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Pamplona
Navarra ante el espejo de Cataluña
La división entre el bloque constitucionalista y el soberanista se palpa en cada rincón de Pamplona. Mientras unos defienden la unidad de España, otros miran al nacionalismo vasco.
La división entre el bloque constitucionalista y el soberanista se palpa en cada rincón de Pamplona. Mientras unos defienden la unidad de España, otros miran al nacionalismo vasco.
Milagros y Javi representan a la perfección la polarización ideológica en la que se encuentra sumida Navarra. Cada uno pertenece a uno de los dos bloques que el domingo buscan la victoria. Por un lado, los que, aunque orgullosos de la historia «de su Reino», apuestan por mantener el «statu quo» de la comunidad, la unidad territorial de España y maridar con orgullo ser navarro y español. Con la Constitución siempre por delante. Por otro, los que se aferran al soberanismo navarro, la vasquización de la región, la independencia, la supremacía del vasco sobre el castellano y que rechazan cualquier vínculo con el resto del país.
«Es vergonzoso lo que están haciendo con el castellano, quieren imponer el vasco en todo. Fíjate, en las oposiciones, tienen más oportunidades los vascos que los propios navarros porque exigen un nivel de esa lengua que pocos tenemos aquí. Me da pena, por ejemplo, no poder llevar una pulsera de la bandera de España sin que me insulten», dice Milagros.
«España quiere acabar con nuestras libertades, con nuestra riqueza cultural. Debemos recuperar lo que nos han robado durante décadas. La cultura vasca es más nuestra que de los vascos», reivindica desde el otro extremo Javi.
Ellos son el reflejo de las dos navarras, separadas, según las encuestas por un puñado de votos. El éxito de las fuerzas independentistas en los comicios de 2015 llevó a Uxue Barkos (Geroa Bai) a la presidencia foral y a Joseba Asiron (EH Bildu) a la alcaldía pamplonesa, lo cual provocó un absoluto terremoto en un territorio en el que siempre los conservadores de UPN habían llevado la delantera. Ahora, estos se presentan junto a Cs y el PP en una plataforma que han denominado Navarra Suma (Na+), mientras que el cuatripartito foral (Geroa Bai, Bildu, Podemos e Izquierda-Eskerra) busca poder repetir sus alianzas a nivel local y regional para continuar con su hoja de ruta abertzale.
Los socialistas navarros podrían ser clave para inclinar la balanza hacia uno u otro lado, ya que según los sondeos están muy ajustados. Tan solo un descalabro de Podemos daría las llaves del Gobierno al bloque constitucionalista. «Los socialistas aquí no son como en el resto de España, siempre pactan con la derecha, así que poco se puede confiar en ellos, siempre ponen freno a las políticas progresistas», dice Idoia, que camina cerca del mítico Hotel La Perla, en el Casco Viejo, uno de los bastiones de Bildu en la capital navarra.
«Al cuatripartito se lo pusieron muy difícil, pero mírales, ahí están y han funcionado muy bien, sin embargo parece que esta vez no lo conseguirán y me da pena. Pero es que Navarra es la comunidad más conservadora de España y aunque Asiron ha hecho de Pamplona una ciudad más amable, más cercana, y se han aproximado a la gente, me da que no va a repetir. Lo que no es cierto es que ellos quieran llevar a cabo una vasquización porque ya somos vascos, es nuestra identidad. Es algo que se usa para desacreditar a los que ahora gobiernan», apunta esta pamplonica.
Su acompañante, David, añade que ese sentimiento abertzale siempre ha existido en Navarra, pero que ahora «ha salido del armario». «Yo, por ejemplo, nunca me habría atrevido a votar a HB (Herri Batasuna, partido que fue ilegalizado por su sus vínculos con ETA), pero ahora sí voto a Bildu. El fin del terrorismo ha hecho que las cosas cambien y se vean de otra manera. Lo que a mí me ha ocurrido le ha pasado a más gente y por eso ha aumentado su base de apoyo». La pareja nos explica que sigue habiendo manifestaciones en Pamplona a favor del acercamiento de presos de ETA «y es algo normal, aquí se ha sufrido mucho y no es lógico que sus familiares tengan que seguir yendo a Andalucía para visitarles en prisión. Se alcanzó la paz y lo normal es que los traigan aquí», analiza Idoia.
Una afirmación que si la escuchara Milagros, que sale del Café Iruña con un grupo de amigos, se le pondrían los pelos de punta. «Me indigna ver sentados en el ayuntamiento como concejales a personas que han apoyado a ETA», sentencia para a continuación comentar cómo vive ella la polarización que se siente en cada rincón de la ciudad. «Estoy harta, sinceramente», reconoce. José Javier, que acompaña a Milagros, dice que «no hay más bronca en la calle porque aún hay trabajo». Según él, el hecho de que Navarra sea una de las comunidades con menor tasa de desempleo (8%) ha hecho que los desencuentros ideológicos no lleguen a más. «Aquí en Pamplona nunca se ha hablado euskera, solo un 6% lo hace, por lo que es un debate ficticio que algunos han sacado ahora. Luego, desde el ayuntamiento, lo que hacen es poner mucha música para atontar a la gente», indica Milagros señalando a la Plaza del Castillo, donde hay varios conciertos callejeros.
A pocos metros de allí, en Ensanche, uno de los distritos en los que UPN suele sacar mejores resultados, Marcos nos confiesa su miedo a que «Navarra acabe como Cataluña». «Hemos visto lo que han hecho allí los independentistas, la sociedad está rota por su culpa, dividida... No quiero ni imaginar que nos pase lo mismo, aunque algunos parece que es lo que quieren», subraya este ingeniero de 48 años que reconoce que él siempre ha votado a los conservadores.
Yosune no tiene claro aún su voto. En las generales votó por Podemos, pero en las municipales y autonómicas es otra cosa. «La verdad es que me quedé de piedra con los resultados de 2015, con lo conservadores que somos en esta tierra. Nunca imaginé un Gobierno en el que no estuviera UPN. Ahora, la verdad es que me tienen un poco harta los del cuatripartito y que, en general haya tantos partidos. Eso, a fin de cuentas es más dinero, más gasto. Lo que sí noto cada día es que la gente está más alterada, que habla de cosas que antes ni se mencionaban y, bueno, el uso del vasco que parece que lo quieren poner en todo los sitios. El ambiente está raro», reconoce.
Tan raro, que en plena Avenida de Carlos III conviven una carpa de Vox y otra de Bildu. Ambas verdes, pero en las antípodas ideológicas. La caza del voto es una máxima en Navarra y esto puede verse en las paredes de la capital. Mientras que en el resto de España ya no se ve propaganda pegada en fachadas, tan solo en los lugares habilitados, Pamplona parece llevar su propio ritmo. Los carteles de Barkos se fusionan con los de Javier Esparza, en una suerte de ironía que los paseantes ya han decorado con divertidos mensajes. Interrumpimos a Sarai, de 18, mientras coloca uno de Ernai, las juventudes de la izquierda abertzale. Su corta edad no la impide hablar a modo de mitin: «No quiero tener que aprender euskera escondida en un sótano como tuvo que hacer mi madre. Ni ver cómo UPN prohíbe la celebración del Olentzero (el Papá Noel Vasco). Ellos quieren acabar con nuestra cultura», reivindica al tiempo que reconoce que para la «derecha siempre seremos los jarrais proetarras». «Las cosas han cambiado y aunque no nos arrepintamos de lo ocurrido en el pasado, todos debemos mirar hacia adelante», añade la estudiante.
Bittori, que podría ser su abuela, comulga con parte del ideario de la joven, aunque reconoce que «soy socialista». Para esta pamplonica que aguarda en un escaparate a sus hijas, «hay intereses de arriba por dividirnos y convertir esto en una guerra social como la de los catalanes». Se muestra equidistante con unos y otros. Por un lado, afirma que es una exageración lo del euskera: «En los autobuses solo usan el vasco y aquí lo hablamos muy pocos, no puede ser, yo quiero que también se hable castellano», lamenta; pero luego nos pone el ejemplo de Alsasua: «Hay quienes quieren convertir a cuatro chavales en radicales antiespañoles, creo que estamos llegando demasiado lejos con todo y mira que he visto cosas a lo largo de mi vida».
Cada «bando» alienta a sus simpatizantes para caldear el ambiente. Todos ansían una gran movilización y, por lo que parece a pie de calle, los votantes están convencidos más que nunca de que su papeleta será decisiva.
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