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Opinión

Kaddish por Maya

Cuántos muertos como Maya, de un lado y de otro de la barbarie, seremos capaces de acoger en nuestras conciencias sin que nos explote en la cara el dolor de sentirnos un poco culpables

Israel Palestinians ASSOCIATED PRESSAP

A la recluta Maya Villalobo le esperaba la muerte en Israel a los 19 años. Todos tenemos nuestro calvario y calle de la amargura esperándonos, pero su asesinato rompe el esquema de cualquier mente sana. Ni el uniforme verde olivo, qué irónica es la vida, ni la base militar en la que la mataron logran que nos metamos en el cuerpo una explicación básica, y me pregunto qué llevó a los terroristas acabar con la existencia de un ser como Maya, aunque fuera un soldado del ejército enemigo. Carlo Greppi en la biografía del hombre que ayudó en su infierno a Primo Levi asegura que entender el holocausto es, en cierto modo, comprenderlo, casi justificarlo, darle alas al peor monstruo humano conocido.

El peso de la muerte en Oriente Medio es así, una entelequia que no se consigue descifrar aunque la pira de muertos alcance las puertas del cielo y las alcobas de la vergüenza. El terrorismo toca de nuevo el corazón de nuestros hogares con su estúpida canción de muerte, golpeando a las víctimas con la danza macabra de la Guerra Santa, con los misiles preñados de infamia, con el consentimiento de los limpios de corazón. Cuántos muertos como Maya, de un lado y de otro de la barbarie, seremos capaces de acoger en nuestras conciencias sin que nos explote en la cara el dolor de sentirnos un poco culpables.

Ejecutar a alguien como hicieron con Maya los terroristas de Hamás tampoco nos va a redimir de nuestros pecados, ninguna muerte lo hará más en Israel hasta que alcancemos la paz. Su muerte y la del resto de inocentes sólo logra hundirnos un poco más en nuestra sima de despojos humanos, entristecernos como seres nacidos de las manos de Dios, hermanarnos con los hijos de Caín. La guerra se convierte en un camino que logra hacernos morir una vez más, quizás de manera definitiva, convirtiéndonos en esclavos serviles de la intolerancia, en insectos infectados de mal, que solo logramos musitar un leve kaddish por Maya, plenos de vacío como un triste golem.