Aviación
El regreso del Concorde
El regulador americano prepara una actualización de su normativa para realizar pruebas de aviones supersónicos. La empresa americana Boom asegura que está preparada para realizar su primer test de vuelo en 2020
La empresa americana Boom asegura que está preparada para realizar su primer test de vuelo en 2020
Como James Dean o Amy Whinehouse, el Concorde vivió rápido y murió joven. A los 27 años de su puesta en servicio, el 26 de noviembre de 2003, el primer y hasta ahora único avión supersónico comercial tomó tierra de forma definitiva. En el camino, sufrió multitud de vicisitudes que incluyeron los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington. También un accidente de uno de los aparatos que Air France tenía en su flota en 2000 en el que perecieron más de 100 personas. Pero, a pesar de que parecía una alternativa muerta y enterrada, la posibilidad de ver aviones de pasajeros supersónicos surcando los cielos parece cada vez más cercana.
El pasado 17 de junio, el regulador aéreo americano –la FAA, por sus siglas en inglés- anunció que va a actualizar los requisitos para permitir vuelos de prueba para un eventual retorno de los aviones supersónicos. Estas condiciones permanecen inalteradas desde hace 45 años, pero la FAA quiere clarificar los procedimientos ante el creciente interés que la industria aeronáutica ha mostrado en los últimos años por estos vuelos.
El movimiento del regulador se ha producido un año después de que el Congreso americano le instase a proponer unos niveles máximos de ruido para los despegues, aterrizajes y pruebas de este tipo de aeronaves y a modernizar los procedimientos antes de diciembre de este mismo ejercicio.
El apetito por los vuelos supersónicos ha renacido desde abajo, a través de pequeñas compañías y “startups” que consideran que se trata de una alternativa comercial de nuevo viable para, sobre todo, vuelos de negocios. Poco a poco, estas firmas están arrastrando a las grandes compañías del sector. Boeing firmó en febrero un acuerdo con Aerion para el desarrollo del modelo AS2, que espera realizar sus primeros vuelos de prueba en 2023 y obtener las certificaciones en 2025. Se trata de un avión de doce plazas proyectado para volar a Mach 1,2, o 1,2 veces la velocidad del sonido. Antes de Boeing, la compañía con sede en Reno (Nevada) había colaborado con Airbus entre 2014 y 2017. Para los motores, cuenta con el apoyo de otro gigante, General Electric.
Pero si sus planes se cumplen, la primera que volverá a poner en el aire un avión supersónico comercial será Boom Supersonic. Esta firma, también americana, asegura que tiene muy avanzadas sus pruebas preliminares y que su modelo XB-1 saldrá del hangar en diciembre y volará en pruebas 2020. La firma de Colorado, que cuenta con el apoyo de Japan Airlines, aspira a tener un aparato de 55 asientos capaz de alcanzar una velocidad de Mach 2.2.
El tercero en discordia en esta carrera –sin olvidar a la Nasa, que también ha firmado un acuerdo con Lockheed Martin para desarrollar un avión de este tipo- es la empresa con sede en Boston Spike Aerospace. Su objetivo, como el de Aerion, es que su modelo S-512, de 18 asientos, alce el vuelo en 2023 y logre velocidades de Mach 1,6.
El ruido, así como su desorbitado consumo y sus emisiones contaminantes, son algunos de los hándicaps que, a priori, complican la vuelta a los cielos de estos aparatos. Sin embargo, los fabricantes aseguran que la tecnología ha avanzado tanto que todos estos obstáculos son ahora superables. Spike, por ejemplo, afirma que su avión volaría con unos niveles de ruido muy reducidos. Además, todos están convencidos de haber encontrado soluciones para evitar el conocido como estampido sónico, el estruendo que provocaba el Concorde cuando rebasaba la velocidad del sonido. Para el problema del consumo de carburante y sus emisiones, Boom se ha aliado con la compañía Prometheus, que promete una tecnología casi de ciencia ficción. La firma asegura que es capaz de separar el CO2 del aire y usar electricidad limpia para transformarlo en gasolina, diésel y combustible para aviones. La electricidad se generaría con fuentes alternativas, con lo que no habría ninguna generación de CO2 en el proceso.
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