una institución tantas veces injustamente atacada como es la Audiencia Nacional, con jueces especializados en estos casos, incluso nosotros, varios de los abogados que representábamos a las víctimas, teníamos ya experiencia frente al terror. Tuvimos que amoldarnos, reestructurar nuestros conocimientos, porque para nosotros, desgraciadamente a diferencia de otros países, el terror no era un fenómeno aislado e infrecuente.

Y llegó el juicio. Allí me reservé el papel de apoyar el trabajo de los investigadores, policías y guardias civiles. Pudo haber fallos, pero como me dijo un profesor norteamericano: «Vosotros habéis llegado a saber más del 11M que nosotros del 11S y sin necesidad de Guantánamo».

El juicio fue duro, de largas y tensas sesiones incluso entre las mismas acusaciones. Me dolió que algunos que consideraban héroes a policías y guardias civiles cuando luchaban contra ETA, los atacaran ahora.

Aquel terrible 11 de marzo, el pueblo reaccionó con solidaridad; muchas gentes de todas las profesiones y de toda condición acudieron para ayudar en lo que pudiesen. Solo los políticos no estuvieron a la altura: unos, ocultando una realidad cada vez más evidente, y otros, utilizando la tragedia para ganar unas elecciones.

Pero yo sentí orgullo de español, de nuestros policías y nuestros guardias civiles, de nuestros jueces y fiscales, y un orgullo íntimo y personal por tener la sensación de haber ayudado a las víctimas. Me tiré las críticas a la espalda y dormía con la satisfacción del deber autoimpuesto cumplido.

Mi recuerdo siempre para las víctimas. Nuestros héroes.

*José María Fuster-Fabra es abogado. Ejerció la acusación en el juicio del 11M