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El papel del rey Emérito en 1981

Don Juan Carlos, el protagonista ausente

El gran responsable de que el golpe fracasara y continuara la democracia no recibirá homenajes y se verá obligado a ver el acto del Congreso desde su retiro en Emiratos

Juan Carlos I el día 24 de febrero de 1981dirige un mensaje televisado a la nación tras el intento de golpe de estado del 23-F EFE/TVEEFE

El próximo martes Felipe VI presidirá en el Congreso de los Diputados el acto institucional del 40º Aniversario del 23 de febrero de 1981, un día grabado a fuego en la memoria de todos los españoles que estaban vivos y con uso de razón hace ya 40 años. Fue ese día cuando el entonces Jefe de Estado, Juan Carlos I, fraguó el momento más épico de su legado político; quizá menos trascendental que la aprobación de la Ley de Reforma Política, la firma de la Constitución o la entrada en la Unión Europea; pero no cabe duda de que desde el punto de vista estético y psicológico su imagen aquel día uniformado pasó de la retina de los españoles al subconsciente colectivo de la nación cimentando la idea de que el principal garante del régimen que sustituyó al franquismo era precisamente el Rey. Nada habla más a las claras del momento atípico y asediado que vive precisamente ese régimen que el hecho de que el principal artífice de la transición y el «héroe del día» en el 23 de febrero se encuentre ahora en un dudoso retiro en Emiratos esperando que el horizonte se despeje para regresar a su patria.

Convicciones democráticas

Ex ministro de Exteriores y protagonista de la transición, Marcelino Oreja es de los pocos españoles a los que Don Juan Carlos concedió un título nobiliario. Su recuerdo de aquel día es cristalino: «Yo estaba de delegado del Gobierno en el País Vasco y me llamó el ministro de interior a Madrid. En aquella época ETA mataba a gente constantemente. Llegue a Madrid a las 5 de la tarde y decidí volver a Vitoria para incorporarme a la delegación del gobierno inmediatamente cuando me enteré de lo que estaba pasando en el Congreso». Para Marcelino Oreja no cabe duda de que «el discurso del Rey que termino por rematar los aires golpistas. Recuerdo sus palabras: la Corona, símbolo de la permanencia de la patria, no puede permitir...». Cuarenta años después repite palabra por palabra el momento clave del discurso. «No me cabe duda de que el Rey fue el protagonista de aquel día, junto con el pueblo español y, por supuesto, el presidente Adolfo Suárez», subraya. «Me da mucha pena la situación actual pero sigo guardando mucha simpatía y un cariño inmenso hacia Don Juan Carlos que siempre tuvo unas convicciones democráticas hasta cuando era Príncipe».

Pedro González Cuevas, profesor titular de Historia de las Ideas Políticas de la UNED, no es el único de los expertos consultados que hace referencia a la «controversia» de los hechos que rodearon el 23-F y a las zonas de sombra que gravitan sobre determinadas horas de ese decisivo día. «Como dijo Gonzalo Fernández de la Mora, la verdad de los hechos se sabría, quizá, el día del juicio. Del Juicio Final, se entiende», avisa. Sin embargo, para este profesor universitario «no existe la menor duda de que, en última instancia, la actuación de Juan Carlos I resultó decisiva en el fracaso de los intentos de golpe de Estado perpetrados en aquella fecha» y de que «se consolidó entonces su figura como rey taumaturgo». La razón es que había conseguido controlar a las Fuerzas Armadas logrando de esta manera dar brillo a su carisma, no la institución monárquica. «Siempre se hizo referencia al “juancarlismo”, no al monarquismo de los españoles en general y de las izquierdas en particular. En realidad, la permanencia de la Monarquía dependió de la aquiescencia de un sector de las izquierdas: el PSOE. Si éste, en un momento dado, cuestionaba su legitimidad estaba perdido», explica. González Cuevas cree que la prensa y el conjunto de los medios de comunicación fue cómplice de una peligrosa mitificación acrítica de su figura: «Como hubiera dicho Cánovas del Castillo, había más amigos del rey que monárquicos leales». Poco a poco, con la preponderancia de la opinión pública de izquierdas y la emergencia de nuevas fuerzas políticas como Podemos, el auge del secesionismo catalán y la crisis social y económica, el carisma real fue diluyéndose. «Nada es eterno. El juancarlismo dejó de ser operativo». Para el profesor, el perceptible declive físico de Don Juan Carlos y sus poco transparentes negocios, contribuyeron a diluir su imagen pública hasta llegar a su situación actual». «Sin embargo», asegura, «la figura de Juan Carlos I exige, por parte de los historiadores, una visión más ponderada que la actualmente dominante, tan irreal como la anterior».

El sociólogo Amando de Miguel recuerda perfectamente el 23-F. «Aquello fue muy tenso. El Rey salió muy tarde, estuvimos hasta la una de la madrugada. Apareció vestido de capitán general y asumió al mando. Repito que fue un momento de muchísima tensión pero ahora nos parece un golpe muy circense y extraño. Yo estaba en Barcelona y la carretera estaba llena de luces que coches de gente que se iba a Francia». Sobre la situación actual del Monarca se expresa con claridad: «Dice muy poco de nuestra democracia. Con independencia de su conducta me parece una injusticia histórica. Una cosa es el papel privado y otro el publico. Todos los reyes han tenido episodios de ese tipo, incluido Alfonso XIII y hasta Felipe II». Este experto llama la atención sobre el hecho de que nuestra Familia Real no tenga grandes propiedades ni riquezas como por ejemplo la monarquía británica «que es dueña de medio Londres». «Aunque solo fuera por estética ese hombre no debería estar ahí», concluye.

El Rey en Televisión Española

El dramaturgo Albert Boadella tiene razones de peso para guardar un buen recuerdo del momento en el que Don Juan Carlos, con uniforme de Capitán General apareció en Televisión Española para parar el pronunciamiento de Tejero en el Congreso. «Mi recuerdo es muy tranquilizador. Yo estaba escondido porque acababa de llegar del exilio. La cosa se había tranquilizado bastante en ese momento pero para aquellos militares integristas yo era un enemigo publico numero uno. Cuando vi a Don Juan Carlos yo estaba escondido y preparado para cruzar la frontera. La salida de Juan Carlos me relajo completamente. A pesar de los entresijos de la situación, que los tiene, no puedo nunca dejar de agradecerlo», recuerda.

En cuanto a la valoración que le merece el hecho de que Don Juan Carlos se encuentre lejos de España en esta importante efeméride, Boadella ofrece una interesante reflexión: «Todas las vidas, salvo algunos santos y mártires, tienen contradicciones. En el caso de Don Juan Carlos hay una parte brillante y una parte muy oscura. Forma parte de una evolución negativa en la que la impunidad facilita unas actitudes de este tipo. Pero la impunidad no es solo la del protagonista sino que está sustentada y provocada por los que rodean al protagonista, muchas veces para aprovecharse. Por eso tenemos, creo yo, que hacer una valoración y colocarlo todo en una balanza para ver que pesa más».