Premios Princesa de Asturias
Los derechos humanos y la libertad
El Rey dejó la parte más política del discurso a la heredera.
El Rey dejó la parte más política del discurso a la heredera. Sin duda esa cesión fue intencionada, queriendo que Doña Leonor expresara en sus palabras preocupaciones políticas más tangibles, como su elogio a Michael Ignatieff. No olvidemos que el canadiense premiado se ha distinguido por denunciar a los políticos que polarizan y mienten a la nación por interés personal, que criticó a Viktor Orban por buscar el silencio de la prensa libre y la eliminación de la separación de poderes y del Estado de Derecho, y que denunció a los nacionalismos que buscan la diferencia en lugar de la unión para imponer una tiranía. El gesto de Felipe VI cediendo a la Princesa de Asturias la parte política fue inteligente, propio de una institución que medita cada movimiento. No en vano, el Rey terminó citando a Henry David Thoreau, que dijo que todo hombre tiene como tarea hacer su vida digna hasta en sus menores detalles.
El discurso de Felipe VI se ha centrado en una de las grandes inquietudes políticas y filosóficas de este siglo XXI. Ha hablado de la conversión del concepto de ser humano debido a la globalización y al cambio de era por el avance tecnológico. La transformación está siendo tan rápida y en apariencia tan demandada que los individuos son postergados por supuestas necesidades estructurales. La referencia de Felipe VI a esta preocupación sorprende positivamente porque incide en la mentalidad que está cambiando la forma en que se hace la política y la vida pública.
Detrás de las palabras del Rey, como en otras ocasiones, estuvo la importancia que otorga a la libertad, a los derechos humanos y a la convivencia pacífica, recordando, además, a los que sufren algún tipo de dictadura política o religiosa, y los que aquí son marginados o sufren injusticia. Esta referencia que hizo Felipe VI es importante porque en ocasiones no somos conscientes de la suerte que tenemos de vivir en un país y en un Europa democráticas, y parece como si no diéramos el valor que merecen el bienestar y la libertad de las que disfrutamos.
No podía faltar la mención al bien común que supone la unidad basada en el consenso, y, en consecuencia, a la necesidad de orillar a quienes quieren romper esa comunidad política. Es interesante, en este sentido, el trabajo que están mostrando Felipe VI y la Princesa para vincular la monarquía española con la defensa de los derechos humanos que fundamentan la democracia. En realidad, ese compromiso resulta el instrumento más útil para una institución sujeta a la herencia, en un mundo democrático y globalizado en permanente cambio. Por eso, el Rey mencionó que España debe ser hacia sus ciudadanos igual que en su trato con otros países; es decir, defensora de la dignidad humana que suponen la libertad y la democracia. En este sentido, los Premios Princesa de Asturias de este año han insistido en la lucha por los derechos de las personas en todo el planeta, y por la promoción de la educación, la ciencia y la cultura como soportes de sociedades democráticas. Esta idea es sugerente porque muestra que la monarquía española reconoce en sus discursos que vivimos un cambio de era marcado por la tecnología y el acceso al conocimiento, donde la globalización determina un modo de vida que no debería ser otro que el democrático.
Contaba Cánovas a quien quisiera escuchar que la monarquía era una «verdad madre» para España porque era el único elemento constante de un país que en demasiadas ocasiones se dejaba llevar por arrebatos de opinión alimentados por los extremos. Por eso, entre tanta tormenta y ruido de los políticos, es satisfactorio ver a la Familia Real cumpliendo con normalidad su papel. Proporciona esperanza, como señaló la Princesa de Asturias, saber que la democracia de la Constitución de 1978, que tanto trabajo costó, tiene este anclaje institucional que impide que la tempestad nos lleve por un rumbo desconocido.
Sin duda esa cesión fue intencionada, queriendo que Doña Leonor expresara en sus palabras preocupaciones políticas más tangibles, como su elogio a Michael Ignatieff. No olvidemos que el canadiense premiado se ha distinguido por denunciar a los políticos que polarizan y mienten a la nación por interés personal, que criticó a Viktor Orban por buscar el silencio de la prensa libre y la eliminación de la separación de poderes y del Estado de Derecho, y que denunció a los nacionalismos que buscan la diferencia en lugar de la unión para imponer una tiranía. El gesto de Felipe VI cediendo a la Princesa de Asturias la parte política fue inteligente, propio de una institución que medita cada movimiento. No en vano, el Rey terminó citando a Henry David Thoreau, que dijo que todo hombre tiene como tarea hacer su vida digna hasta en sus menores detalles.
El discurso de Felipe VI se ha centrado en una de las grandes inquietudes políticas y filosóficas de este siglo XXI. Ha hablado de la conversión del concepto de ser humano debido a la globalización y al cambio de era por el avance tecnológico. La transformación está siendo tan rápida y en apariencia tan demandada que los individuos son postergados por supuestas necesidades estructurales. La referencia de Felipe VI a esta preocupación sorprende positivamente porque incide en la mentalidad que está cambiando la forma en que se hace la política y la vida pública.
Detrás de las palabras del Rey, como en otras ocasiones, estuvo la importancia que otorga a la libertad, a los derechos humanos y a la convivencia pacífica, recordando, además, a los que sufren algún tipo de dictadura política o religiosa, y los que aquí son marginados o sufren injusticia. Esta referencia que hizo Felipe VI es importante porque en ocasiones no somos conscientes de la suerte que tenemos de vivir en un país y en un Europa democráticas, y parece como si no diéramos el valor que merecen el bienestar y la libertad de las que disfrutamos.
No podía faltar la mención al bien común que supone la unidad basada en el consenso, y, en consecuencia, a la necesidad de orillar a quienes quieren romper esa comunidad política. Es interesante, en este sentido, el trabajo que están mostrando Felipe VI y la Princesa para vincular la monarquía española con la defensa de los derechos humanos que fundamentan la democracia. En realidad, ese compromiso resulta el instrumento más útil para una institución sujeta a la herencia, en un mundo democrático y globalizado en permanente cambio. Por eso, el Rey mencionó que España debe ser hacia sus ciudadanos igual que en su trato con otros países; es decir, defensora de la dignidad humana que suponen la libertad y la democracia.
En este sentido, los Premios Princesa de Asturias de este año han insistido en la lucha por los derechos de las personas en todo el planeta, y por la promoción de la educación, la ciencia y la cultura como soportes de sociedades democráticas. Esta idea es sugerente porque muestra que la monarquía española reconoce en sus discursos que vivimos un cambio de era marcado por la tecnología y el acceso al conocimiento, donde la globalización determina un modo de vida que no debería ser otro que el democrático.
Contaba Cánovas a quien quisiera escuchar que la monarquía era una “verdad madre” para España porque era el único elemento constante de un país que en demasiadas ocasiones se dejaba llevar por arrebatos de opinión alimentados por los extremos. Por eso, entre tanta tormenta y ruido de los políticos, es satisfactorio ver a la Familia Real cumpliendo con normalidad su papel. Proporciona esperanza, como señaló la Princesa de Asturias, saber que la democracia de la Constitución de 1978, que tanto trabajo costó, tiene este anclaje institucional que impide que la tempestad nos lleve por un rumbo desconocido.
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