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Opinión
Los dos semblantes de Felipe VI
Los desleales, ilegales e irresponsables, deciden ahora cómo se va a gobernar España
Si hubiera que resumir cómo ha sido para Felipe VI este año, cabría acogerse a los rostros que ha dejado ver públicamente. Y destacan dos semblantes que compendian cómo lo ha vivido y cómo lo está pasando. Son una mala cara y una buena cara del Rey.
La mala cara, plasmada en el gesto serio, hasta casi sombrío, se visibilizó claramente con ocasión del acto, celebrado en La Zarzuela, de jura y toma de posesión, de nuevo, de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno.
Ese 17 de noviembre, el monarca "quiso" que se le viera serio, circunspecto, sin sonrisa alguna en el rostro. Casi tenso. Y así fue percibido de manera general. Quedó muy claro cómo se sentía el Rey.
¿Qué había detrás de ese talante externo? La enorme preocupación que agobia a Felipe VI por las consecuencias que se derivan de los pactos de investidura de Sánchez con formaciones como los independentistas de Junts y los sucesores de ETA, ahora con las siglas EH Bildu.
Una consecuencia inmediata de tales acuerdos es la Ley de Amnistía, que borra (limpia, habría que decir) todo lo ocurrido en la intentona separatista de 2017, cuando trataron de romper España por la vía de los hechos, mediante un referéndum ilegal convocado para proclamar un Estado independiente catalán.
A los dos días, el 3 de octubre de 2017, Felipe VI salió a la palestra para condenar tajantemente, sin paliativos ni medias tintas, la actuación de las autoridades catalanas.
Unas autoridades -dijo- que han venido incumpliendo sistemáticamente la Constitución y su Estatuto de Autonomía, “demostrando una deslealtad inadmisible hacia los poderes del Estado”. Han socavado la convivencia en la propia sociedad catalana, y con su conducta irresponsable pueden poner en riesgo la estabilidad económica y social de Cataluña y de toda España. Ha sido la culminación de “un inaceptable intento de apropiación de las instituciones históricas de Cataluña”.
“Esas autoridades, de una manera clara y rotunda, se han situado totalmente al margen del derecho y de la democracia. Han pretendido quebrar la unidad de España y la soberanía nacional, que es el derecho de todos los españoles a decidir democráticamente su vida en común”.
Terminó subrayando el firme compromiso de la Corona con la Constitución y con la democracia, “mi entrega al entendimiento y la concordia entre españoles, y mi compromiso como Rey con la unidad y la permanencia de España”.
Deslealtad inadmisible, conducta irresponsable, actuación al margen del derecho y de la democracia. Tal fue, en síntesis, el contundente veredicto del monarca, que ese día, como se ha destacado repetidamente, vivió su particular 23-F, en paralelismo con lo que protagonizó su padre tras el intento de golpe de Estado de 1981. Felipe VI se la jugó.
Pues bien, todo eso quedará en nada, será borrado y olvidado, por la Ley de Amnistía. Los desleales, ilegales e irresponsables, deciden ahora cómo se va a gobernar España. Y han anunciado abiertamente que no renuncian a lo que intentaron en vano en 2017.
Se comprende cómo le está sentando al rey todo esto. Entre otras razones, porque él mismo se ha visto desautorizado. Es la realidad. Y, como no puede decirlo públicamente, recurrió a ponerlo de manifieste con aquel rostro.
Y queda aún por saber qué acuerdos se mantienen en secreto, porque nadie duda de que el siguiente paso será un referéndum de autodeterminación.
La otra cara del Rey, la buena, se pudo ver palmariamente el 31 de octubre. Aquel día, su hija mayor y heredera, Leonor de Borbón Ortiz, juró la Constitución ante las Cortes, en un solemne acto al final del cual diputados y senadores, puestos en pie, le tributaron un aplauso que duró casi cuatro minutos. No se había visto antes.
Ese día, la princesa de Asturias, hasta entonces casi una desconocida, se convirtió en un “descubrimiento”: para la clase política, para los medios de comunicación, pero sobre todo para el conjunto de los ciudadanos.
Leonor se encontró con una acogida generalizada de sorpresa, aceptación y hasta cariño. Desde entonces ha estallado una ‘Leonormanía’ que aún no se ha eclipsado.
Cierto es que detrás existe una operación de comunicación bien diseñada, que ya empezó con el suministro, por parte de Zarzuela, de imágenes de Leonor en la Academia de Zaragoza, en la pista de entrenamiento, recibiendo el sable de dama-cadete y, sobre todo, jurando bandera.
Pero la visión de la princesa el día de la jura de la Constitución, con traje-pantalón blanco, pelo rubio recogido en una cola, y sobre todo juvenil y sonriente, sorprendió. Y hasta encantó.
Además, por supuesto, del orgullo de padre, esa jornada la sonrisa del Rey en el Congreso expresaba la enorme satisfacción de comprobar que el relevo, la sucesión un día, estaba arrancando bien. Muy bien. Dos caras bien distintas, para un año muy difícil.
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