El análisis
"Caso Errejón": Se despersonaliza para eludir dimisiones
Como si hubiera un detector de acosadores a la entrada del Congreso
El 24 de marzo de 2015 Andreas Lubitz, copiloto de un Airbus 320 de la compañía aérea Germanwings, cerró el pestillo de la cabina cuando su jefe se ausentó por un momento. Se puso a los mandos del aparato y lo lanzó contra las laderas de los Alpes provenzales, estrellándolo deliberadamente, para acabar con su vida a la vez que cercenaba injustamente las biografías de otras 149 personas que viajaban a bordo.
A la hora de explicar el horrible suceso, a nadie se le ocurrió entonces usar eufemismos extravagantes. Desde luego, no apareció la expresión «fallo mecánico», por mucho que el incompasivo majareta de Andreas Lubitz se hubiera convertido ya casi en un robot a causa de sus trastornos. Ni siquiera se recurrió a hablar de fallo humano, porque tampoco se trataba de un error involuntario que hubiera provocado por descuido terribles consecuencias. Estaba claro que era una acción inhumana llevada a cabo por un enfermo mental. Por razones de este tipo es inaceptable – y tan hipócrita como su culpable- toda esa retórica que se está usando en el "caso Errejón", para eludir rendir cuentas argumentando que los mecanismos de detección han fallado. Es un simulacro de asunción de culpa diseñado como modo de desviar las responsabilidades hacia una zona impersonal y que queden difuminadas. Dentro de poco, se nos dirá que las precauciones de nuestra sociedad en general han fallado en detectar este tipo casos. Lo cual es muy conveniente para los responsables directos. Porque cuando todos somos culpables, finalmente lo que se transmite es que no lo es nadie.
Se está intentando, pues, despersonalizar para conseguir no señalar responsabilidades con las dimisiones y destituciones consecuentes. Se fabulan mecanismos de detección inconcretos, como si existieran unas maquinitas en la entrada del Congreso de los diputados que pitan cuando entra un acosador en el hemiciclo y toda esa tecnología imaginaria se hubiera quedado sin pilas por despiste o falta de mantenimiento.
Pero no existe tal máquina, ni hay fallo mecánico, ni se han averiado los mecanismos. Lo que hay son fallos humanos y de los gordos. Hay conductas concretas realizadas por personas específicas. Y decisiones tomadas por otras. Por pereza, sumisión, negligencia, corrupción o miedo se han ignorado unos comportamientos que, dadas las obsesiones principales del partido donde se han dado, deberían haber sido la comidilla de todos sus integrantes.
No sirve de nada pedir perdón si no se acompaña de ninguna dimisión. Echan a Errejón, pero los que le han creído, encubierto, arropado y contribuido por omisión a su coerción van a seguir en sus puestos para poder hacer lo mismo en los próximos posibles caos que se den. Hay políticos que se erigen en policías de las costumbres, pero cuando fracasan en patrullar su propia conducta se obstinan en no abandonar su puesto y quieren seguir cobrando por ello; diciéndole entonces al pueblo que para eso estamos y no para lo que ustedes se habían creído.
Las acusaciones afirman que Errejón también gustaba de echar el pestillo. Y su compañía, al permitir que se ponga el piloto automático, estrella sin remisión a esa nave llamada Sumar contra el suelo de votantes, haciéndolo añicos. El contraste con un desastre natural tan imprevisible e incontrolable como las inundaciones que nos han asolado a continuación, no hace más que iluminar de una manera resplandeciente las diferencias de cada caso. En el incidente del copiloto alemán, además, nadie tarda en entender que estaba claramente chalado y que su chaladura se concretó en egoísmo despiadado. Si fue la locura lo que le llevó a esa falta de respeto por la vida de los demás o si enloqueció precisamente al darse cuenta de lo desalmado que se había vuelto, es algo que nunca sabremos.
Y es que, en la vida humana, hay muchas cosas que los seres vivos ignoramos y que nunca conoceremos. Pero eso no significa que los que están en puestos de poder deban contribuir a evitar que tengamos información sobre ellas. Si a la crueldad le llaman «emanciparse de la empatía» a lamentarse supongo que le llamarán «derramar agua por los agujeros que nos sirven para mirar». Y de agua, Yolanda majeta, ya hemos tenido de sobra estos días.
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