Rosa Díez
El día que las manos blancas dijeron: ¡Basta!
Llevan años luchando contra el terrorismo desde la política, los movimientos cívicos o el cine. Representan a una sociedad que «despertó y plantó cara a ETA»
Llevan años luchando contra el terrorismo desde la política, los movimientos cívicos o el cine. Representan a una sociedad que «despertó y plantó cara a ETA».
El 10 de julio de 1997, el día en el que ETA secuestró a Miguel Ángel Blanco, la banda terrorista había acabado ya con la vida de 780 personas. La última, la del guardia civil José Manuel García, asesinado apenas dos meses antes de un tiro en la nuca en Zierbena (Bilbao). La sociedad respiraba un miedo constante y, si bien exigían poder vivir en paz, eran pocos los que se atrevían a salir abiertamente a la calle a gritar contra la barbarie. Pero poco a poco había estado despertando entre los ciudadanos un espíritu de lucha fruto del hartazgo ante tantas muertes de inocentes. Y el miedo se iba acallando. Apenas nueve días antes, el 1 de julio, José Antonio Ortega Lara era liberado tras 532 interminables días de secuestro. Un cautiverio que caló mucho entre los españoles, que respiraron algo más aliviados cuando conocieron que, aunque demacrado y con 23 kilos menos, por fin era libre.
Pero el terror aparecía de nuevo ese 10 de julio con el anuncio del secuestro del joven concejal del PP de Ermua. Sin embargo, esta vez era distinto: ETA había puesto un plazo a su vida si el Gobierno no cedía a sus exigencias. Fue una muerte anunciada, un asesinato radiado casi en directo. Y eso, se notó en la gente.
Pocos años antes ya se empezaban a ver lazos azules para pedir la libertad de los secuestrados. O las primeras manos blancas, como en 1996 tras el asesinato del catedrático Francisco Tomás y Valiente. «Empezaba a salir gente a la calle, pero no eran muchos. Tímidamente se intentaba protestar», comenta el ahora presidente del PP vasco, Alfonso Alonso. El que fuera concejal popular en Vitoria recuerda que «hasta entonces las reacciones eran muy tibias. En los años 80 mataban a la gente y se hacían funerales solitarios en los que sacaban los féretros por detrás». Pero el secuestro de Blanco fue la gota que colmó el vaso del hartazgo ciudadano: «Ese día la gente decidió perder el miedo a ETA, salir a la calle y plantarle cara». Y así fue.
Las mismas manos blancas que condenaron la muerte de Tomás y Valiente volvieron a levantarse, pero esta vez con más fuerza, sobre todo en el País Vasco. La gente no aguantaba más y comenzó a decir basta cada vez más alto. «Despertó muchas conciencias que estaban dormidas», recuerda Patxi López, hoy secretario de Política Federal del PSOE y entonces diputado en el Parlamento vasco y secretario institucional de los socialistas vizcaínos. «Con la liberación de Ortega Lara y el secuestro de Miguel Ángel Blanco lo que se vio es, por si alguien todavía tenía alguna duda, la absoluta inhumanidad de la banda terrorista». Fue, básicamente, «la visualización de esa inhumanidad, porque la gota había colmado el vaso ya muchas veces».
Y es una opinión que se repite se pregunte a quién se pregunte: «Indudablemente, fue una especie de catarsis. Mucho tardó la sociedad en reaccionar después de más de 700 asesinatos. Salió a la calle, incluso en el País Vasco», explica el director de cine Iñaki Arteta, quien habla de explosión de «rabia ciudadana».
ParaRosa Díez, ese año consejera de Comercio en el Parlamento vasco, «marcó un momento histórico, porque nadie lo podía comprender. Todos los asesinatos son injustos, pero en éste se visualizaba aún más la injusticia, porque era un chaval al que nadie conocía y la gente no daba crédito a la crueldad, una crueldad radiada minuto a minuto. Se vio la deshumanización de los terroristas, a los que no sólo no les importaba hacer daño, sino que disfrutaban con el dolor».
Considera que, con este secuestro, el objetivo de los terroristas era «que la gente creyera que el objetivo podía ser cualquiera. Socializar el miedo. Quisieron meter ese miedo, pero les salió mal, porque fue lo contrario». Meses después, ella misma recibió en su casa un paquete bomba que no estalló.
Las calles comenzaban a llenarse de gente ese 10 de julio. Y no sólo en las grandes ciudades, también en los pequeños pueblos, muchos de ellos del País Vasco. Y es que «lo de Ortega causó un impacto bastante grande en la sociedad», pero lo de Miguel Ángel Blanco «fue de una crueldad extraordinaria», destaca Mikel Buesa, ex presidente del Foro Ermua. «Tuvo un impacto emocional muy grande en muchísima gente, por eso las movilizaciones».
Lo que empezó en el pequeño pueblo de Ermua, con los vecinos gritando en la calle «¡Todos somos Miguel Ángel!», fue repitiéndose por toda España. «Yo estaba en San Sebastián y comenzaron a organizarse concentraciones espontáneas. Había muchísima gente. Éramos vecinos, pero no era como las otras concentraciones anteriores. Era distinto. Tenía una dimensión diferente. Había gente mayor, jóvenes, niños pequeños... y todos teníamos la misma sensación de angustia, la misma necesidad de expresar públicamente que exigíamos la vida y la libertad de Miguel Ángel». Es el recuerdo de Maite Pagazaurtundúa, hoy portavoz de UPyD en el Parlamento Europeo y aquel trágico día, parlamentaria vasca por el PSE. «Hay acontecimientos sociales que mueven algo y aquello movió una conciencia colectiva de una forma muy poderosa», comenta.
La trágica noticia de que ETA había cumplido su amenaza les llegó, a ellos y a millones de ciudadanos, en la calle, cuando levantaban sus manos al grito de libertad. Era la tarde del día 12 y López estaba en Bilbao, donde salió a la calle todos los días: «Me pasé horas y horas manifestándome en la Plaza Moyúa y cuando conocimos la noticia fue como un revulsivo brutal para ese despertar». Recuerda cómo «pasamos horas en las calles, yendo a las sedes de Batasuna, que eran los que daban cobertura al terrorismo». Por ello, define lo que ocurrió como «una reacción ciudadana en contra de todo ese mundo que arropaba el terrorismo».
En Bilbao también protestaba Alonso, quien reconoce que «fue un estallido y un mazazo para la gente que había estado manifestándose para pedir esa liberación. El asesinato fue un acto de crueldad y de soberbia que la gente no perdona». Mientras, en San Sebastián estaba Pagazaurtundúa quien, «con otros ciudadanos dábamos palmas gritando “Li-ber-tad, li-ber-tad”». No olvida cómo «una persona desconocida nos dijo que había fallecido y nos pusimos a llorar con él».
Lejos de allí, en Madrid, se encontraba Buesa. La celebración de su aniversario de boda la vivió con su mujer en la Puerta del Sol, pidiendo libertad para un desconocido. «Fue una frustración enorme, porque se evidenció que la violencia de ETA no se paraba ante nada». Aun así, siguieron las manifestaciones en las calles «en contra de la banda terrorista y de su contubernio con el nacionalismo». Para Arteta, «todas esas personas que salieron a la calle no despertaron ese día, despertó su coraje». Él se enteró cuando volvía de Francia y recuerda cómo la tarde que le dispararon hubo una manifestación en Bilbao: «Fue impresionante, la gente estaba enrabietada y se acercaba a las “herriko tabernas”. Pensé que aquello iba a acabar para siempre».
De «crueldad» también habla Díez, que se encontraba de visita oficial en Israel, en la embajada de España. Desde allí pudo sentir esa reacción «que llevó a la gente a la calle y que fue el gran fracaso de ETA, porque a toda esa gente ya nadie la metía en casa». Y, como ejemplo, pone a «los ertzainas que comenzaron a salir a las concentraciones y se quitaron los verdugos que les tapaban la cara».
Pese a que todos coinciden en que, en cierto modo, toda esta explosión y reacción ciudadana «duró poco» y «se diluyó», sí que consideran que fue un movimiento «esperanzador». Y, con ello, «germinó una generación de asociaciones y de personas muy vinculadas al activismo contra ETA y contra el nacionalismo obligatorio, que fue vencido», explica Pagazaurtundúa. Y comenzó a palparse también en el mundo del cine o de la literatura, «donde creadores, escritores y cineastas dieron el paso y mostraron su rebeldía frente al silencio anterior y frente al terrorismo», dice Arteta.
Veinte años después, con la banda derrotada operativamente, todos creen que aún queda mucho por hacer, sobre todo en lo que se refiere a la memoria. «Es importante que esto se recuerde, que se sepa la importancia de la movilización de la sociedad en la lucha contra el terrorismo», apunta Alonso, quien añade que «la batalla no ha terminado, queda la lucha de la dignidad y la memoria». López recalca que «nos podemos sentir orgullos de esa resistencia cívica que, junto con las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, la Ley y ese rechazo social, ha logrado que triunfe la libertad y la democracia».
Todos exigen que se cuente la verdad, «que no se reescriba la historia» y que, como dice Díez, «no se silencie». «La memoria ha de ser un relato de la verdad y en ningún relato el asesino puede dejar de ser el asesino ni la víctima dejar de ser la víctima», sentencia López con una petición compartida por todos: «No podemos permitir que esto caiga en el olvido».
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