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Crisis bancaria
Los riesgos de un euribor negativo
El Banco de España ha confirmado que el euribor a doce meses –el principal indicador para los tipos variables hipotecarios dentro de nuestro país– ha vuelto a marcar un nuevo mínimo histórico: el -0,156%. La noticia les sonará estupendamente a todas aquellas familias que carguen con una hipoteca a tipo variable, pues les proporcionará una rebaja media de 64 euros anuales en sus letras. Sin embargo, y por satisfactorio que pueda resultar para estos hogares la existencia de tipos crecientemente negativos, no deberíamos obviar sus problemáticas consecuencias macroeconómicas.
A la postre, que el euribor se sitúe en negativo significa que un banco le está pagando a otro banco por el hecho de prestarle sus reservas de euros. Hasta muy recientemente, lo habitual era que aquellos bancos que necesitaran reservas le abonaran intereses a aquellos otros bancos que se las proporcionaran... ¡pero no al revés! ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Fundamentalmente, por dos motivos.
Primero, a día de hoy los bancos europeos no necesitan pedir prestadas reservas: gracias a las monetizaciones extraordinarias de activos acometidas por el Banco Central Europeo (flexibilizaciones cuantitativas), nuestras entidades financieras nadan en un océano de liquidez. Si los bancos no necesitan pedir prestadas reservas, lo lógico es que los tipos de interés entre bancos (euribor) se derrumben hasta niveles muy próximos al 0%. Segundo, el Banco Central Europeo obliga a la banca a que le abone un interés del 0,4% anual sobre ese océano de liquidez en el que nada: es decir, los bancos tienen incentivos a prestarles a otros bancos la patata caliente de sus reservas redundantes para evitar pagar esa mordida revolucionaria del 0,4% que les exige el BCE.
Si nadie quiere recibir reservas y todo el mundo desea desembarazarse de ellas, lo normal es que se termine pagando por prestar y cobrando por pedir prestado. Eso son los tipos de interés negativos que visualizamos desde hace tiempo en el euribor. Yendo un poco más al fondo de la cuestión, los tipos de interés negativos no son más que un impuesto encubierto sobre los bancos: un impuesto que pagan en función de las reservas en euros que posean. O en las palabras del director de investigación de la Reserva Federal de San Luis, Christopher Waller, se trata de «un impuesto con piel de cordero».
Y una vez identificamos los tipos de interés negativos como un impuesto extraordinario, sus presuntas ventajas comienzan a desvanecerse. Al cabo, aumentar los impuestos nunca estimula la economía: al contrario, da lugar a pérdidas irrecuperables de eficiencia que alguien termina soportando. ¿Quién las soporta en este caso?
Si son los bancos los que, en última instancia, absorben las pérdidas de ese impuesto, sus beneficios se reducirán, su capitalización también lo hará y, en definitiva, su margen para extender nuevos créditos se verá mermado. Si los bancos trasladan ese impuesto a los cuentacorrentistas (por ejemplo, a través de mayores comisiones), la renta familiar de los ahorradores españoles caerá y, en consecuencia, también tenderá a hacerlo su gasto. Y, por último, si se transfiere el coste a los nuevos prestatarios de la entidad (por ejemplo, a través de mayores tipos de interés en los nuevos préstamos), la demanda de crédito se reducirá y, con ella, la capacidad de invertir en la economía.
Más allá de las consecuencias positivas que un euribor negativo pueda traerle a una parte de la sociedad española (y europea), no deberíamos perder de vista que estamos ante un nuevo impuesto camuflado y que, como todos los impuestos, termina perjudicando al crecimiento económico del país.
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